sábado, 12 de julio de 2014

Un mal chiste

NO SUELO USAR este espacio para manifestar mi enojo en forma personalizada: siento yo que hay demasiada palabra sin sindéresis por ahí suelta, que sumarme al coro implica restarme de otro lado, y no estoy para operaciones  básicas.
Pero acabo de ver completo el video de 1:47, con el cual el querido grillo Briceño promociona su programa de tv digital Reporte Semanal, que es donde Ramón José Medina dice la frase: "Bueno, para sacarlo de la cárcel no tenemos ningún plan, porque el único que inventó el plan para estar en la cárcel fue él mismo. Entonces él fue el que se entregó; entonces es complicado sacarlo de la cárcel, es complicado”.
Uno pudiera aceptar que eso es un mal chiste, incluso pudiera aceptar como bueno el mea culpa de Ramón José Medina, Secretario adjunto de la  MUD, si no fuera porque resulta un acto fallido, que en política son peores que descubrir a alguien mintiendo, o incurso en algún episodio de doble moral.
Un acto fallido de Medina, entiéndaseme bien, significa que en algún momento, éste se lo escuchó a alguien decir, y lo reprodujo casi que de forma automática, en un formato de talk show, con lo cual además, confundió el talk show con el sit com. ¿Es así como realmente piensa la MUD? ¿Es así como realmente piensa PJ? No lo sabemos, porque Medina se disculpó fue con la familia de Leopoldo , pero luego instó a pasar la página alegando que “hay temas más relevantes en la unidad”, con lo cual vuelve a quedar difusa la frontera entre el interés personal y el interés político: otro acto fallido.
Creo que seguir el diálogo de Leopoldo López con Fernando Mires, a través de sus cartas publicadas en Prodavinci, resulta mejor para pensar en la hora, que la hermenéutica de las emisiones de Medina, más dignas de un arúspice que de un escribidor.  A López no dejo de considerarlo un caudillo, exageradamente personalista, perforador de organizaciones y lo suficientemente voluntarista e irresponsable como para lanzar una organización por el precipicio en función de tener la mejor posición.  Primero Justicia tampoco ha ocultado nunca su vocación de poder, pero no solidarizarse con la suerte de un dirigente opositor, por muy sui generis que este sea,  es exponerse a que en otra ronda del vaivén de la política, alguien le diga como se le dijo en su oportunidad a José Albornoz, ex PPT y ahora Avanzada Progresista, cuando fue destituido de la segunda vicepresidencia de la AN en 2010: “verdugo ni chilla ni pide clemencia”.
Yo retomo la pregunta que plantee en mi artículo de El Nacional de hoy, en carta a Henri Falcón: ¿una transición con preservación del statu quo, o una transición con sustitución del statu quo? No es un dilema fácil, tampoco es un dilema que atañe solo a los jerarcas de los partidos representados ante el CNE, de allí que más allá de las discusiones internas, es necesario que haya escenarios , que haya espacios de encuentro y que haya deliberación pública entre todos los sectores, para trazar un rumbo con suficiente compromiso.
No podemos despachar la constituyente por la falacia de apelación de autoridad, como tampoco podemos despachar la transición con preservación de statu quo, en alianza del gobierno con la oposición (¿Ugalde dixit?), como tampoco podríamos desestimar el Congreso de Ciudadanos, si supiéramos a ciencia cierta de qué va.  Resultará siempre más fácil tener una posición, someterla a prueba, defenderla y ganar o perder, que construir una posición colectiva común.

Lamentablemente, Medina hace malos chistes frente a una hora muy triste: espero que el 6% de la población venezolana, lanzada a la diáspora, las familias de los muertos por la violencia se lo sepan reír a carcajadas.

jueves, 27 de febrero de 2014

"El lado correcto de la historia"

¿De nuevo a la calle?
AQUÍ ESTAMOS, veinticinco años después del caracazo, otra vez contando víctimas y señalando culpables.
Aquí estamos, con ocho millones de venezolanos que no pasan del 7° grado.
Con una de las tasas de criminalidad más altas del mundo. Con más muertos que en la guerra de Bosnia, con casi tantos muertos que en la guerra civil de Siria, con tres de las ciudades más violentas del mundo.
Con una de las tasas de inflación más altas del mundo.
Con un desempleo galopante y un subempleo sometido a los designios de la burocracia mandante.
Con mafias delictivas que controlan a la población y la aterrorizan, en beneficio del gobierno.
Con precarios servicios públicos en todos los órdenes de la vida.
Con corrupción generalizada, en todos los órdenes de la administración pública.
Con la renta petrolera convertida en una ilusión, pues ¿cómo es posible que con los precios petroleros más altos de la historia tengamos esta situación de desabastecimiento, de inflación y de penuria para todos, salvo para los burócratas, los “enchufados” del régimen?
Con el país convertido en bandos, uno mandante y los otros dos excluidos, bien por oposición o bien por no haber hecho el trabajo de constituirse en bando: la mayoría silenciosa que espera el contacto, pero que no ha sido capaz de generar su propia opción.
Con la protesta criminalizada y una represión creciente, mandada por la burocracia cívico-militar.
Sujetos a la injerencia de una nación extranjera, ya no por la vía cultural, sino por la vía administrativa: con cubanos mandando en todos los órdenes de la vida del país.
Divididos como nación, en una situación general de “sálvese el que pueda”.
Alejados de las oportunidades de desarrollo en el marco de la globalización.
Sin perspectiva de futuro para todos.

En estos últimos veinticinco años hemos buscado la vía para el cambio político y social general: una rebelión social en 1989; dos golpes de estado en 1992; la renuncia de un presidente en 1993; una Constituyente en 1999; una rebelión que terminó en un golpe de estado en 2002; un paro nacional en 2003; un referéndum revocatorio en 2004; un referéndum negatorio de una amplia reforma a la constitución de 1999 en 2007, una enmienda constitucional para la reelección indefinida en 2008.
Entre 1998 y 2014  hemos tenido quince años de elecciones para diversos cargos de representación popular que han servido de principal argumento a las instancias internacionales para reconocer el gobierno venezolano como democrático y legítimo, con lo cual hemos aprendido en carne propia que puede haber democracias sin demócratas.
Cambiamos una forma de democracia, la representativa, por otra, la participativa, pero el régimen no permite otra participación que la que ellos autoricen, de entre la gente que está en el partido o en sus redes clientelares, eliminando una de las condiciones necesarias para la participación democrática que es la autonomía.
Permitimos que la burocracia tomara control del gobierno y del estado, dejando fuera de las decisiones a los ciudadanos, corporativizando la justicia.
Permitimos que la burocracia controlara y disolviera las instituciones; que estableciera un mecanismo de propaganda y otro de censura que mermaran la capacidad de acción de los ciudadanos; que convirtiera los programas de asistencia social en programas de fidelización política, transformando al ciudadano en cliente, generando nuevas formas de exclusión política.
Permitimos que la nueva burocracia siguiera haciendo el mismo populismo de siempre, pero a una escala mayor.
Permitimos que la burocracia estableciera redes continentales, para apoyarse con otras, en nombre de un socialismo que, aun siendo denominado como Socialismo del Siglo XXI, no ha sido más que un socialismo nacional de tipo burocrático, como el soviético o el cubano.
Permitimos, en suma, que el régimen atentara contra los vínculos que constituyen no la democracia, la República, que es expresión de nuestra voluntad de crecer y convivir, juntos, en un mismo país.
Frente a este estado de cosas, debemos respondernos si veinticinco años no son tiempo suficiente para alcanzar un acuerdo en torno al futuro que queremos para todos, así como las dinámicas de cambio que debemos seguir para alcanzar ese futuro

Frente a este estado de cosas, debemos respondernos si veinticinco años no son tiempo suficiente para alcanzar un acuerdo en torno al futuro que queremos para todos, así como las dinámicas de cambio que debemos seguir para alcanzar ese futuro.
Y si es que estamos de acuerdo en que este es el tiempo para alcanzar ese acuerdo, ¿cómo lo hacemos?
La primera cosa que debemos lograr es entender que quienes atentan contra la República lo han hecho en función de sus propios intereses, secuestrando los derechos de todos los ciudadanos, con lo cual han constituido una tiranía.
Una vez producido este entendimiento, los bandos excluidos deben poder dialogar para establecer acuerdos en torno a un proyecto país socialmente consensuado. Un móvil para este diálogo es la solidaridad, un espacio para significar esta solidaridad es la unidad de la República.
Esta solidaridad debe llevarnos a respetar y a restituir los espacios de autonomía, constituyendo redes de deliberación pública en torno a acuerdos programáticos, deslindadas de los intereses de la burocracia, capaces de combinar la protesta social con los actos de gobierno de aquellas partes del estado que aun mantienen su autonomía: las gobernaciones y alcaldías regidas por aquellos que se deslinden de la burocracia. Otro tanto puede y debe ocurrir en la Asamblea Nacional.
Cuando las autonomías se agreguen en una mayoría solidaria en red, cuando política institucional y política social se articulen se podrá hablar legítimamente de paz, sobre la base de una agenda y no solamente para las cámaras. Se podrá construir la paz.
Quizás sí está llegando la hora del deslinde y de la unión, la hora en que los bandos se cierran por un futuro común. El lado correcto de la historia no es el de un bando sino el nuestro, el de todos nosotros.


Los estudiantes son nuevamente la vanguardia de los cambios, haciendo presión sobre la historia. Por estos días todos debemos ser un poco estudiantes, respetuosos del deseo que encarnan y solidarios con su causa que es la nuestra: la del futuro, que en hora de sombras no se ve y que hay que inventar para que desde nuestras mentes sea capaz de iluminarnos. Foto de Laureano Márquez, (@laureanomar)

viernes, 14 de febrero de 2014

Fascismo de clóset


 
QUIENES ESTUDIAMOS en la Universidad Central de Venezuela en los 90, seguramente la habremos visto, negros cabellos largos, rasgos indígenas, infatigables bluejeans y blusa blanca, en alguna de las escenas cotidianas del campus; prodigándole ternuras a los perros realengos, o en algún concierto en el Aula Magna, o escuchando a los cuentacuentos hilar historias, o colada como escucha en alguna clase de la escuela de letras. Algunos incluso capaz y cruzamos algunas palabras con ella y con suerte recibimos la flor de una sonrisa, escasa y valiosa como generoso de insultos podía ser su delirio, lleno de persecuciones y sombras que denunciaba a gritos, a veces hasta el desmayo: “¡fachos!, ¡fachos todos!”
Esa era Clara Daza, la loca Clara. Su recuerdo se me ha vuelto nítido en estos días, cuando tirios y troyanos se acusan de ser fascistas. Un historiador amigo mío hacía, hace poco, público regaño por el uso y abuso que las partes hacen del término, convirtiéndolo en insulto político, diciendo, palabras más, palabras menos, que 1) dedicarlo como insulto general (por repetido) logra que uno deje de saber la diferencia entre lo que es y lo que no es (“es bien probable que una calificación que sirve para tanto no sirva para nada”); y 2) que antes que fascismo, como cosa propia de los venezolanos está “la vocación de arrodillarse ante el mandón”.  Y he aquí el problema: según sea la definición que manejemos, en Venezuela hay trazas más o menos recurrentes de pensamiento fascista, tanto en la política como en otros órdenes de la vida nacional, o por el contrario, no lo ha habido nunca, ni siquiera en este presente tan ominoso que tenemos.
Si entendemos al fascismo solo como la ideología mussoliniana, no lucirán fascistoides los populismos de diverso signo, pero si manejamos la definición que Umberto Eco expone en el Ur Fascismo que “el fascismo era un totalitarismo difuso (…) el término fascismo se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y siempre podremos reconocerlo como fascista”; y anotamos los rasgos de éste que el semiólogo italiano identifica: culto a la tradición, rechazo del modernismo, culto de la acción por la acción, rechazo del pensamiento crítico, miedo a la diferencia, Llamamiento a las clases medias frustradas, Nacionalismo y xenofobia; obsesión por el complot; envidia y miedo al “enemigo”; principio de guerra permanente, antipacifismo; elitismo, desprecio por los débiles; heroísmo, culto a la muerte; transferencia de la voluntad de poder a cuestiones sexuales; machismo, odio al sexo no conformista; transferencia del sexo al juego de las armas; oposición a los podridos gobiernos parlamentarios;  neolengua… Pues, posiblemente los populismos, los burocratismos arcaizantes, los nacionalismos de diverso cuño (incluidos los socialismos nacionales),  los comunalismos de base puritana, los despotismos ilustrados, las tecnocracias, las democracias delegativas, los monopolios institucionales, tengan más que un tufo de fascismo.
Y si entendemos al fascismo solo como un orden político, no veremos que, mutado como un gen social, como una escala de valores y como una lógica con la cual construimos nuestra relación con el otro, existe un fascismo social producido por tanta democracia instrumental, al que Boaventura de Sousa Santos describe como uno que “en lugar de sacrificar la democracia a las exigencias del capitalismo, trivializa la democracia hasta el punto que ya resulta innecesario, ni siquiera conveniente, sacrificar la democracia a fin de promocionar el capitalismo. Se trata de un tipo de fascismo pluralista producido por la sociedad en lugar del Estado. El Estado es aquí un testigo complaciente, cuando no un culpable activo. Estamos entrando en un período en el que los Estados democráticos coexisten con las sociedades fascistas. Es por tanto un fascismo que nunca había existido.” Y pese a la novedad, Boaventura identifica cuatro tipos de este tipo de fascismo: apartheid social; fascismo contractual que “se da en las situaciones en las que la discrepancia de poder entre las partes en el contrato civil es tal que la parte más débil, presentada como más vulnerable por no tener ninguna alternativa, acepta las condiciones impuestas por la parte más fuerte, por muy costosas y despóticas que sean”; el fascismo de la inseguridad, que “consiste en la manipulación discrecional del sentido de la inseguridad de las personas y grupos sociales vulnerables debido a la precariedad del trabajo o a causa de accidentes o eventos desestabilizadores. Esto desemboca en ansiedad crónica e incertidumbre frente al presente y el futuro para gran número de personas, quienes de esta manera reducen radicalmente sus expectativas y se muestren dispuestos a soportar enormes cargas para conseguir reducciones mínimos de riesgo e inseguridad”; y el fascismo financiero que es “el que controla los mercados financieros y su economía de casino. Es el más pluralista en el sentido que los flujos de capital son el resultado de las decisiones de inversores individuales o institucionales esparcidos por todo el mundo y que no tienen nada en común salvo el deseo de maximizar sus activos. Precisamente porque es el más pluralista, es también la clase de fascismo más cruel, puesto que su espacio - tiempo es el más adverso a cualquier clase de intervención y deliberación democrático. La crueldad del fascismo financiero consiste en que se ha convertido en el modelo y el criterio operativo de las instituciones de regulación global: las agencias de calificación, el FMI, los bancos centrales”.
Si es posible que haya fascismo político aceptado por las democracias de todo el orbe, ello son malas noticias para la democracia; peor aún si es posible que haya sociedades fascistas, pues son pésimas para la noción moderna de humanidad. Lo que nos va señalando dos cosas. 1) Que en nuestra sociedad y en nuestro proyecto nacional, ha habido más fascismo del que reconocemos y 2) nuestro caso es un espejo donde otros países deberían verse y si no lo hacen, es posible que no lo puedan porque no hemos contado bien nuestro relato, porque hemos hecho abstracción de que las racionalidades asumidas tienen rasgos
comunes allende o aquende los países y hemos vuelto la lectura de nuestro conflicto político algo técnico que se explica con razones reductivas, pero que no se comprende como herencia entre generaciones, porque no sabemos, o no conviene que lo sepamos.
Mañana marcha el oficialismo convocado contra el fascismo, como si el único fascismo posible es el que ellos dicen que existe: el de una hipotética derecha que -ellos señalan- es la del capital. Y decimos hipotética porque la auténtica derecha de este país, la que tiene poder de fuego y capital es la denominada derecha endógena, que ellos cargan como contrabando, en el ala militar del proceso;  que se nutrió del nasserismo y de otros nacionalismos desarrollistas y comparte con el bando castrista del proceso intereses y objetivos. Ya desde 1994 (¡hace veinte años!) se veía como iba a ser la cosa y así lo escribí para el periódico El Capital,texto que ahora comparto.
No puedo, sin embargo, dejar de reconocer que mucho del sentimiento que anima las protestas opositoras en estos días, se ancla en los “valores” de común intercambio en el fascismo social que hemos gestado no como sociedad, sino como una vasta agregación de anomias. Y me aterra la visión de encontrar tanta banalización del mal que pide soluciones rápidas, que hace apelaciones al voluntarismo y que está más dispuesta a construir épicas con la sangre de un bando que solidaridades con las necesidades de toda la gente.
Los muchachos tienen, nuevamente, la razón histórica de su lado, pero es hora de hacer mucho más que arriesgar el pellejo. Hay que abrir las solidaridades con todos. Con los trabajadores que reclaman respeto a su derecho a construir hogares, a sacar adelante a sus familias y a construir un futuro para sus comunidades, con el trabajo que los fascistas en el gobierno ponen cada día más en riesgo. Con las madres que día tras día, cada vez más, reclaman  a los fascistas del gobierno la doble moral de llamar a los malandros (buenandros, llego a decir aquél) “compañeros” y de emplearlos como comisarios políticos que ejercen terrorismo de estado. Con los empleados públicos a los que no les quedó otra alternativa que emplearse en la administración pública y tener que enfundarse la camisa roja, tener que marchar y votar a juro, para poder mantener sus hogares. Con todos aquellos que se fueron quedando por fuera del sistema escolar y ya no creen que con la educación se pueda ser alguien en la vida. Con todos ellos y con muchos más, hay que construir la solidaridad, acompañarlos en la calle y en sus comunidades, para cerrar las brechas impuestas desde nuestro fascismo de clóset, para disolver de la memoria del aire las palabras del delirio de Clara. 
La foto no pasa de ser una coincidencia en gestos, pero en el blog de dondee la tomé prestada hay una reflexión pertinente: http://poliocio.blogspot.com/2013/03/es-el-chavismo-un-fascismo-encubierto.html