jueves, 24 de noviembre de 2016

El día que funda el futuro (a mis ahijados de la promo 57 periodismo)

El grupo siendo él mismo (Tomado en préstamo del FB de Yma Rojas ¡Gracias Yma!)


Queridos (ahora sí) colegas:

En este día y por los tiempos que vendrán, nos reunimos para celebrar el final de una etapa y el comienzo de una nueva, larga, definitiva. Graduarse es un logro, pero también un compromiso que cada uno de ustedes asume, desde ahora, con el futuro.

La nuestra es una profesión que gusta del futuro pero a la que le toca construirlo, como a todas las demás, incluida la del historiador, desde el presente. Nuestras versiones del presente aspiran a ser un ejercicio de la solidaridad, constituido desde el acto de saber para hacer saber. Como me lo deben haber escuchado en más de una ocasión, nosotros somos constructores de sentido común, pero ningún sentido es evidente, requiere un ejercicio de conciencia; y en esa conciencia debe caber la idea de que la democracia y la modernidad, que asumimos y reivindicamos como dos de las más grandes conquistas humanas y a cuyo logro y cuidado nos hemos consagrado, son hechuras del sentido común. La democracia como gobierno del sentido común requiere que aquellos que la viven posean los mejores argumentos para la toma de decisiones en el seno de las comunidades y de cara al espacio público, sea este institucionalizado o intersubjetivo, y nuestro trabajo es ese: proveerlos, así no sean los nuestros. La modernidad, ya no la industrial, ya no la de la sociedad de masas, sino esta que está surgiendo, la de la sociedad del conocimiento es cada día más dialógica, cada día más horizontal, cada día más basada en las prácticas liberadoras que en los discursos que institucionalizan la libertad. Así pues, lo que hace al sentido común, hoy más que nunca, es la comunidad del sentido, para lo cual, hay que preservar la ironía que lo cuestiona, que lo critica para engrandecerlo y fortalecerlo; comprender que cuando Oscar Wilde dice que “el sentido común es el menos común de los sentidos”, lo dice, ciertamente, pensando en él mismo y en la Inglaterra victoriana que le tocó vivir, abducción mediante, como un adelantado a su tiempo.

Sí, nos gusta el futuro, somos capaces de imaginar uno, prometedor; de ilusionarnos con él y hasta somos capaces de organizarnos y planificar en función de hacer de ese futuro realidad, cuando el futuro se nos vuelva presente. La prueba de ello es que hoy, este día, ya fue imaginado por cada uno de ustedes, hace más o menos cinco años, y lo están viviendo, más o menos apegados a la idea inicial. Disfrútenlo, saboreen por dentro el significado de este día, grábenlo en su memoria con total fidelidad.

Hagan esto, porque a veces la capacidad de avanzar hacia el futuro, de convertir los sueños en proyectos se ve mermada al sumergirnos en la realidad del presente, con todas sus virtudes y peligros, que son reales y verdaderos, que acotan permanentemente nuestros sueños, y pueden incluso llegar a frustrarlos, hasta agotar nuestra capacidad de imaginar, de ilusionarnos, de soñar. ¿Cuántos que ustedes conocen, han tenido de reinventarse para despedirse sobre el mural de Cruz Diez del Aeropuerto? ¿Cuántas veces al mes, a la semana o al día, han tenido esa misma conversación sobre las escasas alternativas y el derecho que todo joven tiene en esta vida a ir tras sus sueños inventándose un futuro, mientras la cola no avanza, la medicina no aparece o el miedo nos recorre la espalda? ¿O es que porque eso es normal ya no es problema? ¿Porque la situación nos afecta a todos, eso obligará a que prevalezca la solución individual?

Y sin embargo, por muy dolorosa y dura que sea la realidad, el problema no es la realidad, sino el realismo: esa suerte de ideología del presente que se niega a comprenderlo como el futuro del futuro y que en lugar de reivindicar los sueños los destierra, generando una perversa zona de confort, donde nos acomodamos, anestesiándonos con la desesperanza aprendida -comfortably numb- como dice Pink Floyd. Así se consolida en nuestras opciones personales aquello que Roberto Mangabeira Unger describe como la tiranía de la falta de alternativas, que en su escala más pequeña nos vuelve realistas, y en su escala global nos advierte del retorno de las supremacías y el avance de los autoritarismos, todo, porque hay que ser realista.

No jóvenes: denunciar los problemas del presente y querer cambiarlos, para que el futuro se parezca a nuestros sueños, para que prosperen nuestros proyectos no es realista, es un compromiso con el otro, es una utilidad real para el compromiso de saber para hacer saber: para eso construimos sentido común, en este, nuestro presente, que tal y como su nombre lo advierte es un regalo, una oportunidad. Tengan eso en mente cada vez que la realidad se les muestre grave y brutal, y les cuestione sus haberes; regresen, en el tiempo y para desmentirla, a este día, hoy, que les fundó el futuro.

Y para hacerlo más ilustrativo, los dejo con estas palabras de Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura de este año, que ya lo dijo en 1964, cuando ni siquiera yo había nacido:


Venga a reunirse aquí gente
Donde quiera que estén vagando
Y admitan que las aguas
A sus lados han crecido
Y acepten que pronto
estarán empapados hasta los huesos
Si tu tiempo para ti vale la pena salvar
Entonces empieza a nadar
O te hundirás como una piedra
Porque los tiempos están cambiando

Vengan escritores y críticos
Quienes profetizan con sus plumas
Y mantengan sus ojos abiertos
Las oportunidades no vendrán otra vez
Y no hablen muy rápido
Porque la rueda sigue en movimiento
Y no hay forma de decir quién
Para nombrarlo
Porque los perdedores ahora
Serán los ganadores después
Porque los tiempos están cambiando

Vengan senadores y congresistas
Contesten las llamadas
No se queden parados en la puerta
No bloqueen los pasillos
Porque el que será dañado
Sera el que se quede parado
Hay una batalla afuera
Y está empeorando
Pronto sacudirá tus ventanas
Y hará vibrar tus paredes
Porque los tiempos están cambiando

Vengan madres y padres
Entre todas las tierras
Y no critiquen
Lo que no pueden entender
Sus hijos e hijas
Están sobre sus comandos
Su viejo camino está
Envejeciendo rápidamente
Por favor sálganse del nuevo
Si no pueden dar una mano
Porque los tiempos están cambiando

La línea está trazada
La maldición está hecha
Los lentos ahora
Serán rápidos después
Y el presente ahora
Sera pasado después
El orden está
Rápidamente desapareciendo
Y los primeros ahora
Serán los últimos después
Porque los tiempos están cambiando


¡Que Dios los bendiga hoy y siempre!

lunes, 27 de junio de 2016

Mi superhéroe favorito


Hoy es el día del periodista.
Siempre digo, en tono más bien jovial, que Clark Kent es mi superhéroe favorito: imaginen por un momento los esfuerzos que este correcto señor tiene que hacer para mantener a buen resguardo al voluntarioso superhombre (¿übermensch? ¿Es correcto en alemán?); y así poder ejercer con dignidad su oficio, el de saber para hacer saber, para dar qué pensar y para poder ayudar a decidir a cada quien, de tal modo que los intereses particulares se armonicen en el interés común.
Porque nos hacemos periodistas no cuando salimos de las aulas, sino cuando descubrimos que nuestro oficio nace de un ejercicio ético: el de ponerse en los zapatos del otro, el de practicar la empatía y la escucha atenta de modo sistemático; el de sospechar de lo que nos dicen -porque siempre hay cosas que no nos dicen- y mediante un ejercicio sistemático de la interpretación, tratar de llegan a razones más profundas, más parecidas a la verdad, pero no a solas: en público, en comunidad. Porque dedicar el oficio a la búsqueda de la verdad –así reza el código de ética- pasa por convencerse de que eso es verdad y obrar en consecuencia, reparando menos en cuan verdadera es la verdad, como en que verdadero tiene que ser el proceso de decirla, en público, en comunidad. Por eso el mundo del periodismo no es el de la ciencia que explica, o el del derecho que prueba, o el de la religión que aspira lo eterno: es el de la polis y el de la retórica, donde la gente debe poder decir bien su verdad para convencer a los demás de la bondad de su punto de vista… Sócrates, antes que filósofo, debió ser periodista. Y creo que los periodistas deberíamos ser un poco como el filósofo.
El otro día, en un foro, planteaba que debíamos reparar mejor en las razones por las cuales hay, en estos momentos, en aulas, 46 mil estudiantes de comunicación social, en las 17 escuelas del país. Pensar en qué los mueve a estudiar un oficio tan atacado, tan incómodo al poder que aspira cerrar el pensamiento para imponer su rosario de consignas, desde el abuso de la razón de estado; y por qué la matrícula, en lugar de bajar, aumenta. La respuesta no puede ser solo el imaginario del éxito, la imagen de la celebridad del espectáculo, aunque haya algo de eso. Creo que todos nuestros estudiantes de comunicación social de todo el país lo son porque vienen de hogares que quieren ser modernos: muchos de ellos son la tercera generación de hijos de inmigrantes –los del campo, que vinieron a trabajar y a formarse, buscando la modernidad; los de la Europa desgarrada por la guerra, venidos a recomenzar la vida-; y si migran, ahora, fuera de estas tierras, es para que sus familias sigan modernizándose. Y mis preguntas, ahora, serían estas: ¿cómo hacer para que la modernidad de los hogares continúe aquí, en esta parte del mundo? ¿Qué podemos hacer los periodistas para que sea así?

Preguntas que quiero dejar, hoy, con mi mayor abrazo a mis colegas, y especialmente a mis ahijados de la promo 57 de periodismo, de la UCAB.