sábado, 7 de junio de 2008

Eugenio

Si vuelvo alguna vez
Será por el canto de los pájaros.
Eugenio Montejo (1938 - 2008)




DEBO EL CONOCIMIENTO de la obra de Eugenio Montejo a un buen amigo, comenzando la universidad: el flaco. Él me regaló una edición de El cuaderno de Blas Coll que me leí con el asombro de quien descubre un Quijote en este “país de tanta luz y tanto absurdo” (Pérez Bonalde Dixit), con lo cual podía ser cierta la intuición platónica de las sustancias: que en cada hombre se encarna la humanidad, cosa en la cual he creído siempre, con todas las obligaciones morales que se encierran en esta idea. Mi aprendizaje del oficio se nutrió temprano de las reflexiones del poeta: El taller blanco me enseñó la paciencia y la humildad con la palabra que se amasa en silencio, como un pan que alimenta y se da a otros, en comunión laica con lo absoluto. Trópico absoluto y Algunas palabras fueron dos libros que me revelaron que se podía ser moderno por una vía distinta a la acumulación y la distinción de lo nombrado: conjugando todos los tiempos en presente, haciendo poesía de lo esencial y viendo cómo en cada cosa nombrada están las otras contenidas, en el microcosmos del poema. Pudiera parecer un contrasentido, si pensamos que el periodismo es el reino de las definiciones normadas por lo “políticamente correcto”, pero ¿cuan nuevas son las novedades que relatamos? Eso es algo que siempre me ha intrigado, platónico, como reconozco que soy.

Pero a Eugenio Montejo, el personaje detrás de la poesía, lo conocí fue en 1995, cuando yo coordinaba las desaparecidas páginas culturales del diario El Universal, por intermedio de Leopoldo Iribarren Baralt. Estaban por presentar El hacha de Seda, de Tomas Linden, uno de sus heterónimos: el colígrafo sueco emigrado y asentado en el mítico Puerto Malo, donde Blas Coll tenía su tipografía, quien se sumó a la comunidad de discípulos donde Sergio Sandoval, Eduardo Polo y Lino Cervantes ensayaban darle curso cada uno a su voz poética. Tuvimos una estupenda entrevista, sobre un libro formidable y sobre el sentido de escribir desde un heterónimo, y es de decir que para un platónico, de vocación panteísta, adorador del logos como hierofanía de lo absoluto, tiene mucho sentido hacerlo porque no se trata de hacer una obra personal, sino de hacer avanzar el ser de la palabra, para lo cual el yo es mera contingencia. (Y habrá quien diga ¿hay logos en la imagen? Sí, pero es cuento largo, para otro día). Es mucho más que un problema de “verosimilitud” o de “consistencia” entre una voz dada a nombrar desde otro tiempo (que no es el presente continuo de la modernidad) y las exigencias del estilo de la época: obedece a necesidades de otra índole, que ya habrá tiempo para discutir.

Ese mismo año, Milagros Mata Gil llevó a Ciudad Bolívar la experiencia del Simposio de Literatura Venezolana que se había realizado anteriormente en Eichstad (Alemania), y yo fui a cubrirlo por el periódico. Fue un viaje prodigioso donde Montejo se prodigó desde ese su modo tan personal de ser: tanta erudición tan cálida, tan significativa. Esa exquisita manera de contar y contarse desde la referencia, de concebirse desde la voz de los otros. Para mí eso siempre ha tenido mucho sentido, porque al fin y al cabo ¿quién es uno?

Debo decir, ahora, que cada encuentro, por breve que fuera, con Montejo, tuvo siempre esa riqueza. Sí concuerdo con la sensación de algunos, quienes lo conocieron, que ojalá hubiese habido más encuentros. Ello en parte se explica por el duelo, pero también porque es verdad. Yo hubiera querido serle más próximo, haber hablado más, haberle dado más de mí, pero no hubo tiempo: nadie da lo que no tiene y el tiempo en realidad es el nombre común de la atención, y si hay alguna culpa es esa. Entre 1996 y esta fecha, sólo lo encontré tres veces más. En 2001, a propósito de una inauguración de la Feria Iberoamericana del Arte, en el Hotel Caracas Hilton (que ya tampoco existe), en la Feria del Libro de Chacao (que fue un experimento con mucha pena y sin mucha gloria, pero que recuerdo con gratitud), y en una nueva entrevista que le hice para el diario El Mundo, el 28 de junio de 2006 (hace casi 2 años) a propósito de la presentación del ahora, último colígrafo: Lino Cervantes, autor de La caza del relámpago (Bid & Co. Editor, 2006). En la entrevista –que más bien fue una conversación grabada- Montejo habló de sus devociones:

- Pero fuera de la religión hay devociones ¿Entre las suyas cuáles cuenta?

- Muchas. Yo asumo siempre al escribir poesía o la forma heterónima de mi poesía, algo que dijo Juan Ramón Jiménez: “yo escribo como mi madre hablaba”. Una vieja andaluza que le dio nada menos que la entonación. Ahí está una serie de devociones que son las maternas, que siempre andan contigo. Tú puedes, por tu cultura, alejarte un poco de las creencias de tu madre, pero las devociones permanecen. De manera que Manuel Bandeira, el gran poeta brasileño es agnóstico, pero cuando elogia a la virgen María elogia a una madre brasileña, es una relectura a través de las devociones de la madre. Tal vez a través de un heterónimo o de un apócrifo puedas tú ir por otra voz. En lo demás, el sentido de tus devociones está marcado. Y mi más grande devoción es la palabra.

Nada que agregar, a partir de esto, a lo que interpreto como platonismo en Eugenio Montejo. Pero en lo que tiene que ver con la poesía y la búsqueda de la dignidad por la palabra, sí me quedan otras cosas que decir, sobre todo de cara a ustedes, mis interlocutores habituales.

1. Es posible que haya más poesía fuera de la literatura que dentro de ella, es posible vivir la vida poéticamente. Eso es la vida tanto como la obra de Eugenio Montejo. Y al decir esto se me viene a la mente la teoría de la influencia literaria de Harold Bloom (“La influencia es simplemente una transferencia de la personalidad, una manera de dar de balde lo que es más precioso para uno mismo, y su ejercicio produce una sensación y posiblemente una constatación de pérdida. Todo discípulo le arrebata algo a su maestro”), para decir que es necesario trascender cualquier liderazgo basado en la influencia, para pasar a ejercer el liderazgo basado en el diálogo intra e interpersonal: un poco de economía en los medios no nos vendría nada mal.

2. El primer acto poético que existe es empeñar la palabra y cumplirla. No se trata de hacer poesía de temática épica, ni tan siquiera de escribir: la fundación de otro mundo basado en las acciones sólo puede tener sentido si se hace desde una idea de humanidad, con el compromiso ético que eso implica.

Eugenio remite, etimológicamente, a bien nacido, de buen origen. Eugenio Montejo ha nacido, ahora, a su inmortalidad. A él le pido que se haga amigo de mis muertos, como siento que lo fue, conmigo, en este viaje.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Carlitos, nos acompañamos en este sentimiento. Tal vez el más fuerte, el de la perdida. El de la ausencia en infinito.
Queda la palabra, el sentimiento, la emoción. En esa herencia nos consolaremos, como el país, como la humanidad.
Mientras tanto, será inevitable el llanto. (T.J.)