domingo, 9 de abril de 2017

La marca en el tiempo



A ESTAS ALTURAS del conflicto entre la gente y el gobierno (porque habría que percibirlo así, como el hartazgo del pueblo de una burocracia que no solo traicionó sus principios, sino que está dispuesta a perpetuarse a sangre y fuego, con terror, propaganda y represión), ya debería saberse, por los testimonios, que lo que está en juego en las calles del país es el futuro de la nación. Que haya una vanguardia donde nietos y abuelos ofrecen la carne para que la masa avance hacia el objetivo que los líderes anuncian, nos explica que el hartazgo por este hoy forzado, lleno de miserias y mezquindades, es una cuenta que cualquiera es capaz de sacar: que esta que vivimos es una crisis donde además de los inventarios de medicinas y comida, también se acabó el sentido común, la confianza por los liderazgos, por su lugar en el estante de las instituciones y finalmente la paciencia, que muy paciente fue, por cuatro largas generaciones. Pero quien está más harto de todo esto es quien nunca conoció algo diferente, quien heredó los testimonios de la crisis y entiende que tiene dos opciones: o irse para inventarse un futuro, o inventárselo aquí, para lo cual, le toca rebelarse contra quienes le han cerrado toda posibilidad para hacerlo.

Por eso el más joven es el que está al frente. Le toca ser más duro, porque en esta guerra, los rostros de las víctimas y de los victimarios, de los que protestan y de sus represores, de quienes ponen la carne en el asador o quienes se mudan buscando futuro, son los rostros jóvenes de un país que aún no ha sabido madurar. Si queremos reunir a todos los jóvenes, tendremos que ayudarlos a inventar el futuro que vivirán, considerando estos días, este presente, como el futuro de ese futuro que les tocará. Ganar ese futuro requiere cambiar de signo la ecuación, y no exigir a nuestros jóvenes que se inmolen por una tradición, sino al revés: dejar en paz el pasado y ayudarlos a construir la vía que los lleva a su visión.

Hablo de un acuerdo generacional que restituya la solidaridad entre pares y cierre las brechas de las necesidades, para convertirlas en pasos que avanzan hacia un futuro común, deliberado y construido en una misma nación. Hablo de tener un propósito, un para qué, que convierta a la rebelión en la fundación, en el presente, de ese futuro. Hablo de denunciar este tiempo y anunciar un futuro y un cuerpo de acciones necesarias, para lo cual habría que convertir este tiempo en tiempo de profetas, para lo cual es necesario retomar el ministerio de la profecía.

No es la primera vez que escribo en este espacio sobre este tema, por lo creo conveniente retomar la contextualización. “Al final de su presentación en el III Encuentro Internacional de constructores de paz organizados por el Centro Gumilla, Miguel Álvarez Gándara (México) habló de negociación en contextos polarizados y violentos y luego de dar un conjunto de consejos, finalizó con uno: ‘no olvidar el ministerio de la profecía’ Por esos días, mi lectura de Roberto Mangabeira en El despertar del individuo apuntaba hacia la necesidad de cambiar la fundamentación de la razón política, no en la historia sino en la profecía, en la memoria vuelta profecía por la imaginación que funda realidades. Se trata de una concepción de lo profético algo distinta de la católica, para la cual, la profecía es denuncia de los pecados de una época y anuncio de una futura acción divina en virtud de lo cual, Jesús es, a un tiempo, Dios mismo en la persona del hijo y profeta por su condición de hombre. De allí que el espíritu profético en los católicos se manifiesta en la imitatio christi, más o menos sistematizada en el catecismo. La teología de la liberación supuso una ascesis en la cual ya no se esperaría el reino de Dios, sino que se construiría en la tierra con la intercesión con la fe y la justicia, atributos éstos del amor de Dios; los pentecostalistas, por su parte, suponen que un profeta es aquel que es capaz de dar testimonio por la acción directa del espíritu santo, con lo cual, queda suprimida la acción humana de constituir iglesia, que es un ejercicio de la voluntad (re-ligare), se trata de una iglesia mucho más animista, ciertamente.

¿Hay un sentido laico de lo profético? Para Mangabeira, sí, y es también hacia lo que parece apuntar Miguel Álvarez Gándara: hacer profética la memoria implica darle proyectividad ética a la identidad; memoria y proyecto hacen entonces que la política alinee a la imaginación con los recursos de las voluntades en una perspectiva donde las historias personales se conjugan con la historia de la comunidad, del país”.

Semana Santa es buen momento para construir esa narrativa que explore el tono épico que tiene la hora. El foco está en Jesús, profeta joven que anuncia el Reino y se ofrece en sacrificio para que este pueda venir. Jesús que vino a que se cumpliera la esperanza de los profetas que lo antecedieron, pero a la vez, a generar una profunda marca en el tiempo, para que podamos contabilizar los días de otra forma, acortándolos en vez de alargándolos, en la perspectiva del futuro que vendrá. Ese Jesús que es Jairo Ortiz, niño poeta muerto en Carrizal, o su mamá, que buscando vida para los suyos viajó a Curazao, de donde tuvo que regresar para sus exequias; o tantos otros, golpeados, perseguidos o asesinados o que viven la desesperanza aprendida, que equivale a una muerte en vida. Ese Jesús que tiene tantos rostros y en cuyo nombre amamos como nos lo recomienda en Mateo 25: 35 (y sigs)  “Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui extranjero, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a mí.' Entonces los justos Le responderán, diciendo: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos como extranjero y te recibimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a ti?' El Rey les responderá: 'En verdad les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicieron.'” 

Los muchachos están de nuevo en las calles. Van al frente otra vez. Atrás deben quedar los días en que el interés particular se superpuso al interés general. La foto anuncia un gran momento: el regreso del andar codo a codo. Que sea verdad!

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