miércoles, 15 de agosto de 2007

Parlamento


























PARA EL FINAL del día, el Presidente hará público su proyecto de reforma constitucional.
No se esperan sorpresas sobre el papel de trabajo ya conocido (aunque puede haberlas, quién quita), ni sobre el espíritu de los cambios “revolucionarios”. La reforma constitucional –tal cosa apuntan los signos- consolidará el autoritarismo del presidente y el totalitarismo de su gestión, de ser aprobada, cosa que luce muy probable, si se repite el esquema de las elecciones anteriores: mucho dinero para repartir, para comprar el voto; una estrategia que afianzada en la confrontación presente una vez más al Presidente como aliado de los débiles, frente a una oposición aliada con las oligarquías y el imperio.

Eso lleva a pensar que no tiene sentido oponerse a la reforma, cosa que, reiteramos, es lo que Chávez espera: que lo satanizen para él hacerse el víctima y enarbolar el discurso del líder de los pobres ungido por Dios, que tan buenos dividendos le ha dado. Mal hará la oposición en oponerse, pero peor harán los estudiantes tomando partido en este aspecto, cuando podrían más bien sumar fuerzas a la tercería, promoviendo los espacios de diálogo para la construcción de un proyecto alternativo de país.

Para ese propósito, el Parlamento Estudiantil es clave.

Una y otra vez sostenemos que el principal problema de la democracia venezolana no lo representa Chávez sino el diseño del Estado que surgió de la Constitución de 1999, el cual permitió que un poder secuestrara a los otros, consolidando la vocación totalitaria de Chávez. La reforma no corregirá los problemas que este contrato trajo consigo, pero quizás una nueva Constituyente sí.

Podría asegurar –y apostar, incluso- que la reforma presidencial no aborda el problema de los dos niveles de democracia (representativo – participativo), que no prohíbe la cooptación de los poderes en nombre de la razón de estado (práctica que está bien para corporaciones y empresas, pero el estado venezolano ni es corporativo ni es burocrático, ¿o sí?); que no democratiza realmente el Estado, cosa que tampoco hizo la Constitución de 1999, en nombre de la garantía de un gobierno fuerte que pusiera coto a nuestros males.

Podría asegurar que la reforma del Chávez constituyente no plantea más que una reedición del cesarismo democrático donde el hombre fuerte del gobierno se legitima por la falta de cultura política del pueblo, y esto ¿cuándo se subsana? Y sin embargo esta - la del déficit democrático- es una de tantas consignas de izquierda conculcadas por los partidarios del proceso, sostenidas como precarias fortalezas de un movimiento al que el pragmatismo político hace que cualquier ideología le desluzca, y todo por la falta de ética.

Creo que llegados a este punto de la crisis de liderazgo político en el país, hay más gente convencida de que no se trata de líderes a quien seguir (o la carencia de ellos), sino de proyectos de país que llevar a cabo. Y la reforma constitucional ofrece un escenario inmejorable para plantear este tema, pero no dentro de ella, sino enfrente, en la acera de la calle donde está el pueblo.

¿Cómo se subsana el déficit democrático si no es abriendo espacios para la democracia, espacios de difícil cooptación, que le permitan a todos y cada uno de nosotros participar trascendiendo la idea del partido? ¿Qué espacios son esos? Pues no son otros que los espacios consagrados por la República para el ejercicio ciudadano: el estado y las instituciones de la vida civil.

El estado venezolano bien podría ser federal, parlamentarista y con un primer ministro como jefe de gobierno. Bien podríamos tener un parlamento bicameral elegido por sufragio universal, y con representación proporcional de las minorías. Los estados bien podrían tener autonomía política dentro de un marco federativo, con estructuras político-administrativas que equilibren la representación con la participación, integrando a las autonomías municipales mediante coordinación de competencias. Los jueces bien podrían ser elegidos por los jurados y escabinos de todo el país, y el Fiscal General, el Contralor y el Defensor del Pueblo pudieran ser designados por el Parlamento al igual que el Primer Ministro, mientras que el Presidente podría ser elegido por sufragio universal, para permitir el equilibrio de poderes que garantice la democracia en el estado y por ende en la sociedad.

Con un diseño así, el poder de los partidos se vería equilibrado por el interés común de todos y cada uno de los ciudadanos, y no sólo el de la hegemonía de los militantes… Pero es seguro que la propuesta presidencial no contempla este mecanismo. Y es que el Proceso consolida uno de los vicios del asambleísmo: simular la participación en debates interminables, para que al final sólo unos pocos tomen la decisión. Y eso lo han sabido explotar muy bien en este tiempo, pues muchos de quienes hoy mandan conocieron el cogobierno de las universidades públicas, y se ejercitaron en las ciencias y artes de la burocratización del poder.

Por eso saludo la formación del Parlamento Estudiantil, porque es un escenario posible y factible para conformar este nuevo proyecto, porque de su dinámica puede surgir un proyecto alternativo de Constitución que enarbolar para la convocatoria de una nueva Asamblea Nacional Constituyente con carácter originario. Sé que los alcances iniciales de este Parlamento lo describen como un ámbito corporativista (es decir, restringido a una corporación: la Academia y los gremios), pero confío en la sabiduría de sus miembros, de saber reunirse con todos los sectores del país para registrar sus voces y sus ideas, y plasmarlas en una construcción colectiva, consensuada y eficaz, que muestre al país cómo se construye un nosotros común para vivir, un país. Justo lo que la reforma presidencial no es.

La imagen expresa mi palabra de elogio por la iniciativa.
Está tomada en préstamo de www.pueblolibre.net