jueves, 21 de agosto de 2008

Un mal chiste

QUE DURA ES esta época que enfrenta a maestros y discípulos por el modo de ver las cosas. Ayer era Patricia Poleo reclamándole a su “comadre” Desireé Santos Amaral la falta de sindéresis a la hora de protestar en Montevideo la gestión de Leopoldo López de denunciar las inhabilitaciones políticas ante el Parlamento del Mercosur, que en nada se parece a sus actuaciones históricas como dirigente gremial, periodista comprometida con las libertades públicas (la política es una de ellas, claro). Hoy es Earle Herrera rescatando de la memoria la Asociación Venezolana de Periodistas para oponerla como imagen a la nueva directiva del Colegio Nacional de Periodistas, que tomó el control del gremio de las manos de quienes por doce años hicieron hasta lo imposible por mantenerlo cerrado, porque así convenía al régimen. Pero es que ayer también fue Eleazar Díaz Rangel, quien no por casualidad fue Secretario de Organización del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa y tuvo una importante participación en la huelga de la prensa del 21 de enero de 1958, detonante de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, y hoy le hace prensa partisana a otro autócrata, avalando cosas que en el pasado no hubiera dejado de denunciar, o peor que eso, callando con complicidad.


Los tres fueron referentes de muchos de quienes egresamos de las aulas de la escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. Referentes que hoy están desdibujados, que sucumbieron en nombre de la militancia a su propia condición de intelectuales, ciudadanos de una república que ayudaron a hacer y que hoy patean en nombre de una utopía que –creo yo- les cuesta mucho defender.

Para el discurso que ellos se comprometieron a construir, el problema de las leyes aprobadas con el gacetazo es que afectan los intereses de la “oligarquía” enemiga, por eso son buenas, porque todo lo que se haga en contra de los empresarios venezolanos es bueno para el pueblo, que unido a su gobierno, hallará la felicidad en un socialismo tropicalizado, mixturado con trazas de una identidad nacional estereotipada, manida, útil para barnizar de legitimidad el pragmatismo de un régimen en extremo sospechoso de fascismo. Ellos saben que es un argumento de lo más pueril, a menos que la felicidad sea sin libertad para el pueblo, pero a quien le importa, si ya forman parte de la nueva nomenklatura, ya son funcionarios, disfrutan de todas las prebendas y canongías. No son como nosotros, asalariados que vivimos de nuestro trabajo y que por ser el periodismo un oficio moderno y estar ellos inmersos en un proceso negador de la modernidad y por estar obligados, nosotros, los periodistas, el gremio, en lo deontológico y en lo moral a defender las libertades democráticas, la institucionalidad (de la que formamos parte, para bien o para mal, gracias a la ley del ejercicio del periodismo y a la sentencia 1492 del Tribunal Supremo de Justicia) y la dignidad personal y profesional, en el contexto de una democracia liberal burguesa, pues es por lo que practicamos esa alienación positiva que recomendaba Jesús Sanoja Hernández (¿les suena? ¿lo recuerdan?) y la reivindicamos frente al argumento de Earle de que Nos convertimos en un gremio que se quedó a espaldas de los cambios en el terreno político e informativo. La existencia de colectivos es necesaria para la lucha. Esta institución se convirtió en propiedad de quienes decidieron adueñarse del colegio y están casi apatronados por los medios privados, lo que desdice de la lucha gremial.

No Earle, el problema gremial no es el mero reivindicacionismo: por haberlo concebido así fue que se apagó la llama que ustedes mismos encendieron, hace tantos años. Ustedes permitieron que un aprendiz de brujo desnaturalizara el concepto gramsciano de hegemonía, que es de la superestructura, que alude el predominio de las ideas de la clase trabajadora (en nuestro caso de país y de nuestro oficio, las ideas comunes de nuestros lectores y nuestras audiencias) y lo usara para disimular una avanzada revolucionaria de concepción troskista, que a su vez encubre un pragmatismo fascistoide, porque apelar a la soberanía de modo tan poco reglamentado, diseñar un gobierno militar-cívico, nacionalista (con un desarrollo “endógeno” dependiente en más del 90% de las importaciones), imponer el apartheid político y cambiar de signo la exclusión triangulando permanentemente la acción política, no es un proyecto democrático, son prácticas de un socialismo real con el que se produjo una ruptura en el año 68 ¿lo recuerdan? ¿Recuerdan el informe Krushev? ¿Recuerdan la primavera de Praga? ¿recuerdan cómo fue que surgió el eurocomunismo, por qué fue que se fundó el MAS en Venezuela?

Si a ver vamos, nosotros estamos haciendo exactamente lo que ustedes nos enseñaron, en las aulas de clase, en los espacios de construcción de ciudadanía, en el ejercicio de la profesión. Y es claro que para una avanzada revolucionaria, somos enemigos porque la democracia es enemiga. Lo malo es que esta cosa que ustedes llaman revolución les ha costado la conciencia: suicidas en primavera, en nombre de una militancia ¿Quién lo hubiera dicho? Es un mal chiste, sin duda.

Los dejo con una cita de Trincheras de papel, el periodismo venezolano del siglo XX en la voz de doce protagonistas, una coedición UCAB-El nacional, que tuve el honor de coordinar:

“Desde 1936 y hasta hoy, no son pocas las veces en que nuestros periodistas han suscrito opiniones partidarias, o se han involucrado en proyectos políticos de diferente signo, bajo modalidades diversas, dentro o fuera del ámbito consagrado por el oficio. Algunos desde el periodismo, suscribieron la democracia representativa como espacio político alternativo a la república censitaria y a ésta como agente de un proyecto político policlasista, nacionalista y modernizador y la incluyeron con referencia ineludible a la hora de valorar la información de las fuentes, de cara a la opinión pública. Otros suscribieron el socialismo revolucionario y la insurrección amada contra el imperialismo que hegemoniza el orbe. Otros denunciaron los vicios totalitarios de la dictadura del proletariado y abogaron por reenfocar la democracia en función del interés que ésta debe tener por la construcción de una sociedad socialista y democrática, o liberal solidaria de inspiración cristiana. Otros se dedicaron a dar sustento al liberalismo como eje de la construcción de un nuevo orden republicano, basados en un modelo económico que se aspira moderno y globalizado. Otros abogaron por el surgimiento de un nuevo orden civilizatorio que oponer a la modernidad y a la globalización. Pero todos ellos, en suma, desarrollaron sus proyectos de vida y sus trayectorias profesionales, en el marco que sus ideas suscribieron, las cuales, en algunos casos, los llevaron del periodismo a la actividad política y en otros en sentido contrario, construyendo trincheras de papel.” (…)

Antonio Gramsci (1891 - 1937) dejó numerosas nociones para la filosofía e incluso la sociología política, pero una de ellas (más afortunada, claro está, que la de hegemonía) nos define como profesionales: la del intelectual orgánico. Y así como Platón no quería a los poetas en su República, las dictaduras no quieren a los intelectuales, lo cual dicho sea de paso, es todo un honor. (la foto es de www.antroposmoderno.com)