HACER POLÍTICA NO ES HACER LA GUERRA, por mucho que
las metáforas que se empleen en el discurso pretendan tener un impacto
contundente en las emociones de la ciudadanía; por mucho que las palabras se dispongan
como obuses vicarios que hagan retroceder los argumentos hasta un mínimo nivel que
pueda considerarse defensivo; no. Hacer política no puede entenderse solo como
una técnica para agregar expresiones de voluntad en torno a un conjunto de
candidatos, reduciendo la república a solo un recuento y considerando a los
ciudadanos como meros electores; no.
En los días que lleva esta catástrofe, estudios de
opinión pública recientes nos indican que el ciudadano prefiere el diálogo a
cualquier otra opción para solucionar el conflicto, porque no está dispuesto a
verter la sangre –su sangre- en una guerra que aún no ha sido declarada.
Diálogo que, dicho sea de paso, ahora luce tan improbable como cualquier tipo
de elección, sea regional, o general adelantada, como luce cada vez más
probable la amenaza armada. Vale decir entonces, que, ahora que no parece haber
elecciones, tener una alianza electoral dedicada a dirigir la oposición no
parece tener mucho sentido, a la vez que tener un gobierno que vicariza una
guerra para mantener los controles sobre la población aparece como una muestra
de cómo puede ceder la razón –de estado, en este caso- a la voluntad de la
nomenklatura (¿o será la mafia?) en lo que no luce como un choque de poderes,
sino como la concentración de poder en un solo polo mientras disminuye en el
otro.
El mismo estudio de opinión nos muestra cuan terca
puede ser la realidad, que casi trece años después de la primera medición donde
aparecieron (2004) el electorado sigue repartido en tres grupos de afiliación:
los oficialistas, los opositores y los independientes. Este escribidor se
pregunta ¿cómo es esto posible en un esquema político agonístico, con
enfrentamiento de bandos? Y la respuesta parece ir a tono con el meme ya
popular, que muestra la evolución humana desde los homínidos hasta el homo
sapiens, junto con la leyenda “devuélvanse, algo salió mal”: ni el mercadeo
electoral ni el encuadramiento a partir de agenda, ni el crear organizaciones
que sustituyan la militancia por la audiencia son suficientes, ahora, para
hacer política, en un país cuyos ciudadanos decidieron informarse más y mejor, dándose
su propia dieta informativa, confiando en los periodistas antes que en los
medios y en las comunicaciones digitales antes que las industriales. Si los
bloques “opositor” (42,9%) e “independiente” (37,4%) son de similar tamaño
mientras el “oficialista” (17,7%) es menor, hacer política solo para 4 de cada
10 venezolanos es una pérdida de tiempo y de recursos, y no se crece realmente,
porque faltan convicciones y porque el ciudadano de esta república quizás ya
está cansado de aquellos expertos que desde sus saberes consagrados recomiendan
“gobernar por el pueblo pero no con el pueblo” como dice Francisco, el papa.
Hay que hacer política en serio más allá de la tribuna;
retomar la pedagogía cívica, cambiar la forma de ejercer el liderazgo para
poder superar el personalismo, como forma vacunada del caudillismo; combinar
partidos y movimientos, democratizar la sociedad civil; construir un horizonte
país compartido, tener un proyecto histórico que nos saque de este atolladero,
construir organizaciones políticas deliberativas y transparentes, crear
convicciones y abrirse de una buena vez al futuro ¿Es mucho pedir? ¿No sirve la
política para hacer estas cosas? ¿O acaso es más útil la guerra?
Algunos de mis artículos son publicados por el Diario El Nacional en su versión web, cada quince días, los días viernes. Este se encuentra en el siguiente enlace
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/hacer-politica_78941
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