viernes, 3 de febrero de 2017

Hacer política

HACER POLÍTICA NO ES HACER LA GUERRA,  por mucho que las metáforas que se empleen en el discurso pretendan tener un impacto contundente en las emociones de la ciudadanía; por mucho que las palabras se dispongan como obuses vicarios que hagan retroceder los argumentos hasta un mínimo nivel que pueda considerarse defensivo; no. Hacer política no puede entenderse solo como una técnica para agregar expresiones de voluntad en torno a un conjunto de candidatos, reduciendo la república a solo un recuento y considerando a los ciudadanos como meros electores; no.

En los días que lleva esta catástrofe, estudios de opinión pública recientes nos indican que el ciudadano prefiere el diálogo a cualquier otra opción para solucionar el conflicto, porque no está dispuesto a verter la sangre –su sangre- en una guerra que aún no ha sido declarada. Diálogo que, dicho sea de paso, ahora luce tan improbable como cualquier tipo de elección, sea regional, o general adelantada, como luce cada vez más probable la amenaza armada. Vale decir entonces, que, ahora que no parece haber elecciones, tener una alianza electoral dedicada a dirigir la oposición no parece tener mucho sentido, a la vez que tener un gobierno que vicariza una guerra para mantener los controles sobre la población aparece como una muestra de cómo puede ceder la razón –de estado, en este caso- a la voluntad de la nomenklatura (¿o será la mafia?) en lo que no luce como un choque de poderes, sino como la concentración de poder en un solo polo mientras disminuye en el otro.

El mismo estudio de opinión nos muestra cuan terca puede ser la realidad, que casi trece años después de la primera medición donde aparecieron (2004) el electorado sigue repartido en tres grupos de afiliación: los oficialistas, los opositores y los independientes. Este escribidor se pregunta ¿cómo es esto posible en un esquema político agonístico, con enfrentamiento de bandos? Y la respuesta parece ir a tono con el meme ya popular, que muestra la evolución humana desde los homínidos hasta el homo sapiens, junto con la leyenda “devuélvanse, algo salió mal”: ni el mercadeo electoral ni el encuadramiento a partir de agenda, ni el crear organizaciones que sustituyan la militancia por la audiencia son suficientes, ahora, para hacer política, en un país cuyos ciudadanos decidieron informarse más y mejor, dándose su propia dieta informativa, confiando en los periodistas antes que en los medios y en las comunicaciones digitales antes que las industriales. Si los bloques “opositor” (42,9%) e “independiente” (37,4%) son de similar tamaño mientras el “oficialista” (17,7%) es menor, hacer política solo para 4 de cada 10 venezolanos es una pérdida de tiempo y de recursos, y no se crece realmente, porque faltan convicciones y porque el ciudadano de esta república quizás ya está cansado de aquellos expertos que desde sus saberes consagrados recomiendan “gobernar por el pueblo pero no con el pueblo” como dice Francisco, el papa.


Hay que hacer política en serio más allá de la tribuna; retomar la pedagogía cívica, cambiar la forma de ejercer el liderazgo para poder superar el personalismo, como forma vacunada del caudillismo; combinar partidos y movimientos, democratizar la sociedad civil; construir un horizonte país compartido, tener un proyecto histórico que nos saque de este atolladero, construir organizaciones políticas deliberativas y transparentes, crear convicciones y abrirse de una buena vez al futuro ¿Es mucho pedir? ¿No sirve la política para hacer estas cosas? ¿O acaso es más útil la guerra? 

Algunos de mis artículos son publicados por el Diario El Nacional en su versión web, cada quince días, los días viernes. Este se encuentra en el siguiente enlace
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/hacer-politica_78941