martes, 27 de junio de 2017

En el día del periodista: celebración rebelde del oficio

Estos días de rebelión nos van mostrando al frente del pueblo que marcha contra la tiranía, reportando, informando, dando testimonio de la verdad. Es nuestro trabajo, pero también es nuestra vocación.

Nunca antes en nuestra patria hubo tantos periodistas heridos por reportar, pero tampoco antes hubo tantos muertos por protestar. Las violaciones a la libertad de expresión y al derecho a la información están cebadas en la agresión al periodista, después viene la censura al medio. El régimen acciona ambos para instalar el miedo y con él, el silencio, indispensable para consolidar su dominio.

Debemos insistir en decir, en mostrar, en dar a escuchar, en establecer la relación y en producir mejores argumentos cada día para que la gente tome mejores decisiones cada vez. Evolucionamos para hacerlo cada vez mejor, vamos entendiendo qué implica hacer periodismo digital, qué implica hacer periodismo ciudadano, cómo emprender, cómo innovar, cómo deben formarse las próximas generaciones de colegas.  Aún nos falta reunirnos nuevamente como gremio, actualizar el colegio, crear la Federación Venezolana de Comunicadores Sociales, pero eso puede surgir: la rebelión disuelve cosas y propicia que surjan nuevas, ese es su poder.

Hoy día del periodista, vaya mi abrazo a mis colegas, a mis estudiantes y a mis maestros: somos una larga línea que nos trae al presente y que nos guiará al futuro. Somos custodios de la democracia y la modernidad; somos constructores el sentido común, pero a la vez los primeros llamados a preservar la ironía que lo cuestiona, que lo pone a prueba para que sea sentido. Ejercemos un oficio de práctica y prédica, pero al final del día somos padres, madres, hijos y hermanos, ciudadanos que ejercen un oficio que nace de aprender a ponerse en los zapatos del otro. “El mejor oficio del mundo” decía García Márquez. Yo lo creo también.

Hoy marcharemos hacia Conatel, a entregar un documento de protesta. Esperamos que no haya represión al ejercicio de nuestro derecho puesto que lo ejerceremos en paz. La foto es de El impulso

viernes, 2 de junio de 2017

La curva de aprendizaje


UNA AMIGA MÍA se pregunta si en Venezuela estamos pasando, realmente, de un ciclo de protesta no violenta a una rebelión popular, al fijar, inicialmente tres características de cambio en las protestas de 2017: a) que la mayoría de las mismas no se hace en espacios de autonomía sino en no lugares (en la denominación de Marc Auge): autopistas, grandes avenidas; b) que la resistencia se organiza a la usanza de los frentes de batalla y c) que poco a poco va surgiendo una insurgencia armada contra las fuerzas represivas, principalmente en el interior del país. Lo hace, posiblemente movida por la afirmación hecha por Provea, de que estamos en presencia de la primera rebelión popular venezolana del siglo XXI idea que a Elías Pino Iturrieta le parece una exageración, cuando señala,  en otro texto: “en un país deshabitado, en lo más parecido a un desierto sin maneras efectivas de comunicarse sus contadas criaturas, las horas de hoy no tienen vísperas, los luchadores de ogaño no encuentran antecedentes. Tampoco en los hechos tempranos del siglo XX, según se trató de describir. De lo cual se colige la exageración de la meritoria ONG, pero especialmente la irrupción de un suceso sorprendente en nuestros días, de unos hechos insólitos que pueden conducir a un capitulo prometedor de la historia que no solo merece un análisis detenido, sino también, sin duda, justificada apología.”

Es novedad, entonces, lo que pasa. ¿Pero qué es lo que pasa? Quien esto escribe ha tenido, en estos días, varios déjà vu de 2014 que lo alarman, porque lo llevan a considerar que si bien las condiciones generales del conflicto son otras, la curva de aprendizaje político y social, en esta hora, está todavía muy plana; y a preguntarse qué podemos hacer para acentuarla.

Sostiene este escribidor que primero debemos tener claridad en el diagnóstico: no es lo mismo decir “crisis de gobernabilidad” que decir “ruptura del hilo constitucional”; no es lo mismo decir dictadura que decir tiranía; no es lo mismo decir guerra y sus apellidos (guerra civil, guerra sucia, etc.) que decir que el genocidio sea una política pública de este gobierno; no es lo mismo decir que es un problema nacional a decir que es un conflicto hemisférico. Cada definición marco de la situación genera lecturas distintas y estrategias diferentes, así que, si no hay consenso en el diagnóstico, tendremos estrategias que pueden resultar antagónicas, con alcances limitados y probablemente condenadas al fracaso. Toca construir un diagnóstico consensuado, y para ello es necesario que cada quien se aboque a buscar lo común en las visiones diversas, de manera transparente, renunciando a la zona de confort que la auctoritas faculta y aceptando la posibilidad de visiones complejas, multicausales y no reductivas, para comprender el problema que se va a explicar (y eventualmente solucionar).

Quien me ha leído con anterioridad conoce que en mi opinión, esto que nos pasa es una guerra civil de baja intensidad, así una de las partes no luzca armada frente a la otra; y que hace parte de un conflicto hemisférico e incluso global  que requiere una mirada compleja –pública y transparente-  en los múltiples tableros donde las decisiones se toman. De allí que pueda concordar con lo que plantea Evan Ellis, profesor del Instituto de Estudios Estratégicos (SSI) del Army War College de Estados Unidos entrevistado por la Deustche Welle el pasado 5 de mayo: “lo que ocurre en Venezuela no es una cuestión de política o de relaciones internacionales –afirma- sino un golpe del crimen organizado de gran escala: un grupo de criminales ha tomado control del Estado y asaltado su tesorería. El problema de fondo es que no existe un mecanismo jurídico internacional ni un modelo de cooperación regional que permita rescatar a un Estado en esas circunstancias sin violar su soberanía. De momento no hay cómo liberar a Venezuela, a su gente y a sus recursos de quienes los secuestran a punta de pistola”; y colegir que el secuestro de la soberanía convierte a los criminales en tiranos y restringe la legitimidad de las negociaciones que puedan sostenerse, como si esto fuera una situación de rehenes, ante la cual, la actitud de actuar en forma nominalista dejando de nombrar para que las cosas no ocurran, como si de repente, una retórica que no apunta a la convicción se pudiera instituir como si fuera una superstición, hace parte del problema en vez de la solución.

¿Dónde nos perdemos? Al parecer, en la diatriba de las opiniones, algunas formuladas de buena fe. Un estudio de opinión realizado recientemente por Datincorp (8 de mayo) nos muestra la perspectiva de un conflicto agonal entre cuatro bloques: chavismo madurista, chavismo no madurista, oposición (MUD) y oposición no MUD. El chavismo no madurista y la oposición no MUD parecen configuran lo que vagamente el estudio denomina No Alineados (neutros o nini), que parecen constituir la primera minoría de tres en que parece estar distribuida la afiliación política en el país (40%, versus 30% chavismo y 30% oposición), lo cual no dista demasiado de los datos de las primeras mediciones donde aparecieron los No Alineados, en 2004, aun cuando el contexto haya sido diferente.

Pero la opinión pública en ese estudio muestra otras lecturas contrarias a la supremacía de alguno de los bandos. Señala que la postura de “todo o nada” no es factible (77%), aun cuando la negativa a la constituyente es de 73%. La ciudadanía prefiere como solución al conflicto las elecciones generales (53%); asume que la resolución de la crisis pasa por diálogo y negociación entre chavismo y oposición (39%), o dialogo y confrontación combinados, (24%) como quien camina y mastica chicle al mismo tiempo. Sin embargo, advierten que la permanencia de las protestas en la calle debe ocurrir indefinidamente hasta lograr los objetivos, 79%; (90% oposición, 69% NA) que las razones para las protestas son: (en orden decreciente) “elecciones” 35% (31% NA), “punto final a la crisis” 27% (35% NA) y “renuncia o destitución de Maduro” 32% ( 24% NA); y que si bien hay confianza en la conducción de las protestas por parte de la oposición; (74%, pero relativizada: 64% oposición con confianza total, 31% NA con confianza a medias y 30% NA que no confía nada) cuando se indaga en las figuras de liderazgo de la oposición, 50% de los NA no confía en ninguno, mientras 35% de los opositores confían en Leopoldo López y 23% en Henrique Capriles.

¿Hay No Alineados en las marchas, en las barricadas, en las protestas? Seguramente. Pero no están incorporados al bando opositor, no por terquedad, sino porque no hay abierta la posibilidad de constituir algún marco de identidad que los integre, porque el bando opositor ha supeditado la formulación de dicho marco como proyecto político a la aceptación del liderazgo presente, declarando como superflua esa exigencia (una “frivolidad de académicos” se ha dicho). Y la falta de proyecto da fuerza a argumentos como los esgrimidos por Edgardo Lander, cuando afirma: “Por otro lado hay sectores radicales de la derecha que en realidad no quisieran que esta experiencia del chavismo terminase simplemente como una derrota electoral del chavismo, que dejase de alguna manera esta experiencia, obviamente muy golpeada, pero que quedaría como una experiencia de organización, de expectativas, etcétera. Esto para este sector no puede sobrevivir, para este sector esto requiere aplastamiento, exterminio. Un escarmiento de manera tal que este imaginario de la posibilidad de cambio quede negado. Y si además de eso sabemos que en este sector extremista esta la incidencia internacional y está como se ubica Venezuela en la geopolítica global, queda claro que esta violencia tiene características estructurales, está claro que esta violencia es extraordinariamente difícil de desmontar. Porque estas condiciones cierran enormemente las condiciones para el diálogo. No es simplemente un desborde, hay sectores que buscan esta violencia como objetivo”. El argumento en contrario no puede ser simplemente insistir en que  la legitimidad de la lucha opositora es que es no violenta, que el violento es el gobierno, porque igualmente se queda por fuera el pueblo y eso es de las violencias más crueles que hay, la de negar la identidad.


Cuando esto se publica, ya la reunión de Cancilleres de la OEA, suspendida por la falta de consenso, muestra la complejidad del caso venezolano. Seguimos marchando, se siguen encendiendo focos de protesta en todo el país, y la represión va en aumento, pero la distancia entre la calle y el poder instituido todavía es muy grande. Hay que acelerar nuestros aprendizajes, pero sobre todo, hay que querer aprender. (La foto, por demás, elocuente, es de Isaac Paniza)

miércoles, 10 de mayo de 2017

Por Miguel Castillo, mártir

Miguel Castillo (Foto tomada de Runrun.es)

LOS QUE ENSEÑAMOS PERIODISMO sabemos que, cuando nuestros alumnos se visten de toga y birrete y escuchan el gaudeamus igitur, en su graduación, no es que se van, es que los recibimos como nuestros colegas, como profesionales que profesan junto a nosotros un credo: el del oficio y sus valores, el de su razón de ser: como aquellos que reciben el testigo en esta larga carrera de generaciones.


No esperamos ver a nuestros antiguos alumnos morir, en las calles, defendiendo el derecho de la gente a estar informado, o sus propios derechos, como ciudadanos esclarecidos que deben ser. No esperamos que un reportaje, un documental o una campaña publicitaria les cuesten la vida, como tampoco esperamos que una protesta sea sometida a sangre y fuego, que el genocidio sea una opción política y que para poder tener futuro la gente tenga que arrancarlo de las manos avariciosas de una burocracia, dando la vida por la libertad.

Eso nos pasó hoy con Miguel Fernando Castillo Bracho (26), egresado de la Universidad Santa María en Comunicación Social; asesinado por el régimen durante la protesta ciudadana en defensa de la Constitución. Colega.

En Venezuela hay 17 escuelas y más de 46 mil estudiantes de comunicación social. Cada año egresan más de dos mil. Así como nuestros jóvenes defienden su derecho a una libertad que aquí no conocen, nuestros estudiantes se forman para construir un sentido común que sirva para hacer república y formar ciudadanos en el ejercicio de esa libertad; son la expresión de un pueblo que quiere ser moderno y ve en ellos una manera de consagrar su aspiración; saben de la vocación totalitaria del régimen, de la autocensura de los medios; saben del miedo a saber y el terror a decir. Y aun así salen a las calles, a sortear los escollos y a portarse como gremio, porque el país debe saber y el mundo, lo que está pasando aquí.

Los periodistas, reporteros gráficos, diseñadores gráficos, artistas, productores audiovisuales, locutores, relacionistas públicos, publicistas, productores de contenido digital, gestores de comunidades digitales, investigadores, profesores universitarios; los comunicadores sociales todos tenemos que reunirnos como una sola voz y una sola fuerza con el pueblo que lucha por darle fin a este horror que consume nuestras vidas. Si el pueblo ha decidido rebelarse contra tanta injusticia, es necesario que los comunicadores sociales también lo hagamos, que gremios y medios echemos el miedo a la espalda y abramos los ojos y los oídos, las cámaras y los micrófonos, para que haya buena información y queden contrarrestadas las mentiras interesadas y las versiones capciosas que hacen parte de la guerra que el estado secuestrado por una burocracia cínico-militar le ha planteado al pueblo para perpetuarse en el poder a costa de nuestro presente y nuestro futuro. Que cada comunicador y cada estudiante de comunicación hagan redes que refuercen el trabajo de los medios independientes, industriales o digitales, que lleven información fidedigna para tomar decisiones, para adoptar la innovación necesaria en el momento preciso y para alimentar el espíritu de este pueblo que se reencuentra con su historia, enfrentando la tiranía y la falta de alternativas.

Y esto lo haremos por nosotros, todos, no unos y otros, como siempre nos quiso el régimen. Porque ellos ya no es medio pueblo, sino los torvos asesinos que ocultan en las sombras sus ojos de odio. Lo haremos por el amor a la memoria de Miguel, por los hijos que no tendrá, por las muchas satisfacciones que no nos dará, desde la cámara o la cátedra. Lo haremos con la conciencia de que de una forma u otra, también él dio testimonio de amor y entrega, denunció su tiempo y anunció uno nuevo, de esperanza y libertad; porque muriendo nos entregó el testigo y ahora nos toca a nosotros responder. 

Rogamos al buen Dios dar consuelo a los familiares y amigos de Miguel, quien ahora contempla su rostro y a quien interrogará en amor y no dudamos, pasará el examen con honores. Amén

domingo, 9 de abril de 2017

La marca en el tiempo



A ESTAS ALTURAS del conflicto entre la gente y el gobierno (porque habría que percibirlo así, como el hartazgo del pueblo de una burocracia que no solo traicionó sus principios, sino que está dispuesta a perpetuarse a sangre y fuego, con terror, propaganda y represión), ya debería saberse, por los testimonios, que lo que está en juego en las calles del país es el futuro de la nación. Que haya una vanguardia donde nietos y abuelos ofrecen la carne para que la masa avance hacia el objetivo que los líderes anuncian, nos explica que el hartazgo por este hoy forzado, lleno de miserias y mezquindades, es una cuenta que cualquiera es capaz de sacar: que esta que vivimos es una crisis donde además de los inventarios de medicinas y comida, también se acabó el sentido común, la confianza por los liderazgos, por su lugar en el estante de las instituciones y finalmente la paciencia, que muy paciente fue, por cuatro largas generaciones. Pero quien está más harto de todo esto es quien nunca conoció algo diferente, quien heredó los testimonios de la crisis y entiende que tiene dos opciones: o irse para inventarse un futuro, o inventárselo aquí, para lo cual, le toca rebelarse contra quienes le han cerrado toda posibilidad para hacerlo.

Por eso el más joven es el que está al frente. Le toca ser más duro, porque en esta guerra, los rostros de las víctimas y de los victimarios, de los que protestan y de sus represores, de quienes ponen la carne en el asador o quienes se mudan buscando futuro, son los rostros jóvenes de un país que aún no ha sabido madurar. Si queremos reunir a todos los jóvenes, tendremos que ayudarlos a inventar el futuro que vivirán, considerando estos días, este presente, como el futuro de ese futuro que les tocará. Ganar ese futuro requiere cambiar de signo la ecuación, y no exigir a nuestros jóvenes que se inmolen por una tradición, sino al revés: dejar en paz el pasado y ayudarlos a construir la vía que los lleva a su visión.

Hablo de un acuerdo generacional que restituya la solidaridad entre pares y cierre las brechas de las necesidades, para convertirlas en pasos que avanzan hacia un futuro común, deliberado y construido en una misma nación. Hablo de tener un propósito, un para qué, que convierta a la rebelión en la fundación, en el presente, de ese futuro. Hablo de denunciar este tiempo y anunciar un futuro y un cuerpo de acciones necesarias, para lo cual habría que convertir este tiempo en tiempo de profetas, para lo cual es necesario retomar el ministerio de la profecía.

No es la primera vez que escribo en este espacio sobre este tema, por lo creo conveniente retomar la contextualización. “Al final de su presentación en el III Encuentro Internacional de constructores de paz organizados por el Centro Gumilla, Miguel Álvarez Gándara (México) habló de negociación en contextos polarizados y violentos y luego de dar un conjunto de consejos, finalizó con uno: ‘no olvidar el ministerio de la profecía’ Por esos días, mi lectura de Roberto Mangabeira en El despertar del individuo apuntaba hacia la necesidad de cambiar la fundamentación de la razón política, no en la historia sino en la profecía, en la memoria vuelta profecía por la imaginación que funda realidades. Se trata de una concepción de lo profético algo distinta de la católica, para la cual, la profecía es denuncia de los pecados de una época y anuncio de una futura acción divina en virtud de lo cual, Jesús es, a un tiempo, Dios mismo en la persona del hijo y profeta por su condición de hombre. De allí que el espíritu profético en los católicos se manifiesta en la imitatio christi, más o menos sistematizada en el catecismo. La teología de la liberación supuso una ascesis en la cual ya no se esperaría el reino de Dios, sino que se construiría en la tierra con la intercesión con la fe y la justicia, atributos éstos del amor de Dios; los pentecostalistas, por su parte, suponen que un profeta es aquel que es capaz de dar testimonio por la acción directa del espíritu santo, con lo cual, queda suprimida la acción humana de constituir iglesia, que es un ejercicio de la voluntad (re-ligare), se trata de una iglesia mucho más animista, ciertamente.

¿Hay un sentido laico de lo profético? Para Mangabeira, sí, y es también hacia lo que parece apuntar Miguel Álvarez Gándara: hacer profética la memoria implica darle proyectividad ética a la identidad; memoria y proyecto hacen entonces que la política alinee a la imaginación con los recursos de las voluntades en una perspectiva donde las historias personales se conjugan con la historia de la comunidad, del país”.

Semana Santa es buen momento para construir esa narrativa que explore el tono épico que tiene la hora. El foco está en Jesús, profeta joven que anuncia el Reino y se ofrece en sacrificio para que este pueda venir. Jesús que vino a que se cumpliera la esperanza de los profetas que lo antecedieron, pero a la vez, a generar una profunda marca en el tiempo, para que podamos contabilizar los días de otra forma, acortándolos en vez de alargándolos, en la perspectiva del futuro que vendrá. Ese Jesús que es Jairo Ortiz, niño poeta muerto en Carrizal, o su mamá, que buscando vida para los suyos viajó a Curazao, de donde tuvo que regresar para sus exequias; o tantos otros, golpeados, perseguidos o asesinados o que viven la desesperanza aprendida, que equivale a una muerte en vida. Ese Jesús que tiene tantos rostros y en cuyo nombre amamos como nos lo recomienda en Mateo 25: 35 (y sigs)  “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui extranjero, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a mí.' Entonces los justos Le responderán, diciendo: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos como extranjero y te recibimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a ti?' El Rey les responderá: 'En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicieron.'” 

Los muchachos están de nuevo en las calles. Van al frente otra vez. Atrás deben quedar los días en que el interés particular se superpuso al interés general. La foto anuncia un gran momento: el regreso del andar codo a codo. Que sea verdad!

viernes, 3 de febrero de 2017

Hacer política

HACER POLÍTICA NO ES HACER LA GUERRA,  por mucho que las metáforas que se empleen en el discurso pretendan tener un impacto contundente en las emociones de la ciudadanía; por mucho que las palabras se dispongan como obuses vicarios que hagan retroceder los argumentos hasta un mínimo nivel que pueda considerarse defensivo; no. Hacer política no puede entenderse solo como una técnica para agregar expresiones de voluntad en torno a un conjunto de candidatos, reduciendo la república a solo un recuento y considerando a los ciudadanos como meros electores; no.

En los días que lleva esta catástrofe, estudios de opinión pública recientes nos indican que el ciudadano prefiere el diálogo a cualquier otra opción para solucionar el conflicto, porque no está dispuesto a verter la sangre –su sangre- en una guerra que aún no ha sido declarada. Diálogo que, dicho sea de paso, ahora luce tan improbable como cualquier tipo de elección, sea regional, o general adelantada, como luce cada vez más probable la amenaza armada. Vale decir entonces, que, ahora que no parece haber elecciones, tener una alianza electoral dedicada a dirigir la oposición no parece tener mucho sentido, a la vez que tener un gobierno que vicariza una guerra para mantener los controles sobre la población aparece como una muestra de cómo puede ceder la razón –de estado, en este caso- a la voluntad de la nomenklatura (¿o será la mafia?) en lo que no luce como un choque de poderes, sino como la concentración de poder en un solo polo mientras disminuye en el otro.

El mismo estudio de opinión nos muestra cuan terca puede ser la realidad, que casi trece años después de la primera medición donde aparecieron (2004) el electorado sigue repartido en tres grupos de afiliación: los oficialistas, los opositores y los independientes. Este escribidor se pregunta ¿cómo es esto posible en un esquema político agonístico, con enfrentamiento de bandos? Y la respuesta parece ir a tono con el meme ya popular, que muestra la evolución humana desde los homínidos hasta el homo sapiens, junto con la leyenda “devuélvanse, algo salió mal”: ni el mercadeo electoral ni el encuadramiento a partir de agenda, ni el crear organizaciones que sustituyan la militancia por la audiencia son suficientes, ahora, para hacer política, en un país cuyos ciudadanos decidieron informarse más y mejor, dándose su propia dieta informativa, confiando en los periodistas antes que en los medios y en las comunicaciones digitales antes que las industriales. Si los bloques “opositor” (42,9%) e “independiente” (37,4%) son de similar tamaño mientras el “oficialista” (17,7%) es menor, hacer política solo para 4 de cada 10 venezolanos es una pérdida de tiempo y de recursos, y no se crece realmente, porque faltan convicciones y porque el ciudadano de esta república quizás ya está cansado de aquellos expertos que desde sus saberes consagrados recomiendan “gobernar por el pueblo pero no con el pueblo” como dice Francisco, el papa.


Hay que hacer política en serio más allá de la tribuna; retomar la pedagogía cívica, cambiar la forma de ejercer el liderazgo para poder superar el personalismo, como forma vacunada del caudillismo; combinar partidos y movimientos, democratizar la sociedad civil; construir un horizonte país compartido, tener un proyecto histórico que nos saque de este atolladero, construir organizaciones políticas deliberativas y transparentes, crear convicciones y abrirse de una buena vez al futuro ¿Es mucho pedir? ¿No sirve la política para hacer estas cosas? ¿O acaso es más útil la guerra? 

Algunos de mis artículos son publicados por el Diario El Nacional en su versión web, cada quince días, los días viernes. Este se encuentra en el siguiente enlace
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/hacer-politica_78941