sábado, 26 de mayo de 2007

La sirena y la diana


¿Todavía alguien duda que estemos en guerra? José Ignacio Rey lo ha referido varias veces: guerra civil de baja intensidad. Pero ahora, con la expropiación de RCTV (porque eso resulta de la suma de no renovación de la concesión con la admisión del juicio por derechos difusos, con la decisión del TSJ de autorizar a CONATEL para darle a TVES la infraestructura de RCTV sin pagar un céntimo), al ataque contra la libertad de expresión se le suma el del derecho de propiedad y el conflicto parece subir de intensidad, a menos de que la “intensidad” se mida en cantidad de muertos, y dado que el average de los 8 años anteriores es más de 200 mil (Vargas incluido) para que se sepa que realmente hay una guerra civil, se requerirán dimensiones de matanza africana. No desesperen, más temprano que tarde llegaremos a completar las cuotas.

Estamos en guerra, pero no hay un relato articulado de la misma, por eso no lo percibimos con claridad (nosotros, la oposición, porque el gobierno sí lo tiene muy claro: las misiones, el posicionamiento geográfico, las metáforas belicistas, etc.) O no lo percibíamos hasta ahora, cuando finalmente tocamos la alarma, cuando nos dimos cuenta que con más de 400 medios de comunicación –Bisbal dixit- y ahora con dos canales propios de cobertura nacional, más la autocensura de los demás, la hegemonía comunicacional es un hecho, y ahora sí avanzamos hacia el control totalitario.

A quien se le haya ocurrido lo de la sirena antiaérea, mis felicitaciones, creo que ese gran performance colectivo que es la protesta con la sirena y el S.O.S. en clave Morse funde en un mismo evento nuestra percepción silenciosa aunque compartida de que, ahora sí se rompió la paz, junto con el miedo que los grandes pasos y los altos niveles de incertidumbre generan. La sirena es eso: la antesala de un ataque aéreo, en donde nadie sabe cuándo arrojan la bomba y dónde va a caer. Indica que hay que ponerse a cubierto mientras pasa, que hay que trazar estrategias para moverse en una ciudad derruida, que hay que garantizar suministros, pero principalmente, que nadie sobrevive solo, que son indispensables, un alto sentido de la solidaridad, una forma de articulación social de esa solidaridad, y grandes dosis de resiliencia.

Creo que con este símbolo poderoso, ya podemos asumir que estamos en guerra, y comenzar a comportarnos como lo que somos: población civil en medio de dos ejércitos que se enfrentan (¿pero cuáles dos ejércitos, si la oposición fue a las elecciones de diciembre pasado para quitarse el sambenito del golpismo y ganar legitimidad afuera, porque no a todos le llegan los petrodólares, ni les gustan; mientras que los revolucionarios cuentan con ejército formal, policías, milicia y bandas armadas; o será que hace falta que la oposición formalice su guerrilla, que es lo que el tipo quiere, que salga el nuevo ejército de los Mambises para pasar los fusilamientos por TEVES?)

Los pasos a seguir dentro de la escalada totalitaria, forman parte de un guión más o menos previsible: completar el control de los medios de comunicación, controlar los servicios de conexión a Internet (ya con la renacionalización de la CANTV se controla el principal ISP), controlar las universidades (las públicas autónomas primero, luego las privadas que son más fáciles), meter a la Iglesia en cintura y… se acabaron las instituciones.

Seguramente, quienes votaron por Chávez el 3 de diciembre, tenían una idea distinta del socialismo, o por lo menos, eso le vendieron. Algunos ya se han arrepentido (conozco casos) y las cifras de Hinterlaces no están nada mal para revelar las tendencias. Pero es que ya no importa si el tipo llega a tener 3% de popularidad, porque en guerra no se toman en cuenta las encuestas. El régimen legitima sus comisarios políticos en los barrios, de malandros carnetizados pasan a ser policías. Se consolida con el miedo.

Ese es el secreto de las guerras de cuarta generación: diseñaron una para aplicárnosla, no para que el chavismo se defendiera de los gringos: no somos civiles, somos el enemigo, y el gran peligro que corremos con el incremento del conflicto es la balcanización, que aquí no se entendería como la desintegración de países, sino más bien como el incremento de la intensidad de un conflicto perpetuo que sólo ve en la limpieza étnica la única solución satisfactoria. ¿No nos invitan ellos, a irnos del país, si no nos gusta lo que vemos, como si fuéramos extranjeros buscando repatriarse? ¿La pena del exilio no estaba abolida? Por otra parte, ¿no son estas, evidencias suficientes para que todo aquél que salga en estas circunstancias pueda apelar con legitimidad a solicitar asilo político? El peligro de la balcanización puede ser real, como puede ser una idea que ellos quieren que se instale en nuestra mente. Y algo que debemos concientizar es que nuestro miedo es su poder, pero eso no nos exime de pensar, de trazar escenarios y de ayudar a que la gente se forme criterios sobre las cosas (que par eso estamos, los periodistas). Y justo ahora, que es cuando más reflexión hay que hacer, cuando más hay que hablar, cuando más hay que ponernos de acuerdo, es cuando el terreno ha sido intervenido y nuestras comunicaciones han sido cortadas. ¿Esto no es señal de guerra? ¿Y qué hacemos?

Por lo pronto, sonemos la sirena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No se trata necesariamente de balcanización. Digamos, hay muchos tipos de guerras civiles: a) Una parte del ejército se enfrenta a otra, pues los dividen ideas, bandos, versiones de Dios, etc. (Los puritanos contra los anglicanos) b) Dos bandos civiles se arman y el ejército nacional no puede controlarlos pues se ha tornado débil ante dichos bandos (hutus y tutsies en Rwanda) c) Pequeños estados de una federación se enfrentan unos a otros, sin lograr vencerse definitivamente debido a su pequeñez, con el drama de que en medio quedan los pueblos de la antigua federación atrapados (la ex-Yugoslavia) o d) Un país donde conviven precariamente varios Estados, con relaciones comerciales, políticas, humanitarias, entre ellos, pese a que digan públicamente que piensan exterminarse uno al otro. La población atrapada no necesariamente beligera por alguno de los bandos, pero es desplazada (Colombia). Como vemos, el caso Venezuela no cualifica como guerra civil, al menos clásica, aunque sí puede serlo de una manera post-moderna, entendiendo que las armas no son únicamente las balas, ni la intimidación física, ni el miedo a la cárcel, o a la represión, que en este país sobra gente con cojones y ovarios.
Necesariamente el enfrentamiento es de muy baja intensidad, porque hay demasiada gente observándote, aunque cierres RCTV. Basta que haya cualquier ciudadano con una cámara, con un celular, y una conexión a Internet. ¿Miedo a CATV? No se crean: el gobierno está montando una red de Internet inalámbrico para cubrir los cerros, allá donde no llega la acometida de teléfonos fijos, Quiere controlar a partir de allí, pero justamente hay que usar sus armas para enfrentarle. Y hay que pensar como Neo: si la Matrix es ubicua, si cada movimiento electrónico que hagamos es registrado: ¿por qué no emplear los papelitos y los chasquis, los correos humanos, como hacía el capo de la mafia de Corleone? No lo habían podido atrapar porque no usaba celular, ni Internet, ni teléfono fijo, sino papelitos escritos con minuciosas: gloriosa vuelta de la caligrafía palmer y la miniatura.
Por supuesto que encontraremos formas de luchar. Faltaba más. Mientras tanto, mientras lo ven tanto y se cuida de que no se le vaya la mano, aprovechemos parar organizarnos. Hay que crear nuestros medios de comunicación alternativos, que superen con ingenio los que ellos acumulan. Ese es parte del trabajo. Pero de olas que si lo ponemos aquí nos van a pillar, así que nos vemos en la vía.