viernes, 21 de agosto de 2009

Mayoría en red


CUANDO HAY QUE pensar, es importante tener la mezcla química adecuada para poder hacerlo. Si se tienen las hormonas a flor de piel, o el torrente sanguíneo está repleto de adrenalina, es casi seguro que las ideas que surjan serán demenciales. No estoy hablando de objetividad, pero sí de mirar las cosas claramente y para ello es necesario cierto distanciamiento, cierta serenidad que sé, es difícil tener en estos días, pero la peor diligencia es la que no se hace; además son necesarios buenos medios para garantizar buenos procesos que lleven a altos fines, lo contrario sería creer –como creen muchos de los que hoy nos gobiernan, incluso muchos opositores- que siempre el fin justifica los medios.


Por ello hay que pensar qué hacer, de la mejor manera, para afrontar lo que viene.


En esta fase del proceso, el ataque, ciertamente, es a las instituciones que crean racionalidad: a la escuela y a los medios. Los mandones necesitan interferir las comunicaciones y desplegar el aparato de ideologización, para terminar de copar el espacio donde se mueve la racionalidad democrática, ello sin descuidar el ataque a la economía y el control social ejercido por el lumpen en forma de hampa. Ya han tomado control del aparato productivo, de la banca, de las importaciones, de las divisas y obligan la colaboración de quienes no tienen suficiente músculo financiero para soportar los embates. Por otra parte, intentan eliminar las capacidades de gestión de las instancias del estado elegidas por sufragio universal (gobernaciones y alcaldías, de tirios y troyanos, es igual), para sumir al Estado en tal caos que la corporativización resulte la única opción posible para que el estado garantice los derechos de la parcialidad que apoya el proceso.


La respuesta democrática está desarticulada en los sectores afectados: protestas, principalmente, y ahora la búsqueda de un consenso para someter a referéndum abrogatorio la Ley Orgánica de Educación, consenso que, por demás, está difícil. Otro tanto se puede ser que se intente en su momento, cuando se legisle nuevamente a favor de la censura, en la reforma de la Ley del Ejercicio del Periodismo. Mientras, el ejecutivo seguirá procediendo a controlar por la vía administrativa, con una mezcla de sagacidades jurídicas, enfrentando a cada razón ideológica una razón de soberanía, ante la cual el derecho hace silencio, porque lo administrativo dio siempre por sentado el derecho del Estado; la discusión sobre la legitimidad de los actos administrativos del Estado le corresponde a un Tribunal desarticulado mediante el desacato que el TSJ hace a una sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y la constitucionalidad de los actos del Estado está garantizada por un tribunal supraconstitucional que le otorga todas las sentencias en nombre de la coherencia del proceso.


Nuestra dirigencia política no comprende muchas cosas, angustiada de ver cómo la mayoría sigue inmóvil, desafiliada del régimen pero también negada a aceptar su liderazgo. No ha logrado hacer contacto con ella y convencerla de que la elección racional está bien para juegos de suma cero, pero el más próximo es en 2010 y no hay garantía –de seguir las cosas como van- de capitalizar el descontento creciente en la población con las actuales políticas públicas, o con una nueva legislación electoral que eliminó el principio de representación proporcional de las minorías. Las dirigencias de los sectores en conflicto tampoco entienden que son necesarios los consensos y las agendas, porque no hay líderes con suficiente liderazgo personal como para generar por sí mismos la convicción. No los hay, los partidos no los tienen, y los medios tampoco. No hay una figura única, y eso no necesariamente tiene que ser tan malo: hay una crisis, pero también la crisis entraña la oportunidad.


Hay que conformar la mayoría este año, en lo coyuntural y en lo estructural. Para ello hay que pensar en programas y agendas políticas basadas en la solidaridad. Hay que aprovechar el inmenso poder de las redes sociales, la capacidad que estas tienen de poner de acuerdo a la gente desde sus dimensiones más cotidianas, de superar la indefensión aprendida por la vía de la socialización. Los partidos –y sus liderazgos- tienen que comprender que no habrá futuro para ninguna opción, si no se apuesta hoy por la concordia de las posiciones encontradas en la búsqueda de denominadores comunes, y ello es válido para todos los sectores. Reinventar los medios pasa por crear sistemas de información para comunidades, por agregar valor y ponerlo al servicio de iniciativas sectoriales que las retroalimenten, considerándolos como lo que son: medios y no fines en sí mismos. El contenido político de estas redes tiene que partir del reconocimiento de sus identidades particulares, de sus problemas, para apoyarlos en el aprendizaje de soluciones compartidas donde la clave es, justamente, el aprendizaje. Sólo de redes empoderadas surgirán los apoyos políticos a los candidatos a la asamblea nacional, de entre sus líderes más asertivos, y no desde las candidaturas impuestas por los cenáculos de siempre, y ello va igual para tirios y para troyanos, para partidos y gremios, para todo espacio que requiera representación democrática. Vale recordar que en la diferencia entre convicción y militancia se nos ha ido la vida política, perdiendo una década de trabajo. ¿Les cuesta tanto trabajo a los partidos reconocer su falta de humildad, así como el agotamiento de sus prácticas políticas, que es necesario que ellos también se reinventen?


Hablamos de redes solidarias en todos los ámbitos de la vida comunitaria: para compensar con información en tiempo real la indefensión frente a la acción de los delincuentes, para organizar a las comunidades en la defensa de sus derechos como consumidores, para presionar frente al poder las arbitrariedades cometidas en nombre del proceso, para optimizar el aprovechamiento de los recursos, para hacer cumplir las leyes de la República, para hacer República desde ese espacio intermedio entre el todos y cada uno del individuo indefenso frente a la masa (para cuya defensa está el Estado) que es la comunidad. Hablamos de redes que, una vez que se agreguen, podrán rebelarse contra la injusticia desde la legitimidad del poder popular, haciendo resistencia inteligente frente al apartheid político.


Sólo con una agregación de las redes sociales, politizadas en función objetivos de diferente escala, que correspondan a diversas realidades sociopolíticas y económicas y que puedan ser ubicables en un corto, mediano y largo plazo, vamos a poder hablar eficazmente de mayoría, más allá de la contingencia, superando el clientelismo. Sólo con una agregación de las redes movida por la solidaridad, podremos estructurar el poder popular en función de darle proyectividad, esto es: cumpliendo objetivos. Sólo cuando conformemos una mayoría en red, podremos paralizar la toma del Estado por la facción, recuperándolo para los propósitos de la democracia por la misma democracia. Y eso puede y debe hacerse aquí y ahora, considerando a un mismo tiempo la urgencia de defenderse del ataque y la capacidad de creación del después que todos –nosotros- aspiramos.


Mañana sábado marcharemos. Un nuevo acto de masas servirá para mostrar volumen en cámara y para que las salas situacionales saquen sus conclusiones numéricas y prendan las alarmas ante la profundización de las tendencias de la opinión pública. Mientras, quienes llevar la ruta de la avanzada revolucionaria responderán “¿encuestas para qué? Lo que hace falta es el poder y el silencio para que la mayoría –desmovilizada- acepte como un hecho consumado la revolución. Le funcionó a Trotski con la toma del palacio de invierno, por qué no tendría que funcionar ahora, si la fórmula depende de las condiciones históricas y en Venezuela ya están dadas”. Poder de fuego y silencio de las conciencias, con eso intentan consolidarse en el poder. No podemos permitírselo.


Pero no será sólo marchas como lo lograremos. En eso el Tao es más sabio: “la red del cielo es de maya amplia, pero no pierde nada”. La imagen es de citilabblog.wordpress.com/

lunes, 10 de agosto de 2009

Daniel, in memoriam

DANIEL ESCAMEZ FUE mi compañero en la maestría en Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello. Era periodista egresado de esta casa de estudios, y sabíamos, trabajaba en el Ministerio de Comunicación e Información, como analista de entorno. Su horario de trabajo (nocturno) y el previsible alto volumen de tareas que le tocaba desarrollar hizo que se fuera retrasando con la maestría, pero le faltaba poco para culminar. Muy discreto, en parte porque era su naturaleza, en parte porque los tiempos y las diferencias de lógica entre su trabajo y su casa de estudios le imponían serlo, pero aun a pesar de ello afable y cordial, humano como el que más.


El amanecer del sábado lo encontró convertido en una estadística más, del hampa y la violencia cotidiana, la marea de sangre en la cual naufragamos todos los días. Había terminado su turno, salió de su trabajo e iba previsiblemente para su casa, en un vehículo del Ministerio, cuando fue interceptado por ¿dos? criminales que le asestaron un disparo en el pecho, matándolo y dejando abandonado su cadáver en plena cota mil. El episodio, ciertamente, no difiere de otro cualquiera que hayan relatado los medios de comunicación en los últimos diez años (aunque ciertamente en los cuarenta anteriores también haya habido criminalidad, pero nunca en esta proporción ni bajo estas condiciones), y ese es parte del dolor que representa, pues hoy lo reseñamos en la prensa, pero mañana lo olvidaremos, entre el gran número de informaciones de similar naturaleza que todos los días nos toca reseñar.


Yo no quiero olvidarlo tan pronto y a pesar de que no lo conocí demasiado, sí quiero compartir con ustedes la triple conmoción que me causa su partida, después de hacerle llegar por esta vía a sus parientes y amigos, mi solidaridad con su dolor.


Primero, porque seguramente yo no habría estado de acuerdo con todas sus posturas políticas (no sé si era chavista y francamente, ya no importa), pero ello no fue óbice para respetarlo y cordializar con él en actitud fraterna.


Segundo, porque estando él al servicio de los mandones, sucumbió de la mano de unos criminales que no conocemos, pero que a los efectos de la negligencia pasiva que este gobierno muestra en la ausencia de una política seria de seguridad ciudadana, operan como lumpen encargado de ejercer el control social por la vía del miedo, comisarios políticos del régimen; y si queremos ver este episodio como una escaramuza más, dentro de esta guerra no declarada donde la ciudadanía es el enemigo interno, digamos que murió por fuego amigo, aunque el fuego no es amigo de nadie.


Tercero, porque Daniel, muerto a la salida del trabajo, deja ver a otros que, en alguna medida, pasaron y pasan por parecidas circunstancias. No quiero decir que ese fuera su caso, pero ¿cuántos empleados públicos que son funcionarios de carrera, han tenido que trabajar en condiciones humillantes a las órdenes de la facción al mando? ¿Cuántos empresarios han tenido que aceptar las condiciones impuestas por el gobierno, so pena de tener que quebrar? ¿Cuántos venezolanos han tenido que ir a marchar con la franelita roja, para poder recibir los beneficios de las misiones? ¿Cuántos profesionales jóvenes buscar formarse en universidades venezolanas, públicas y privadas, con razones sustantivas y críticas y no con consignas predicadas a coro, que es lo que ofrecen las universidades del proceso? ¿Cuántos de nosotros emigraron, huyéndole a la desesperanza? ¿Cuántos tuvieron que regresar, sumándole a la angustia, la frustración? ¿Cuántas familias viven aterrorizadas, pensando en qué momento engrosarán unas estadísticas que el gobierno se niega reflejar, pero que son un secreto a voces? ¿Cuántos consejos comunales están esperando que les bajen del Ejecutivo unos recursos que no llegarán por no estar afiliados con las lógicas administrativas del régimen (coima, clientelismo, compadrazgo y corrupción)? ¿Cuántos venezolanos han visto frustrada su esperanza de justicia social por un régimen para el cual la autonomía es mala palabra, cuanto más la libertad?


Yo no niego que haya cosas buenas en el proceso, que haya habido beneficios y beneficiarios en nombre de la justicia social. Pero me pregunto, llevando la cuestión a una lógica de medios y fines, si los medios que este proceso eligió no son demasiado costosos para el fin que se propuso, pues la “suprema felicidad social” parece no admitir discrepancias en el modo de conseguirla: o todos somos felices al modo que lo prescribe la burocracia, o no hay felicidad posible. ¿Era necesaria la dictadura del proletariado para reconstruir la solidaridad del pueblo? ¿Por qué en la primera década del siglo XXI hay que volver a plantear los dilemas de la revolución rusa de 1917, es que acaso no hay progreso en las ideas y en la historia? ¿O es que la revolución bolivariana es para negar la modernidad, porque esa es la ideología del capitalismo? El estado se ha corporativizado y todo ha sido legal ¿eso quiere decir que son posibles las leyes sin la justicia? ¿Qué justicia es esa que exige en pago el sacrificio de la dignidad de un pueblo?


Tampoco niego los argumentos por los cuales hemos denunciado una y otra vez las prácticas autoritarias de un gobierno que aspira a consolidar un totalitarismo desde la hegemonía (lo vengo diciendo desde 1994 y ni en un ápice ha variado mi posición), como tampoco niego que los beneficiarios rara vez se detienen a pensar en las implicaciones de sus beneficios, sobre todo si no se valoran los costos asociados, y en ello el régimen ha tenido ingente ayuda, la cual le ha permitido actuar como tuerto en tierra de ciegos. Eso me angustia porque pareciera que no tenemos comprensiones ante el proceso, aunque sí muchas explicaciones a los fenómenos que han ido apareciendo, lo cual luce como una colcha de retazos, un parcelamiento de visiones de mundo donde cada quien está sentado dentro de los linderos de su verdad. Tirios y troyanos muestran su incapacidad de promover la comprensión colectiva, porque se ha dejado afuera a la mayoría; y ésta a su vez se ha dedicado a tomar distancia silenciosa de los bandos enfrentados, incapaz de articularse, de generar su propia alternativa de cambio.


Aun no hemos aprendido a sistematizar los intereses particulares en la perspectiva del bienestar común, y eso nos toca aprenderlo en un estado de guerra interna donde un bando ha declarado enemigo al otro en el nombre conculcado de la soberanía, y donde el otro se defiende eludiendo la discusión, plebiscitando la política, olvidándose de la gente, mientras la gente, que calla y espera, ya no espera tanto, y de los murmullos está por pasar a los gritos. Por esas cosas hay un país que está entrando en tensión frente a las agresiones corporales: mis ojos en RCTV, mis oídos en las 34 emisoras de radio –y las que faltan-, mi estómago en los rubros desaparecidos, mi modus vivendi en Guayana y la Costa Oriental del Lago; la educación de mis hijos, mi propiedad. ¿Cuándo haremos algo frente a la amenaza de muerte de la delincuencia y la violencia política?


De este país lleno de preguntas, partió Daniel convertido en estadística. Algo de nosotros se fue con él. Yo quisiera que su muerte sirviera para que nos diéramos cuenta del atolladero en el que estamos y de que sólo entre todos vamos a poder salir con el aprendizaje que se oculta en esta hora: de que sólo entre todos podremos construir un nosotros, en el cual vivir. La foto es de http://www.guiafashion.com

miércoles, 5 de agosto de 2009

Reinventar los medios, desechar los miedos

HAY UN CONCEPTO que anda circulando en facebook y en twitter que vale la pena revisar: es necesario que reinventemos nuestros medios de comunicación. Ello, a la luz de las últimas contingencias de la hegemonía comunicacional –la ley de delitos mediáticos de Luisa Ortega, la reforma a la ley del ejercicio del periodismo, el cierre de 34 emisoras, de 240 que están en la mira y las reformas al COPP , a la LOTEL y a la ley RESORTE-, pero principalmente en la perspectiva de la destrucción del espacio público, por el cual somos una República, causada primero por el familismo anómico, y luego por esta revolución negadora de la modernidad.

Hagamos pues, el ejercicio. El discurso de la facción revolucionaria es democratizar el acceso a los medios, en un contexto donde se plantea colectivizar la propiedad, que por supuesto, administrarían ellos en su doble condición de funcionarios públicos miembros de un partido revolucionario, porque en su visión del socialismo, primero va la dictadura del proletariado y después, cuando las comunas se empoderen, se decidirá si se les manda los tanques como a Checoslovaquia, o si se les deja declarar el reino de Dios en la tierra. La práctica que sustenta este discurso es la hegemonía comunicacional, con la cual intentan lograr el acuerdo de la sociedad, no convenciéndola, sino sojuzgándola. Para ello se desnaturalizan las leyes, se judicializa la política y se emplean ingentes cantidades de dinero para montar un aparato de propaganda digno de Goebbels y al mismo tiempo, se comisiona al hampa, cual lumpen, para operar como comisariato político ejerciendo el terrorismo de estado ante la vista gorda del Estado; igualmente, se instala un mecanismo de políticas públicas asistencialistas que en la práctica se convierte en una gran subasta de conciencias, porque el estado administra una renta única para divisas y para salarios. Se corporativiza el Estado, se conforma un apartheid político y se coopta el concepto de soberanía popular, en la figura de un líder que es la encarnación de un pueblo. Nada que no hayan ensayado, con relativo éxito, Mussolini y Hitler, Fidel y Pol Pot, Mao y Stalin. Nada que no nos cuente, a modo de parodia, Bertolt Brecht, o que no le hayamos leído a George Orwell, o que no haya sido denunciado hasta la saciedad.

Los medios sacrifican su capital de credibilidad por tomar parte en la contienda contra el proceso, en su condición de actores políticos, que ejercen el poder de convicción en función de mantener el statu quo y la gobernabilidad de la República. Pero eso es una contramarcha de lo que hicieron en la década anterior, cuando en nombre de democratizar el poder jugaron a la política antipartidista y abrieron la posibilidad de que estos “revolucionarios” accedieran al poder. Su capacidad de operación política, actualmente, es inversamente proporcional a su estructura de costos, lo que parece apuntar a que la guerra de desgaste del proceso está produciendo sus frutos. Por otra parte, la insistencia en producir comunicación social de manera industrial, para las masas, merma su capacidad de influir y termina consolidando la hegemonía del proceso. ¿Cuántos medios tienen una agenda setting diferente a la que dicta Miraflores? ¿Cuántos periódicos invierten en investigación y en periodismo de precisión? ¿Cuáles son los periódicos que están gestionando su información como servicio, para unas audiencias que al contrario de sus generaciones precedentes, producen información además de consumirla?

Es comprensible que a los medios les cueste cambiar sus modelos de negocio en medio de este panorama tan complejo, pero si vamos a reinventar los medios, ellos deben pensar con seriedad que es ahora o nunca. Y digo vamos, porque el tamaño de la operación y la velocidad de los medios digitales y las redes sociales muestra que son las audiencias quienes están exigiendo esa reinvención.

Otro tanto ocurre con los partidos políticos, que sumidos como están en el maridaje con los medios de comunicación, olvidan la posibilidad de otra política allende los comicios. Hay una cita vencida y otra sujeta a la aprobación de una Ley de Procesos Electorales que va a consagrar en el poder a la facción revolucionaria como ocurrió con el partido Baaz en el Irak de Hussein, sin fórmula alguna de equilibrio en el juego de suma cero. Y he aquí el drama: los partidos no pueden impedir la aprobación de esta ley, les toca convertirse en mayoría, pero no calan, definitivamente, en la mayoría de la población, en los estratos D y E, donde campean los desafiliados. ¿Cómo llegarles? Ellos insisten que a través de los medios, sustituyendo el trabajo con la gente por la presencia en los medios, porque es más barato, tanto en dineros como en inteligencia: porque no hay reacciones frente a los medios, salvo cambiar de canal o dejar de comprar el periódico. Con ello quiero decir y digo, que el déficit democrático no lo causa sólo la facción, que los medios consolidaron la hegemonía comunicacional al no tener una agenda independiente, centrada en la gente y no en la prominencia de cargo que por más de un siglo ha enseñado la doctrina de la objetividad.

Si las comunidades se están organizando, si están empleando la tecnología y aprendiendo nuevos modos de ser ciudadanos, serán los ciudadanos los que impongan la refundación, y lo harán deprisa, movidos por las urgencias. Y en eso van a tener todo el apoyo de los periodistas, comunicadores sociales de estos y de todos los lares. Ya veremos más blogs de periodistas, ya veremos a más periodistas gestionando recursos informativos para comunidades, ya veremos a más periodistas montando mesas de edición de twitter, confirmando informaciones y generando certezas en el entorno digital, ayudando a las comunidades a darle calidad a sus flujos informativos. Nosotros, que a nosotros mismos nos concebimos como intelectuales orgánicos, podemos ayudar a reencarnar en el cuerpo social la idea de democracia, creando una masa crítica de influencia y convicción lo suficientemente fuerte como para mover a la gran mayoría desafiliada, en la perspectiva de alinear sus propios intereses con el bien común. ¿Es eso acaso diferente a lo que hemos intentado todos los días, desde nuestras ocupaciones de rigor?

Sin embargo, los medios digitales aun no se fortalecen más porque los anunciantes aun apuestan al modelo de comunicación industrial, al maridaje con el statu quo, y es por ello que apenas 1% de la pauta publicitaria está en Internet. ¿Qué esperan los anunciantes para presionar a las agencias de publicidad para que aprendan a gestionar avisos para medios digitales? ¿Qué esperan los periodistas para enseñar a las comunidades a constituir juntas de consumidores, para la defensa de la calidad de los servicios a la vez que para la defensa de la propiedad, la libertad de empresa y la igualdad de oportunidades ante la ley? ¿Qué esperan los periodistas para promover la cultura de paz, la justicia de paz, para ayudar a que las comunidades se organicen para hacerle frente al comisariato político del régimen?

El miedo es libre, ciertamente, pero cede cuando muchos temerosos se reúnen para encararlo. La reacción frente a las radios es una nueva clarinada de lo que es posible hacer, para nuestro propio aprendizaje, superando esta pesadilla