miércoles, 2 de mayo de 2012

La hora del laborismo venezolano



 UN FANTASMA MUDO recorre las calles y los caminos de la Pequeña Venecia. Es el fantasma del laborismo.
   Como todo buen fantasma, el laborismo espanta. La nomenklatura tropical (frase descollante escuchada en la marcha del PCV, que quizás sea un acto fallido o una mera proyección) no puede asirlo porque para el socialismo burocrático todos son trabajadores –proletarios, diríase- en el momento en que se instituye la burocracia mandante, por tanto no hay sociedad intermedia que haga hegemonía –gramsciana- del término. ¿Resultado? El trabajador que tenga proyecto autónomo tiene una desviación pequeño burguesa, que de volverse grande lo pone en riesgo de ser un desclasado, o peor aun: un contrarrevolucionario.
   Los desarrollistas -o nacional-desarrolistas, no diré socialdemócratas, que es nuestro caso es un abuso del término- ya habían cooptado en el pasado a gremios y sindicatos, agregándolos al buró sindical del partido o a la central de trabajadores, esterilizando la capacidad de generar un proyecto propio que le diera materialidad al mencionado fantasma. No estoy hablando del justicialismo argentino, pero tampoco estoy hablando del laborismo brasileño  (en sus versiones democrática y socialista) que sí logró distinguirse del fascismo cívico-militar de los regímenes militares, división mediante; estoy hablando del proyecto venezolano, que no se lee tanto en Betancourt como sí en Alberto Adriani, o en Mariano Picón Salas… así de viejo es.
   Los socialcristianos no lograron convencer a nadie de que el tema del trabajo es un tema de dignidad humana, y por tanto, objeto de la doctrina social de la iglesia: no pudieron con la tesis de la conciliación de clases y el capitalismo de Estado como fuente de todo bienestar, capaz de restarle revoluciones al motor social, siempre y cuando haya renta que distribuir. A los liberales –que sí existen, pero que no hay constituido opción política orgánica y sí mucha intriga decimonónica- el tema los tiene sin cuidado. Y los socialdemócratas, hijos tardíos de la primavera de Praga y del mayo francés, no pasaron de formular el tema como un problema de clases que hace parte de los reclamos de solidaridad que la sociedad hace al estado. Uno de ellos tuvo la oportunidad de decidir, pero no antagonizó el trazado desarrollista, sino que apenas lo matizó con una opción tecnocrática, dejando a la voluntad institucional la decisión de las materias correspondientes a la reforma laboral. ¿Los demás? Muchos regresarían en tiempo al desarrollismo, o al socialismo burocrático, otros siguen medrando.
   Hubo, no obstante, un partido demócrata radical que intentó la hegemonía en nombre de los trabajadores, pero perdió tempranamente a su intelectual más descollante, con lo cual inició una larga diáspora por cada uno de los mencionados derroteros. Y sí, estuvo a punto de tomar el poder y de constituir una alternativa, pero lo sepultó el statu quo desarrollista que a partir de esa coyuntura tuvo la oportunidad de darle otra vuelta de tuerca a su proyecto y de enquistarse más allá de los cambios de signo –civiles y militares, dictatoriales y oligárquicos- en una perfomance cívico-militar.
   Pero el fantasma del laborismo es terco. Como buen hijo, que lo es, del anarquismo, se ubica en un lugar equidistante entre la izquierda y la derecha, esperando que la sociedad política se decida por otras opciones que vayan más allá del espectáculo electoral o el espectáculo del gobierno, alineándose con el proyecto histórico nacional, decidida a pasar a la siguiente fase de éste, que sostenemos, no es otra que la democratización de la sociedad civil. Ni Fadess, ni Solidaridad Laboral, ni Movimiento Laborista y mucho menos la CTV, la CGT y ni hablar de las centrales oficialistas quieren –o pueden- entender que la idea es crear una sociedad del trabajo, como quien dice una sociedad sostenible o una sociedad del conocimiento; que una cosa es preservar la libertad de asociación frente a la embestida de un gobierno que aspira disolver todas las sociedades intermedias para imponer un socialismo burocrático en modalidad dictadura del proletariado, y otra pensar una sociedad que no tiene su eje en la renta, el capitalismo de estado, la soberanía y la solidaridad a juro, sino en el trabajo, la educación y la armonización de los proyectos de vida con el interés común. No pueden entender que el eje de la sociedad sea el sujeto, no el Estado, o es que no pueden aceptarlo, acaso porque esta idea les resulta o exageradamente pragmatista o inconvenientemente liberal.
   Por otra parte está un cuerpo de ideas inconexas que constituyen el progresismo opositor y que lo muestran como una colcha de retazos unidos con costura tecnocrática. No es deplorable trabajar con la idea de sentido común que asocia el progreso con el avance de los proyectos –personales, colectivos o del Estado- enfocados en el bienestar, lo que se critica es que no se haga marco de sentido común para darle sentido ideológico al progreso, con lo cual, cada quien lo interpreta a su manera. No es malo per se que progreso se convierta en consigna, lo malo es que esta no refiera a un proyecto, y aquí comienzan las contradicciones, porque el programa unitario de la oposición es un programa de reinstitucionalización, basado en la Constitución, que no oculta su enfoque socialdemócrata, mientras que el proyecto de campaña no parece tener ese enfoque. ¿Y cuál enfoque tiene?
   Es allí donde el fantasma del laborismo espanta nuevamente, porque los asesores del PT brasileño quizás han logrado permear la nuez del candidato, a quien le hemos escuchado lo que parecen interpretaciones propias de ideas de Roberto Mangabeira Unger, filosofo pragmatista de origen brasileño y profesor de la Escuela de leyes de Harvard, que han sido de aplicación exitosa en los gobiernos de Lula y Rouseff. Pero cuando se escuchan los conceptos convertidos en consignas reinterpretadas por otros, el elector se consigue con versiones muy distintas de lo mismo. Y uno se pregunta: ¿por qué si el segundo problema del país es el empleo, y el primero es la inseguridad, haya que insistir en el primero que depende de la acción de estado, en vez de generar esperanza a partir del segundo, que depende de la iniciativa individual y social promovida por el estado? ¿Porque el gobierno usufructuó el tema con la reforma de la LOT? ¿Por qué si el progreso depende de la educación y el empleo, el progresismo en campaña no se entiende públicamente con gremios y sindicatos? Yo intuyo que en la respuesta está implicado el tipo de proyecto nacional desde donde se piensan tanto la campaña como la coyuntura, si es que acaso eso se está haciendo (pensando, digo), más allá de la mera política electoral.
El plan de empleo presentado por Capriles el 26 de abril en Valencia, es bueno, pero tiene que ser bueno en el contexto del proyecto nacional desde donde se formula, para que no sea sólo un buen plan técnico y para poder explicarle a la gente que la creación de 600 mil empleos anuales por seis años, no es un fin en sí mismo, ni una consigna, ni un titular de periódico, sino un medio para alcanzar un fin más alto, ¿cuál? Porque si la versión desarrollista del laborismo es la cooptación, la liberal es tecnocrática y la socialdemócrata lo considera un tema de solidaridad del estado, y en el comando opositor coexisten estas tres visiones, y ninguna coincide con el progresismo que pregona el candidato, ¿cómo se van a producir los acuerdos de agenda de la campaña? ¿Sólo se limita a las visitas casa por casa, a las apariciones por televisión? ¿Qué están diciendo los otros caballeros de la mesa redonda, que fueron investidos y mandados en misión la noche del 12 de febrero? ¿Con cuál proyecto aspiran a convencer a los no alineados, esos que no quieren nada ni con populismo ni con personalismos de ninguna especie, pero que están dispuestos a votar siempre y cuando los convenzan del valor de su voto para el cambio político?
   El fantasma del laborismo seguirá espantando, porque esa es la labor de todo fantasma: asustar, desnudar las culpas, interpelar las conciencias. Apunta hacia la oportunidad de aprender de los muchos errores cometidos en los últimos 30 años, pero demanda una disposición distinta, otro tipo de compromisos que se aparten de la militancia y apunten hacia la deliberación y la construcción de consensos sociales, hacia el empoderamiento organizado de la gente. Para que no espante, para que se encarne  y nos reúna a todos para hacer del futuro una obra común.

En la foto está Charles Chaplin sostenido por Douglas Fairbanks  durante la promoción de los bonos de la libertad en 1918, con los cuales el gobierno de los Estados Unidos financió la seguridad social de los veteranos de la I Guerra Mundial. Viene a cuento porque este es el  Chaplin de Tiempos Modernos y aquí, alzado en hombros por un buen amigo, me luce algo así como un "recuerdo del futuro". La tomé en préstamo de http://maximalist-theme.tumblr.com. Gracias