miércoles, 27 de junio de 2007

Carta abierta al gremio periodístico

ESTIMADOS COLEGAS. Hoy se cumple un mes del cese de la concesión de RCTV y del comienzo de la protesta generalizada en el país, por la defensa de la libertad de expresión los derechos civiles y políticos. En este mes hemos visto cómo la historia, definitivamente, sí parece comportarse como un sujeto, al elegir como agentes de su propio devenir a quienes representan tres generaciones más allá del esperado “relevo” político, movidas por la pérdida de un referente cultural; y cómo las interpretaciones monistas y deterministas que de ella se hacen –las que describen la historia como accionada por la lucha de clases por la propiedad de los medios de producción- topan con el espíritu del pueblo, ahora encarnado en las manos blancas de la protesta estudiantil, las del pueblo joven que ejerce su ciudadanía, intentando terciar esta guerra civil de baja intensidad que ha dividido en dos el país y le ha dado a una parte el beneficio franco del terreno libre para instaurar un proceso revolucionario que acaso aspira conducirnos a una versión tropicalizada del socialismo real –dictadura del proletariado incluida- y que en el ínterin ha desmoronado y conculcado las instituciones y su razón de ser, cual es la de la defensa de las libertades y los derechos de todos, no sólo de la mayoría.

Lo que comenzó como una protesta contra la medida, luego encontró enlaces conceptuales en temas de proximidad semántica: la defensa de la libertad de expresión como base que estructura -dentro del cuerpo social- el ejercicio de los derechos civiles y políticos; la defensa de la autonomía universitaria como garantía de la libertad de cátedra, que es un ejercicio de la libertad de expresión, y el derecho a la protesta como ejercicio, también, de esta misma libertad. Protestas masivas, pacíficas, con creatividad, detuvieron por un breve lapso el monólogo de uno de los sectores en disputa, a la vez que reivindicaron una identidad distanciada de lo que ha construido la institucionalidad de oposición. Con ello, un pequeño principio de esperanza parece haber surgido, pequeño, pero no por ello desestimable, como una flor en medio del desierto.

Este es un tiempo de barbarie, lo sabemos, a lo que habría que agregar que es también un tiempo de elaborados cinismos, de palabras retorcidas que llegan a significar algo muy distinto a lo que era su concepto original; tiempo de parcialidades negligentes, en el que parece perdida la capacidad de construir un consenso, rota como está nuestra comunidad de habla. De un lado ellos, que todo lo triangulan, que cooptan los proyectos, que han confundido la hegemonía como núcleo duro de una ideología que debe persuadir dentro de un espacio democrático de libertades individuales y proyectos colectivos (Gramsci), para convertirla en práctica de poder predominante de una parcialidad (Trotski). Lobos con pieles de oveja que amparados en la autonomía universitaria –esa misma que hoy no les sirve a sus propósitos- ocuparon cátedras, militaron en movimientos, burocratizaron la protesta y luego se convirtieron, alternativamente, en comisarios políticos y empleados públicos, aspirantes a conformar una nueva burocracia weberiana . Del otro lado, los otros, los que abandonaron los proyectos institucionales, diciendo sin rubor: “primero salgamos de Chávez y después reconstruimos el país” ¿Cuál país? ¿El de ellos? Porque ellos tampoco tenían ya una comunidad de habla, la habían perdido con el pragmatismo de sus prácticas políticas, por los largos años de populismo, por la verticalidad y corrupción de sus partidos y por la falta de proyecto que les impidiera, en suma, traicionar los intereses de sus representados, en nombre de precarias mayorías en el sistema institucional. Ambos, en estos ocho años, con su ética de fines , han eliminado las opciones de la mayoría; sí, la mayoría, la alta abstención que Oscar Schemel, presidente de Hinterlaces identifica como “Ni-Ni”, reclamándoles, cada quien en su mejor tono: “o estás conmigo, o estás contra mí”, con el resultado ya sabido: el declive de las opciones democráticas, la cancelación de toda opción posible de diálogo y este largo deslizarse de una guerra que, sin estar declarada, ya tiene más muertos que en las distintas guerras con que los Balcanes despidieron el siglo XX: Bosnia, Croacia, Servia-Montenegro, Albania, Kosovo, ¿cuántas más? ¿Habría que considerar al hampa también como un actor político, a partir del momento en que se desentraña su identidad cultural?

Pero entre ellos y los otros está la tercera parte: la de los Ni-Ni –los llamaremos así, a falta de un mejor concepto-, la mayoría que optó por la liberación en lugar de la libertad en nombre de las posibilidades –y comodidades- que ofrece la ausencia de compromiso; la mayoría de los hombres y mujeres de este país, tercera parte que no puede clasificarse exclusivamente por edad, sexo, nivel socioeconómico o grado de instrucción, pero que de cara a nuestro conflicto ético y político, se puede definir de manera contingente como aquella que ubicándose de espaldas a los adversarios históricos, apuesta porque la reconstitución de la comunidad de habla tenga la forma de una República democrática, liberal, moderna y con justicia social.

Algunos analistas ya han expresado –Schemel a la cabeza- que los estratos más jóvenes de esos Ni Ni constituyen buena parte del movimiento estudiantil que desde hace un mes viene protestando y que parece tener voluntad de constituirse en movimiento nacional, capaz de convocar a otros sectores del país para generar un proyecto que permita transformar este estado de cosas, en libertad. Pero no son los únicos y en caso de ser mayoría, lo son de una manera muy precaria. También a ello les corresponde ponerse de acuerdo en varias cosas, entre ellas cuál es el tipo de liderazgo que este movimiento ejerce, de cara al país, cómo este tipo de liderazgo va a entenderse con los otros liderazgo legítimos, y muy principalmente, cuál va a ser el proyecto que logre cohesionarlos.

Son pues, elocuentes, las palabras de Fernando Mires cuando advierte que no puede sobrecargarse a los estudiantes con la carga de materias pendientes de una oposición que no ha logrado acordar un proyecto para todos. “Es un error –dice- pedir a un movimiento que recién nace, que los libere de aquello que los partidos políticos no han podido hacer. Tampoco me parece justo imaginar que los estudiantes son la fuerza anti-partido de la sociedad. Hoy viven su momento feliz. Seguro, vivirán todavía otros momentos. Pero una democracia sin partidos políticos es una imposibilidad”.

Y los estudiantes tampoco pueden aceptar esta carga, solos, por más que puedan ser vistos por parte de la opinión pública como una nueva generación de líderes políticos que se forman para el tan ansiado relevo político, herederos del proyecto nacional gestado por una generación, la de 1928. No pueden, porque no son un partido político: ni tienen formación ideológica ni están capacitados para la toma democrática del poder, que a fin de cuentas son los dos aspectos que caracterizan un partido político: su nivel de cohesión ideológica y su estructura de intervención social. Pero sí pueden convertirse en una referencia ética para distintos sectores del país, ejerciendo un liderazgo de guía, con vocación transpersonal; sí pueden predicar la solidaridad con el ejemplo, en las comunidades de excluidos, a través del servicio comunitario; sí pueden aprender y enseñar el reconocimiento del otro como solución estética con lo cual generar un cambio cultural que pueda sentar las bases de una auténtica comunidad de habla como proyecto nacional.

Es en este punto donde cabe la exhortación: ni el código de ética ni la ley del ejercicio del periodismo ni siquiera la jurisprudencia del Tribunal Supremo de Justicia norman a cabalidad la estética de las versiones de los hechos que elaboramos para contribuir con la construcción de la realidad social. Ni pueden ni deben hacerlo, lo cual si bien revela el carácter instrumental de estos protocolos de comportamiento, dejan margen al desarrollo de una ética proyectiva antes que una ética prescriptiva, por la vía de la discusión y el consenso intragremial.

No puede presumirse, de entrada, que no se esté actuando de buena fe cuando se le da tribuna pública a los estudiantes, cuando se fomenta el debate o cuando se consulta a expertos para conocer su opinión sobre el movimiento. El problema es que las prácticas de comunicación social requieren de una objetividad que va mucho más allá de la garantía de imparcialidad, el contraste de fuentes o la verificación de la información. Muchos años de doctrina de la objetividad parecen haber anquilosado nuestras capacidades creativas, nuestra capacidad interpretativa o las habilidades de investigación y crítica con las que nos formamos, que hoy se implican en mucho más que la producción de comunicación social de calidad. En el caso del movimiento estudiantil, se requiere dar cobertura y documentar los temas que constituyen la agenda de este sector, comprendiendo la legitimidad de la respuesta ética del movimiento y contextualizándola del modo más preciso, para evitar confusiones, malos entendidos o usos propagandísticos por alguna de las partes de la polarización.

Flaco servicio se hace entonces, a la verdad de este movimiento, y a la potencial opción de una tercería, si se hace un periodismo partidario que invente líderes carismáticos donde no los hay; que espectacularice el discurso político, lo convierta en simulacro, mantenga dispersas y sin contextualización las informaciones generadas por los hechos de este movimiento y con esto se limite su potencial de significación en el contexto de la comunicación social, al nivel de visibilidad alcanzado. El modo tradicional de hacer periodismo puede distorsionar el liderazgo y poner en peligro el movimiento. Y eso debe concientizarlo el movimiento estudiantil, pero también cada periodista en particular y el gremio en general, para estructurar un diálogo con los propietarios de los medios, a fin de lograr un consenso en torno a la manera de dar cobertura informativa al movimiento estudiantil.

El gremio debe rescatar su dignidad como colectivo, en el marco de un nuevo diálogo nacional que esta vez se oriente hacia la trascendencia de la polarización. No será fácil, pues una de las partes considera los mecanismos de una democracia moderna sólo de manera instrumental, útil a los propósitos de mantener una apariencia democrática y cierta legitimidad formal. Pero si se quiere lograr una nueva comunidad de comunicación, se requiere una estrategia de medios y no de fines, la cual puede ser posible mediante la construcción de un espacio con mínimos éticos , cambiando el interlocutor y el contenido, dirigiendo el mensaje a aquellos que están en su legítimo derecho de entender la realidad que viven de acuerdo con sus propios intereses, para ayudarlos a comprender que sin el reconocimiento del otro, no podrá resolverse el problema de la exclusión mutua en la polarización, lo cual mantiene encendida la mecha del conflicto.

Colegas. En esta parte de la jornada nos toca una tarea ardua, la de vigilar que haya aprendizaje de los errores del pasado. Nos toca ejercer nuestro oficio dentro de un conjunto de riesgos que se extienden más allá de nuestra integridad física y ante los cuales no hay medida cautelar que nos pueda proteger. Nosotros, los guardianes de “las palabras de la tribu”, que con toda legitimidad defendemos la libertad de expresión en el marco de los derechos civiles y políticos, tenemos que encontrar la manera de convocar al país para reconsiderar muy seriamente, si ya no es hora de replantearse nuevamente el estado, dadas las fallas de origen que este tiene. Porque nadie da lo que no tiene, y malamente puede este estado conculcado por uno de los poderes, garantizar la libertad de expresión, si dentro de su estructura política no la permite, más bien, la censura, identificando toda crítica o disidencia como una traición; malamente quienes nos mandan, hoy, pueden defender la democracia y los derechos civiles y políticos si no creen en eso. Pero ellos no son el problema, sino el Estado, y a éste al que hay que cambiar, en nombre de todos y no de la mayoría.

Esta es, pues, mi invitación: a enfocar nuestros esfuerzos en lo que es correcto. Si hemos de ser partidarios, seámoslo de la dignidad humana, de la democracia, y de una República de todos, administrada por un Estado que nos rinda cuenta a todos, independientemente del signo de los políticos. Asumamos nuestra responsabilidad política, como intelectuales orgánicos que somos, construyamos una hegemonía democrática, insistamos en nuestra prédica, hasta hacerle saber a todo el pueblo que la democracia es una conquista diaria que se basa en el diálogo y el consenso y que la ruta que lleva el país apunta hacia su perdida, pues eso es lo que indican los hechos.

Cordialmente,

Carlos Delgado Flores

CNP Nº: 13.244

Profesor en la Universidad Católica Andrés Bello

Esta foto muestra un grito de rebeldía que nos es común a periodistas, estudiantes, profesores, los demás gremios y el ciudadano común (incluidos los chavistas). Esta imagen fue tomada de http//www.estudiantesunidosdevenezuela.org

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