QUIENES ESTUDIAMOS en la Universidad Central de Venezuela en
los 90, seguramente la habremos visto, negros cabellos largos, rasgos
indígenas, infatigables bluejeans y blusa blanca, en alguna de las escenas
cotidianas del campus; prodigándole ternuras a los perros realengos, o en algún
concierto en el Aula Magna, o escuchando a los cuentacuentos hilar historias, o
colada como escucha en alguna clase de la escuela de letras. Algunos incluso
capaz y cruzamos algunas palabras con ella y con suerte recibimos la flor de
una sonrisa, escasa y valiosa como generoso de insultos podía ser su delirio,
lleno de persecuciones y sombras que denunciaba a gritos, a veces hasta el
desmayo: “¡fachos!, ¡fachos todos!”
Esa era Clara Daza, la loca Clara. Su recuerdo se me ha vuelto
nítido en estos días, cuando tirios y troyanos se acusan de ser fascistas. Un
historiador amigo mío hacía, hace poco, público regaño por el uso y abuso que
las partes hacen del término, convirtiéndolo en insulto político, diciendo,
palabras más, palabras menos, que 1) dedicarlo como insulto general (por
repetido) logra que uno deje de saber la diferencia entre lo que es y lo que no
es (“es bien probable que una calificación que sirve para tanto no sirva para
nada”); y 2) que antes que fascismo, como cosa propia de los venezolanos está “la
vocación de arrodillarse ante el mandón”. Y he aquí el problema: según sea la definición que
manejemos, en Venezuela hay trazas más o menos recurrentes de pensamiento
fascista, tanto en la política como en otros órdenes de la vida nacional, o por
el contrario, no lo ha habido nunca, ni siquiera en este presente tan ominoso
que tenemos.
Si entendemos al fascismo solo como la ideología
mussoliniana, no lucirán fascistoides los populismos de diverso signo, pero si
manejamos la definición que Umberto Eco expone en el Ur Fascismo que “el
fascismo era un totalitarismo difuso (…) el término fascismo se adapta a todo
porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y siempre
podremos reconocerlo como fascista”; y anotamos los rasgos de éste que el
semiólogo italiano identifica: culto a la tradición, rechazo del modernismo,
culto de la acción por la acción, rechazo del pensamiento crítico, miedo a la
diferencia, Llamamiento a las clases medias frustradas, Nacionalismo y
xenofobia; obsesión por el complot; envidia y miedo al “enemigo”; principio de
guerra permanente, antipacifismo; elitismo, desprecio por los débiles; heroísmo,
culto a la muerte; transferencia de la voluntad de poder a cuestiones sexuales;
machismo, odio al sexo no conformista; transferencia del sexo al juego de las
armas; oposición a los podridos gobiernos parlamentarios; neolengua… Pues, posiblemente los populismos,
los burocratismos arcaizantes, los nacionalismos de diverso cuño (incluidos los
socialismos nacionales), los
comunalismos de base puritana, los despotismos ilustrados, las tecnocracias,
las democracias delegativas, los monopolios institucionales, tengan más que un
tufo de fascismo.
Y si entendemos al fascismo solo como un orden político, no
veremos que, mutado como un gen social, como una escala de valores y como una
lógica con la cual construimos nuestra relación con el otro, existe un fascismo
social producido por tanta democracia instrumental, al que Boaventura de Sousa
Santos describe como uno que “en lugar de sacrificar la democracia a las
exigencias del capitalismo, trivializa la democracia hasta el punto que ya
resulta innecesario, ni siquiera conveniente, sacrificar la democracia a fin de
promocionar el capitalismo. Se trata de un tipo de fascismo pluralista
producido por la sociedad en lugar del Estado. El Estado es aquí un testigo
complaciente, cuando no un culpable activo. Estamos entrando en un período en
el que los Estados democráticos coexisten con las sociedades fascistas. Es por
tanto un fascismo que nunca había existido.” Y pese a la novedad, Boaventura
identifica cuatro tipos de este tipo de fascismo: apartheid social; fascismo
contractual que “se da en las situaciones en las que la discrepancia de
poder entre las partes en el contrato civil es tal que la parte más débil,
presentada como más vulnerable por no tener ninguna alternativa, acepta las
condiciones impuestas por la parte más fuerte, por muy costosas y despóticas
que sean”; el fascismo de la inseguridad,
que “consiste en la manipulación discrecional del sentido de la inseguridad de
las personas y grupos sociales vulnerables debido a la precariedad del trabajo
o a causa de accidentes o eventos desestabilizadores. Esto desemboca en
ansiedad crónica e incertidumbre frente al presente y el futuro para gran
número de personas, quienes de esta manera reducen radicalmente sus
expectativas y se muestren dispuestos a soportar enormes cargas para conseguir
reducciones mínimos de riesgo e inseguridad”; y el fascismo financiero que es “el que controla los mercados financieros
y su economía de casino. Es el más pluralista en el sentido que los flujos de
capital son el resultado de las decisiones de inversores individuales o institucionales
esparcidos por todo el mundo y que no tienen nada en común salvo el deseo de
maximizar sus activos. Precisamente porque es el más pluralista, es también la
clase de fascismo más cruel, puesto que su espacio - tiempo es el más adverso a
cualquier clase de intervención y deliberación democrático. La crueldad del
fascismo financiero consiste en que se ha convertido en el modelo y el criterio
operativo de las instituciones de regulación global: las agencias de
calificación, el FMI, los bancos centrales”.
Si es posible que haya fascismo político aceptado por las
democracias de todo el orbe, ello son malas noticias para la democracia; peor aún
si es posible que haya sociedades fascistas, pues son pésimas para la noción
moderna de humanidad. Lo que nos va señalando dos cosas. 1) Que en nuestra
sociedad y en nuestro proyecto nacional, ha habido más fascismo del que
reconocemos y 2) nuestro caso es un espejo donde otros países deberían verse y
si no lo hacen, es posible que no lo puedan porque no hemos contado bien
nuestro relato, porque hemos hecho abstracción de que las racionalidades
asumidas tienen rasgos
comunes allende o aquende los países y hemos vuelto la
lectura de nuestro conflicto político algo técnico que se explica con razones
reductivas, pero que no se comprende como herencia entre generaciones, porque no
sabemos, o no conviene que lo sepamos.
Mañana marcha el oficialismo convocado contra el fascismo,
como si el único fascismo posible es el que ellos dicen que existe: el de una
hipotética derecha que -ellos señalan- es la del capital. Y decimos hipotética
porque la auténtica derecha de este país, la que tiene poder de fuego y capital
es la denominada derecha endógena, que ellos cargan como contrabando, en el ala
militar del proceso; que se nutrió del
nasserismo y de otros nacionalismos desarrollistas y comparte con el bando
castrista del proceso intereses y objetivos. Ya desde 1994 (¡hace veinte años!)
se veía como iba a ser la cosa y así lo escribí para el periódico El Capital,texto que ahora comparto.
No puedo, sin embargo, dejar de reconocer que mucho del
sentimiento que anima las protestas opositoras en estos días, se ancla en los “valores”
de común intercambio en el fascismo social que hemos gestado no como sociedad,
sino como una vasta agregación de anomias. Y me aterra la visión de encontrar tanta
banalización del mal que pide soluciones rápidas, que hace apelaciones al
voluntarismo y que está más dispuesta a construir épicas con la sangre de un
bando que solidaridades con las necesidades de toda la gente.
Los muchachos tienen, nuevamente, la razón histórica de su
lado, pero es hora de hacer mucho más que arriesgar el pellejo. Hay que abrir
las solidaridades con todos. Con los trabajadores que reclaman respeto a su
derecho a construir hogares, a sacar adelante a sus familias y a construir un
futuro para sus comunidades, con el trabajo que los fascistas en el gobierno
ponen cada día más en riesgo. Con las madres que día tras día, cada vez más,
reclaman a los fascistas del gobierno la
doble moral de llamar a los malandros (buenandros, llego a decir aquél) “compañeros”
y de emplearlos como comisarios políticos que ejercen terrorismo de estado. Con
los empleados públicos a los que no les quedó otra alternativa que emplearse en
la administración pública y tener que enfundarse la camisa roja, tener que
marchar y votar a juro, para poder mantener sus hogares. Con todos aquellos que
se fueron quedando por fuera del sistema escolar y ya no creen que con la
educación se pueda ser alguien en la vida. Con todos ellos y con muchos más,
hay que construir la solidaridad, acompañarlos en la calle y en sus
comunidades, para cerrar las brechas impuestas desde nuestro fascismo de clóset,
para disolver de la memoria del aire las palabras del delirio de Clara.
La foto no pasa de ser una coincidencia en gestos, pero en el blog de dondee la tomé prestada hay una reflexión pertinente: http://poliocio.blogspot.com/2013/03/es-el-chavismo-un-fascismo-encubierto.html
2 comentarios:
Excelente artículo...muy preciso
¡Recórcholis, qué bueno tu escrito! En resumen, fascista yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos, y hasta el mismísimo Dios, fascista a imagen y semejanza de sus creaturas, o viceversa. Me alegra conocerte, me siento orgulloso de que alguna vez fuimos condiscípulos y, ocasional y alternativamente, amigos, enemigos, compañeros de bohemía, amienemigos, eneamigos, rivales, aliados y compañeros de trabajo. Ahora nos tocará ver lo que viene, que puede incluir mucho garrote y mucha sangre. Espero que no nos agarre ningún garrotaso, o algo peor.
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