viernes, 6 de diciembre de 2013

Voto de fe


Foto de Luis Carlos Díaz
Debo una aclaratoria a los lectores sobre este texto; debo muchas cosas, ciertamente, y pido disculpas por ello, pero comenzaré por la última, el porqué de estas líneas.
Este texto es una artículo que debía haber salido publicado en otra parte y que no lo fue por decisión del editor del medio. La razón que se me dio para no publicarlo fue que como la campaña electoral terminaba el jueves 05 (debía haber salido publicado hoy viernes), y dado que el texto se inclinaba por una de las polaridades en la pugna política nacional, podía ser considerado propaganda política, por tanto el editor se reservaba el derecho a decidir su publicación o no...

Prudencia, podría decirse. Autocensura, también podría argumentarse. Se escuchan otras opciones. 

Tengo casi 25 años produciendo trabajos periodísticos para diversos medios. No es la primera vez que dejan de publicar un texto mío, pero sí la primera con este tipo de argumentos En otras oportunidades hubo edición, acuerdos estilísticos, enfoques tratando de favorecer los términos políticamente correctos (el periodismo es el reino de lo políticamente correcto, y de los estereotipos, y muy a su despecho, caja de resonancia de la neolengua), pero esta es la primera vez que se estima que lo que digo es inconveniente y que por tanto no se publicará.

Es una sensación muy extraña, lo confieso. 

Yo crecí repitiendo como un mantra una frase de Vicente Huidobro: "si yo no hablo quedarán muchas cosas no natas y esas cosas me castigarán cruelmente, se vengarán de mi". Soy malo guardando secretos y un poco peor guardando para mí mis propias opiniones, porque vivo en la ilusión de que lo que digo pudiera ser importante para alguien, además de mi. Supongo que si esa ilusión no fuera compartida por otros ("mal de muchos consuelo de tontos") yo no lo hiciera, porque tampoco soy un pionero o un suicida: todavía tengo sentido del ridículo. Rebajando el arco de las valoraciones, diría que he escrito en ejercicio de los credos de mi profesión, siendole fiel a mi identidad de ciudadano, ideas que profeso, en mi doble condición de profesional y profesor. 
Hoy me tocó mostrarle a mis alumnos una pieza que ilustró perfectamente "aquello de lo que estábamos hablando en la clase pasada" Ahora lo comparto con ustedes, en este espacio de libertad que es necesario multiplicar.

"Ejercicio de la neolengua que pone una vez más en escena la colonización del imaginario político venezolano, donde parece obvio que la lealtad está reñida con la libertad de conciencia". 

UN VIEJO ARDID propagandístico lo constituye el poner a competir dos o más significados en un mismo espacio simbólico buscando beneficio por dos vías: la de los máximos (que uno solo tenga supremacía) o la de los mínimos (contribuir con la confusión general). Algo de eso hay en la decisión, largo rato anunciada, del oficialismo, de resignificar la agenda del ocho de diciembre, ya no como un día de compromiso ciudadano, republicano y democrático, sino como el día de la lealtad a Chávez, en recuerdo de que hace un año, por esa misma fecha, fue su última aparición pública, la de la investidura de Nicolás Maduro como su sucesor, no tanto su albacea, por cómo han ido las cosas con el capital político.

Ejercicio de la neolengua que pone una vez más en escena la colonización del imaginario político venezolano, donde parece obvio que la lealtad está reñida con la libertad de conciencia.  El 8D, desde el tarjetón electrónico, los ojos del otro beta mirarán al elector mientras ejerce, lo interpelarán desde la órbita esquematizada del dibujo repetido hasta el cansancio, en blanco y negro o con el infaltable fondo rojo,  invadirán su subjetividad con la sensación de que detrás de la imagen, omnipresente en afiches, volantes, cuñas de televisión, muros, grafitis y ahora desde el recinto mismo de votación, estará Chávez Big Brother vigilando, velando por la rectitud de intenciones de los fieles, porque uno a uno se sumen los votos del rebaño  gracias a una disposición de gobierno que el Consejo Nacional Electoral declinó limitar, pues  "el decreto es una potestad del Ejecutivo, está muy claro que dice que es para conmemorar una fecha y no una fecha de la elección", dijo, luciéndose, Lucena.

Claro, el día de la lealtad a Chávez, quien ose votar en ejercicio de su libertad de conciencia por cualquiera de las opciones del tarjetón que no sean las del PSUV, estará votando contra él, que para el credo del socialismo del siglo XXI, es peor pecado que blasfemar, prevaricar, o cobrar por los sacramentos, esa simonía en la que podrían incurrir algunos adeptos del Comandante cuando interceden ante la gracia del cupo del carro chino, el pasaporte o la cola en las rebajas de la navidad decretada hace casi un mes. Votar contra Chávez es una herejía que niega la divinidad del César y que merece la muerte –real o simbólica- porque como él mismo dijo, “yo no soy, yo soy un pueblo, invicto, invencible…”

Es lógico que el poder electoral no tenga nada que oponerle a esta patria celebración porque la misma no constituye una elección: quizás no se les cruzó por la mente que eso podía constituir un acto de ventajismo electoral (porque eso sería suponer que el gobierno obra de mala fe, ¿verdad Lucena?), tal vez no le preguntaron a nadie y es posible que las únicas opciones para el elector, en ese día, es que pueda ir a votar convencido, o con un pañuelo en la nariz o con los ojos cerrados, como ensayando para un apagón.  Pero ir, votar, elegir.

Así, mientras el chavismo busca el modo de elevar a los altares a su progenitor, transformando una simple y hasta vulgar elección de alcaldes y concejales en la gesta de vencer a la muerte, resucitando de entre los muertos (por lo menos, vicariamente), habrá quien vaya a misa temprano y ofrezca su voto a la inmaculada concepción de María, fiesta católica por excelencia, con lo cual contribuirá a estetizar la política pero desde las antípodas de la neolengua oficialista, ahora, desde la convicción de estar emprendiendo una cruzada contra el oscurantismo y por amor a la verdadera fe. No habría problema si la fe se pudiera discutir libremente, pero entonces ya sería política.

miércoles, 12 de junio de 2013

Un largo ciclo



HAY RECUERDOS que piden que los pensemos con claridad. Quienes vivimos la huelga universitaria de 1988 –la huelga de los cuatro meses- quizás se nos hace imposible deslindar, con justicia, el recuerdo de entonces con la realidad presente del conflicto universitario, porque si bien hay aspectos  comunes, las circunstancias son bien diferentes. A mí en lo particular se me disparó el recuerdo desde el viernes pasado, después de la consulta donde una vez ganada la opción sí, la Universidad Central se sumó al conflicto que reúne 13 universidades autónomas en todo el país. Ese viernes, una marcha no muy nutrida pero sí muy animada, salió por Plaza Venezuela, rodeada a la distancia por funcionarios de inteligencia encubiertos y en moto, dispuestos a fotografiar a los manifestantes  para sus informes. Y viéndola regresé en el tiempo a mis 18 años, en la casa que vence las sombras.

Este país de coyunturas ha vuelto a colocar a la Universidad de cara al dilema entre lo histórico y lo político, entre el proyecto nacional y la reivindicación laboral, ahora, con el conflicto presente que actualiza situaciones viejas, para bien o para mal del país y de ella misma
Ese año, las universidades autónomas reclamaban el retraso en el cumplimiento de las normas de homologación, suerte de indexación salarial por la cual, los profesores recibirían incrementos de salarios conforme aumentara la inflación. Se planteó el conflicto intergremial: estudiantes, empleados y obreros apoyaron la petición porque se le sumaron las propias peticiones de cada sector, y porque privó la idea de que el beneficio de la universidad era el beneficio del país. Se hicieron marchas, pancartas, clases magistrales en la calle, se hicieron colectas. Un Simón Alberto Consalvi más permisivo como ministro del Interior que su muy deplorado antecesor, José Ángel Ciliberto, dejó hacer a los universitarios sus protestas. Pasaron cuatro meses, el conflicto se extinguió de mengua, y aquellos universitarios que iban a hacer la Revolución (porque esa era la idea largamente vendida por los activistas de entonces, ministros ahora: que el conflicto era parte de la larga fase previa de construir las condiciones para la emergencia de un proceso revolucionario en Venezuela), terminaron aceptando un pírrico 10% de aumento salarial para los profesores, y un incremento proporcional para empleados y becas estudiantiles; le valió a Luis Fuenmayor Toro, voz tonante de la huelga en la UCV, los puntos para lanzarse y ganar el derecho a sentarse en la silla del Dr. Vargas y al Movimiento 80 prácticamente una década de hegemonía estudiantil… Pero muchos de los de la base nos decepcionamos, no solo de las mitologías de esa izquierda burocrática, sino acaso también, como muchos otros venezolanos de esa década, esa “generación boba” a la que aludió siempre el rector de entonces, psiquiatra, hoy psicópata, Edmundo Chirinos,  de la política como oficio.

Recuerdo que el día en que reiniciamos las clases, Isabela Track, mi querida profesora de Castellano y Taller de Redacción, nos entregó fotocopiado un texto de Jorge Luis Borges Leyenda, con el cual proponía darle cierre al episodio en nuestras conciencias, sobre todo con las frases del final: “ahora sé que me has perdonado, porque olvidar es perdonar, yo trataré de olvidar también”. “Así es, mientras dura el remordimiento dura la culpa”. Si lo recuerdo, ahora, no es por fallarle a este luminoso ejercicio de la buena voluntad, sino para poder articular una comprensión de lo que ocurre ahora con las universidades, desde esa huelga que significó un parteaguas en mi historia personal.

La decepción de la huelga me sirvió para entender que hay un punto en el que los procesos históricos y las acciones políticas se unen, y es en la conciencia histórica del liderazgo. Ni burócratas ni tecnócratas son capaces de tener la mirada panorámica del historiador, ni la capacidad de articular voluntades y razones diversas en la acción del Estado que tiene el estadista. Nuestras universidades forman historiadores, que pueden ser intelectuales clérigos u orgánicos (habría que saber qué clase de intelectual es el actual ministro de Educación Universitaria, el historiador Pedro Calzadilla), pero muy pocos estadistas, no por falta de conocimiento o voluntad, sino por la sostenida desconexión entre la academia y la clase política. ¿Y cuándo se produjo esta desconexión? Para decirlo con justicia habría que recurrir a la historia. Valga a modo de hipótesis que, quizás en la subversión armada de la década de 1960 brotaron las raíces, en las diferencias críticas (y de praxis) con el proyecto nacional; que posiblemente se profundizaron con el movimiento de renovación universitaria y posterior cierre y “metida en cintura” de las universidades autónomas con la Ley de Universidades de 1970 y la creación del Consejo Nacional de Universidades. Que se hicieron más evidentes cuando la universidad centró su sistema de disciplinas y facultades en la formación profesional, pero que posiblemente, se consolidó cuando las instituciones abandonaron la observancia del proyecto nacional, adoptando  una agenda reivindicacionista representada por las normas de homologación que, ahora pienso, hipotecaron la autonomía.

Esa fue –es mi criterio- una inflexión peligrosa que sacrificó en nombre de la auctoritas, la congruencia que la universidad le debe a la sociedad de dónde surge. Por las normas de homologación la universidad sucumbe ante la razón de Estado: los profesores dejan de considerarse primordialmente como intelectuales,  para pasar a concebirse como empleados académicos de la administración pública; la burocracia universitaria copia los males del clientelismo y se convierte en un pequeño Estado que administra una renta (el presupuesto), que puede ser tolerado en tanto haya un sistema de autonomías, pero que en el momento en que el proceso político cambia de la cooptación a la hegemonía, a la hora del socialismo burocrático, puesto que el pensamiento único no permite ni disidencias ni redundancias,  la Universidad pasa de ser el recinto que salvaguarda las utopías (y las mitologías) y sede corporativa de los intelectuales revolucionarios, a ser un obstáculo que debe ser eliminado.

Pero la desconexión también fue de la clase política que antes que el estadista prefirió al estudiante profesional, al eterno repitiente, para entrenarlo primero como operador político en la universidad, luego en el partido: el militante perfecto que no reclama autonomía, que se burocratiza fácilmente, que reconoce a sus líderes y los sirve de modo obsecuente, que se ciñe a la disciplina partidista, pero a la vez macolla, intriga y atiende el negocio clientelar con el elector. ¿Un Heliodoro Quintero? ¿Un Kevin Ávila? Esos son apenas dos ejemplos, sórdidos y recientes, de  una lista que se extiende en el tiempo.  Y la desconexión también fue del empresariado que prefirió medrar en la renta petrolera antes que arriesgarse a innovar y competir; de los medios de comunicación social que en nombre de la prominencia de cargo escucharon siempre más la voz mandante que la voz ilustrada y consolidaron con sus agendas un encuadre social estereotipado en vez de apostar por un sentido común construido entre todos; y de los gremios profesionales que olvidaron que comparten con los profesores la misma raíz etimológica y por consecuencia, cierto sentido de la vida, ya que profesional y profesor vienen de profesar, que según la Real Academia de la Lengua significa: “ejercer una ciencia, un arte, un oficio, etc.; enseñar una ciencia o un arte; ejercer algo con inclinación voluntaria y continuación en ello (profesar amistad, el mahometismo); creer, confesar (profesar un principio, una doctrina, una religión); sentir algún afecto, inclinación o interés, y perseverar voluntariamente en ellos (profesar cariño, odio); en una orden religiosa, obligarse a cumplir los votos propios de su instituto”.

Desconectadas entonces de las fuerzas vivas del país, aunque no de los ciudadanos, de las familias, de las generaciones que hacen vida y constituyen  la sociedad venezolana, hay que decir que ha sido una auténtica prueba de resistencia la que el proceso le ha planteado a las universidades, cercándolas de las formas más diversas, para “transformarlas” en espacios para la aquiescencia. No lo han logrado, hasta ahora, completamente,  ni con las autónomas ni con las privadas. Pero este país de coyunturas ha vuelto a colocar a la Universidad de cara al dilema entre lo histórico y lo político, entre el proyecto nacional y la reivindicación laboral, ahora, con el conflicto presente que actualiza situaciones viejas, para bien o para mal del país y de ella misma.

Lo que comenzó como un conflicto nacional de reivindicaciones básicas, enfocado en la necesidad de un presupuesto justo que además de dotar de insumos a la institución para su funcionamiento, contemple la actualización del tabulador salarial (que no ha recibido aumento alguno desde 2008),  ha sido escalado por el empleador al convocar las discusiones a partir de la Convención Colectiva Única de los Trabajadoresde las Educación Universitaria, introducida por Fenasinpres, Fetrauve, Fenastrauv, Fenasoesv, Fetrasuv, gremios de reciente creación, de orientación oficialista. Fapuv, Fapicuv y Fenatesv, que son los gremios históricos del sector universitario no fueron llamados a la discusión de la convención, entre otras razones, porque son los convocantes del paro nacional y porque sostienen que la discusión debe realizarse respetando las normas de homologación, con lo cual, el incremento salarial sería de mucho más que el 180% que plantea la Convención.

Pero el escalamiento del conflicto está en lo que podría calificarse, en términos morales, como un acto de cinismo. La Convención ofrece pingües beneficios de improbable cancelación, en el lapso de 90 días que se establece para la organización de los procedimientos administrativos, pero incorpora por mampuesto, tres conceptos de la Ley de Educación Universitaria que quedó sin efecto por devolución presidencial en 2011, y que pueden apreciarse en las cláusulas 5, 6 y 96. Así se lee (los subrayados son míos):

Cláusula 5. Democracia participativa y protagónica universitaria.
El empleador acuerda implementar los mecanismos que permitan el derecho al voto a los trabajadores universitarios en igualdad de condiciones, para la elección de las distintas autoridades universitarias. Asimismo, el empleador se obliga a reconocer y garantizar la representación de los trabajadores universitarios en los organismos de cogobierno y dirección de las instituciones de educación universitaria. Esto en cumplimiento de los principios constitucionales de participación como derecho fundamental que debe sustentar el estado venezolano y en lo establecido por la Ley Orgánica de Educación. Además, cualquier trabajador universitario con formación profesional que cumpla con el perfil podrá optar a integrar los organismos de dirección de las instituciones de educación universitaria a excepción de las dependencias estrictamente académicas que por su naturaleza deban ser ocupadas por un docente.

PARÁGRAFO ÚNICO: Los representantes de cada sector de los trabajadores universitarios en los organismos de cogobierno universitario tendrán voz y voto en la toma de decisiones y en igualdad de condiciones que los demás miembros y serán elegidos por votación directa y secreta.

Cláusula 6. Desarrollo de Valores humanos socialistas
El empleador y las federaciones convienen en aunar esfuerzos para promover y sensibilizar a los trabajadores universitarios  en la toma de conciencia  y desarrollo  de los valores  humanos que constituyen el poder moral en estas instituciones de educación universitaria. El empleador y las federaciones  se comprometen a poner en práctica actividades de divulgación de los valores  humanos universales e institucionales, de los principios de la justicia social, ética, superación, austeridad, probidad y excelencia, valores morales y ética socialista, en pro de la consolidación y desarrollo del proceso educativo en las instituciones de educación universitaria oficiales y en su praxis de trabajo diario, de acuerdo a lo enmarcado en el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación 2013-2019.

PARÁGRAFO ÚNICO: El empleador fortalecerá y concederá los recursos económicos necesarios para que los trabajadores universitarios intervengan en eventos e intercambios estadales, nacionales e internacionales. De igual manera, realizará los convenios  con instituciones de educación en valores humanos para planificar y ejecutar estrategias que contribuyan a la formación del ser humano nuevo y del trabajador universitario que requieren las instituciones de educación universitaria.

Cláusula 96. La cátedra como unidad académica.
El empleador conviene en reconocer que la libertad de cátedra debe ser ejercida por los miembros del personal docente, de Investigación y Extensión de las instituciones de educación universitaria con espíritu creador, vocación de servicio y sin más limitaciones que las legales y reglamentarias. En este sentido conservarán completa independencia en la realización de los trabajos que adelantan, No obstante, los programas de las asignaturas, las evaluaciones y los planes de Investigación, Extensión y Producción deberán ser sometidos a las orientaciones trazadas por los respectivos departamentos académicos y a las establecidas por los organismos de coordinación y dirección de las instituciones de educación universitaria, en concordancia con el contenido de la cláusula 6 de la presente Convención Colectiva Única.

Estos tres conceptos convierten a la negociación de una convención colectiva en la transformación universitaria: el voto paritario, la orientación socialista de la formación impartida y la sujeción de la libertad de cátedra a la (re) orientación, y que acaso se conviertan en puntos no negociables de la Convención. ¿Y a este chantaje, los gremios de la universidad no piensan oponerle otra cosa que su reclamo salarial? ¿Lo no negociable, en caso de negociar, son las normas de homologación?

Esa actitud justificaría, por sí sola, el paro de universidades, pero la opinión pública no lo entiende a cabalidad, porque hasta ahora la protesta se ha centrado en la injusticia de los presupuestos y en los salarios de hambre de los profesores, cualquiera sea su puesto en el escalafón. Y caben las preguntas, en la hora: ¿por qué no ha trascendido el proyecto de Convención Colectiva Unificada? ¿Qué pueden proponer las universidades como alternativa para esta escalada? ¿Cómo construir la solidaridad en el conflicto laboral con otros sectores del país tan o más afectados que las universidades, como los maestros, los trabajadores de las empresas básicas, los empleados de la administración pública, por citar algunos?

Es verdad que la historia no se repite, pero también es cierto que cumple ciclos, y si esta huelga se parece a la de 1988, debe ser porque hay una lección histórica qué aprender, y posiblemente sea la de que es indispensable, para avanzar, que la Universidad vuelva a estar alineada con el proyecto nacional, a la altura en que la fase siguiente lo demanda. Para eso son las coyunturas, para avanzar. 

Desde las universidades privadas, los profesores no podemos menos que estar solidarios con la lucha de las universidades autónomas. Ya vendrán pronunciamientos y acciones porque el país entienda que la Universidad sigue siendo, pese a todo, un lugar para construir futuro. La foto es de la página en Facebook de Venezuela en positivo 

jueves, 30 de mayo de 2013

Lecciones aprendidas (y por aprender)


GENERAR EXPECTATIVAS en la política del escándalo puede llegar a ser muy perjudicial, incluso para quien la pone en marcha. Se puede suponer que la divulgación del audio de la conversación de Mario Silva con un funcionario de inteligencia cubana es una carga de profundidad que aumenta el sentimiento de decepción de las bases chavistas y procura movilizar la base de apoyo del gobierno hacia la oposición (cosa que puede estar pasando, si se aprecia la tendencia que muestran desde abril 2013 encuestas hechas por Datanalisis, IVAD y ahora Datincorp), sabiendo que en la polarización, en la medida en que los medios de comunicación toman partido se convierten en aparatos de propaganda que refuerzan la misma polarización, en la búsqueda de la supremacía de uno u otro bando. Se puede considerar que la venta y posterior cambio de línea informativa de Globovisión es un episodio más, y representa para la oposición –entendida como bando enfrentado en esta guerra vicaria- la pérdida de un espacio para la galvanización del sentimiento opositor, y que otro tanto le pasa a VTV, con la desaparición de La Hojilla y su sustitución por Los papeles de mandinga.
"La política del escándalo es inseparable de la política mediática (…) Esto se debe fundamentalmente a que la política mediática se organiza alrededor de la personalización de la política. La práctica de la política del escándalo supone el grado más alto de la estrategia de inducir un efecto de afecto negativo. Puesto que la política mediática es la política de la Era de la Información, la política del escándalo es el instrumento elegido para dirimir las batallas políticas de nuestro tiempo. Pero ¿realmente son los escándalos tan eficaces como querrían sus promotores? Las pruebas no son concluyentes si por eficacia entendemos la derrota de un líder político, un partido o un gobierno". (Manuel Castells, Comunicación y Poder. 2009. P. 331-332)
Sin embargo, cuando se ponen las cosas en la perspectiva de la hegemonía comunicacional, dado que el aparato propagandístico del gobierno es más poderoso, se advertiría como necesaria una serie continuada de escándalos para provocar la nausea y posterior deslave en la base del chavismo, pero también resultaría indispensable estimar que la respuesta del gobierno será atacar el aparato comunicacional de la oposición, para mermar el efecto de los escándalos en sus propias filas. Mirar un poco la ruta de los eventos ayuda a apreciar la velocidad que llevan y posiblemente los riesgos que la carrera entraña:

  1. La elección presidencial del 14-A y la posterior solicitud de impugnación por parte de la oposición.
  2. La denuncia del gobierno de los ataques opositores a los CDI y el desmentido de Provea (que le valió que los llamaran "retaguardia del fascismo" ¡¡¡!!!)
  3. Los cambios en el gabinete de Maduro, que reflejan la “integración” no de dos, sino de tres bandos: el Frente Francisco de Miranda afiliado a Cuba; la “derecha endógena” representada por Diosdado Cabello; y los tecnócratas representados por Arreaza. Estos tecnócratas habrían sido los que plantearon a Maduro la necesidad de establecer alianzas con el empresariado para poder remontar la recesión.
  4. Los viajes de Maduro buscando apoyo institucional.
  5. La emboscada y ataque a los diputados de la oposición.
  6. La reunión con Lorenzo Mendoza.
  7. El debate interno dentro del chavismo, donde los radicales reclaman la “traición” a la revolución, por el pacto con la burguesía.
  8. Se divulga el audio de la grabación de Mario Silva. Coincidentemente, ese mismo día se instala la nueva junta directiva de Globovisión.
  9. El gobierno anuncia la recuperación de un misil de fabricación francesa, con el apoyo técnico de Cuba, desde un acto realizado en La Orchila.
  10. El TSJ rechaza uno de los recursos de impugnación, y niega la recusación de dos magistrados.
  11. Líderes opositores recorren la Región buscando apoyo institucional a la denuncia del supuesto fraude electoral y a la impugnación de la elección presidencial del 14-A.
  12. La recesión se agudiza con desabastecimiento, retrasos en la entrega de divisas, un déficit fiscal superior a los 144 mil millones de dólares que puede mover a una nueva devaluación para enjugarlo, la agenda social mal atendida y el problema de la seguridad ciudadana, amén del paro de universidades, primero de una serie de conflictos laborales en todo el país (la tormenta perfecta, que dirían, entre otros, Carlos Veccio).
Y no han pasado dos meses todavía.

En esta carrera, el tiempo pareciera estar a favor de una de las partes y en contra de la otra y eso imprime nerviosismo al acelerarse los eventos. Quizás la oposición aprendió la lección de 2004 en lo que tiene que ver con el timing de las acciones, y a diferencia de entonces, este gobierno no cuenta con los ingentes recursos de la renta petrolera para crear (o mantener) un aparato clientelar que compre voluntades para ser mayoría; tampoco cuenta con la figura protagónica de la telenovela patria trasmitida por 14 años en prime time; ni con la habilidad de mantener el discurso estetizante de los fachos, en torno al culto a la imagen de Chávez redentor: a dos meses de su deceso, lo que parecía que iba a convertirse en una nueva religión universal, hoy no pasa de ser un obligante punto de comparación que torna en impresentable al nuevo gobierno.

Así pues, sin recursos, sin líder carismático, con la fe en el proceso a punto de agotarse,  la circunstancia obliga a la “Revolución” a tener una dirección colectiva que mucho tiene de alianza contra natura, y a exponerse a que la propaganda ajena profundice sus contradicciones internas. El chavismo está como los regímenes comunistas de Europa oriental en la década de los ’70, sufriendo el desgaste de la estrategia Brzezinski y sacrificando a toda una generación de cuestionadores, a partir de los sucesos de Praga de 1968… No demoraron demasiado, después, para su caída a partir de 1989.

Y el chavismo también juega, pero su juego no tiene innovaciones, se basa en retomar estrategias que funcionaron en otro tiempo: radicalizar el discurso y flexibilizar los acuerdos en materia económica, posponer la implantación del estado comunal y congelar la acción del legislativo; tomar acciones puntuales, efectistas, frente a la agenda de problemas y generar la sensación de cercanía con las bases a través del gobierno de calle; triangular el discurso, mantener la tesis del enemigo externo, denunciar a la oposición por desleal, a la  burguesía que nos odia, al imperio norteamericano, la derecha, el fascismo (suponemos que todos estos son el mismo enemigo, ubicuo, incluso incubado dentro de sus propias filas). La novedad, que trasluce poco, es que los tres bandos del gobierno pugnan por alcanzar la supremacía, pero no se enfrentan entre sí, sino que en las sombras, dos atacan a uno, que busca defenderse, y no sabemos si los dos bandos atacan de manera coordinada o si tratándose de ataques individuales, cuál es la base de poder de cada quien dentro del partido militar.

En este nivel, el juego, como es de entenderse, ya no es democrático, ni de manera formal ni en esencia. La única manera de que ese juego se encauce dentro de las lógicas de la democracia es que la democracia esté en sus fines, y de que haya economía de la decisión, es decir: que la solución a la disputa por el poder no sea más costosa que el beneficio.
Y es aquí donde surge la pregunta que nos regresa al inicio de esta nota, la pregunta sobre la efectividad, en esta hora, de la política del escándalo: ¿Son suficientes los escándalos para ganar poder y legitimidad y con ellos mantener la democracia en los fines de la estrategia? ¿No hay otra manera de accionar desde el mínimo ético de la verdad (que es un mínimo alto) que denunciando la mentira del otro y sus nefastas consecuencias? ¿No hay una verdad que podamos construir entre todos?

Porque la tendencia que vienen mostrando las encuestas es que eventualmente, el chavismo pierda el favor de las mayorías, es que se hace necesario que la oposición construya estructuras de acogida y abra espacios de diálogo que trasciendan la polarización, si no quiere regresar a la situación de afiliación política de 2004-2012, en donde los nini impedían el crecimiento opositor, dejando que este nuevo capital político se le escurra de las manos. Una ventana de oportunidad lo constituyen las redes sociales, pero no si las vemos como plataforma de medios que sustituya la televisión (que no lo son). Hay que verlas como un espacio donde van surgiendo nuevas identidades políticas que desarrollan otras prácticas políticas que hay que empoderar, si queremos que ese 18% de conectados y politizados que describe Iria Puyosa en sus investigaciones, ese interesante contingente de infociudadanos que señalan tanto Raisa Uribarri como Luis Carlos Díaz, se conviertan en la base de apoyo para la consolidación de un nuevo proyecto nacional, que hay que hacer y para el cual hay que convocar a todas las partes.  

Y para que eso sea posible, las organizaciones políticas deben reinventarse: replantearse las formas de hacer política, desburocratizarse. Deben tener ideologías, doctrinas, credos consistentes que orienten las decisiones y las hagan subir de nivel, porque el problema de la excesiva pragmatización es que se recorta el alcance de la política y ese empequeñecimiento nos ha empobrecido en nuestras capacidades como país. Deben tener otro tipo de liderazgo que trascienda la búsqueda de influencia y se enfoque en el empoderamiento de proyectos, para que no todo tenga que depender del carisma, el voluntarismo o la habilidad administrativa de los dirigentes. Deben invertir tiempo y esfuerzo en formar a dirigentes y militantes, en las áreas necesarias para empoderar los proyectos de desarrollo. Deben tener estadistas, ya que si los partidos solo tienen burócratas o tecnócratas, terminarán haciendo política pragmática y ya sabemos, de qué tamaño esta es. Deben apostar por la inteligencia colectiva, no tanto por tener democracia, sino por tener ciudadanos demócratas. Y en esta perspectiva, deben aprender a operar en redes. No estaría malo que se leyeran Comunicación y Poder de Manuel Castells.

Una acotación final: quienes están más claros en la valoración del audio de Mario Silva son los buhoneros que lo venden quemado en cd en las autopistas: una “carne con papas” como cualquier otra, pornografía pura. 
Hora de subir el nivel. La foto es de noticiero digital

lunes, 15 de abril de 2013

La indignación


AL DÍA SIGUIENTE, la oposición no solo no había desaparecido: pugnaba por consolidar la mayoría conseguida en las urnas y escamotada por el régimen, primero en forma de ventajismo, luego como fraude simple, cometido con total desparpajo por el ente electoral. Desconoció unos resultados que invertían la tendencia, actas en mano, que daba ganador a Henrique Capriles Radonski con 2 puntos de ventaja sobre Nicolás Maduro. Capriles exigió la auditoría del 100% de las urnas de votación: conteo manual de todos los votos, contrastación con los cuadernos electorales y con las actas emitidas por las máquinas de votación. La respuesta del Consejo Nacional Electoral fue adelantar la proclamación espuria de Maduro como presidente electo. Las protestas no se hicieron esperar.
Me adelanto a comentar en medio de la línea de eventos que desatan la indignación de los ciudadanos de esta República, la cual, finalmente, parece tomar cauce en la rebelión. Se cumplen las formas. Primero, una candidatura de conatus, una multitud multitudinaria que esta dispuesta a romper la servidumbre voluntaria en nombre de su propio derecho de gente, que ha sido abandonada (dejada fuera de la ley), con lo cual se consagra en rebelión. Segundo, el bando de la rebelión es mayoritario por el incremento en casi un millón de votos de la votación en favor de Henrique Capriles y si bien en términos electorales se prefiere describir la división en términos de “dos mitades”, lo cierto es que desde 2010 ya se vienen teniendo indicios de que la mayoría cambia de signo, cuando la proporción de votos fue 52% oposición – 48% oficialismo, burlada por obra y gracia de la sobrerrepresentación de los circuitos electorales (gerrymandering), desequilibrio institucional que estas elecciones hubieran permitido corregir.
Al día siguiente, Maduro borra 11 años de deterioro y vuelve a un hipotético día después del 11, 12 y 13 de abril de 2002. Recurre al expediente del golpismo de la oposición, siete elecciones después y proclama su victoria en nombre de Chávez. Pero su victoria espuria deja entrever que el chavismo religioso no funciona, que el mito tiene la mecha floja, la pólvora mojada y que como este escribidor ha sostenido desde 2007, el venezolano es mayormente un elector racional privatizador del espacio público, pero que puede convertirse en elector racional socializador, si consigue las ideas-fuerza que conducen a ello; buscándolas, decidió apostar por Capriles, o quitarse de en medio, según se lo permitiera su circunstancia.
Los mandones huyen hacia adelante. El CNE proclama a Maduro y la Asamblea Nacional lo juramentará el 19 de abril, para mayor oprobio de nuestra historia republicana. Comienza la presión internacional. Insulza nombró en días pasados al ex gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, como su representante para la observación del acto del domingo. Su informe llevó a que hoy el Secretario General de la OEA se pronunciara en favor de la auditoría, y de llegar el caso al Consejo Permanente, rendido el informe elaborado por oficio, podrán ponerse en marcha las acciones para la aplicación de la Carta Democrática Interamericana, con lo cual se afectará también la presencia venezolana en Mercosur, sin mencionar el incremento de los costos de endeudamiento para pagar gasto corriente -el déficit fiscal está por el orden de los 144 mil millones de dólares, la inflación acumulada pronto llegará al 30%-   que harán dificultoso para el chavismo seguir ejerciendo la hegemonía, que desatará la conflictividad social, que hará mandatorio el control castrense, convirtiéndose esto, ya francamente, en dictadura, en satrapía cubana.
¿Qué velocidad tomarán las acciones en las próximas horas, en los próximos días? Dependerá del liderazgo de la oposición y de su capacidad para cohesionar al pueblo en rebelión. Henrique Capriles dio la noche del 14A una auténtica muestra de liderazgo moral, al vincular el mínimo ético de su campaña -la verdad- con el ethos de nuestra historia republicana: la libertad. Con ambos armó un poderoso proyectil que arrojó al discurso, entre cínico y gastado, de la usurpación; abriendo, finalmente, el camino que libera a la política venezolana de la camisa de fuerza de la impostura electoral, hacia un proyecto de país donde la democracia sea algo más que un sistema de gobierno regido por el juego suma cero.
Y al día siguiente, hoy, Capriles, convertido en líder, dio las primeras directrices de esta rebelión: protesta pacífica, con temple, sostenida, que poco a poco se irá escalando, incorporando elementos nuevos que incrementen la presión, porque es hora de calcular las jugadas y de pensar con cabeza fría, intentando recuperar la cordura. #sisepuede. 
La foto es de la web de sexto poder.

viernes, 22 de marzo de 2013

Las palabras mágicas


EN POCOS DÍAS vamos nuevamente a las urnas electorales, a una elección muy difícil, con limitadas posibilidades objetivas de triunfo. El aparato del estado conculcado por el gobierno sigue a punto; las amenazas que conminan al electorado opositor y el intento de mitificar la figura de Hugo Chávez como una suerte de santo revolucionario, con el cual el chavismo aspira cobrar la inversión en la estetización de la política como beneficio para la consolidación de su statu quo, se ciernen como grandes obstáculos que hacen muy desiguales las condiciones de la elección.
No obstante, hay algunos factores que bien aprovechados, empleados más para la siembra de una idea fuerza histórica que para ganar este juego suma cero que llamamos “elección”,  pueden permitir abrir el futuro para esta mitad del país que pugna por ser mayoría para poder abrirlo, ciertamente, para todos por igual.
De eso se trata: de abrir el futuro, de avanzar en la coyuntura con una visión más clara de un futuro posible, de darle sentido a la noción de progreso, que poco dice frente a los conceptos largamente repetidos y medianamente aceptados de inclusión, igualdad, independencia, soberanía, patria, historia, socialismo; lamentablemente pensados desde una subalternidad que al condenar una idea de modernidad repliega las capacidades creadoras de la gente condenándolas a la perpetua gestión de contingencia, a depender de medios escasos para su subsistencia, que son además administrados desde un poder que niega la condición humana que dice representar.

El ministerio de la profecía en esta hora
Hemos criticado, en numerosas ocasiones, los perjuicios de estetizar la política, salvo en el entendido de que la construcción de un sentido común supone formalizar un marco para las interpretaciones, que movilice los imaginarios en torno a ideas comunes, para lo cual toda política seria es en principio, una política cultural. Fernando Mires nos recuerda reciente que “efectivamente, desde el punto de vista de una lógica formal, que es también el de las ciencias, entre ellas la politología, declarar como espurias unas elecciones y después participar en ellas, es una incongruencia. Sin embargo, y es lo que no entienden tantos politólogos, la política no es congruente. Tampoco es una ciencia y en ningún caso es polito-lógica. Eso significa: en política se actúa no sobre condiciones ideales sino sobre las que se van dando en el camino. O para decirlo con el poeta Machado, en la política no hay caminos: "se hace camino al andar’"[1].
Mires valora positivamente lo que puede leerse como una campaña que se enfoca en valores, donde si se interpreta a partir de la ética de mínimos de Adela Cortina, se ha puesto un mínimo ético que está más allá de la realpolitik y el cálculo electoral: la verdad.

Decir la verdad, sea donde sea, duela a quien duela, y aunque se venga el mundo abajo, es tarea de santos y mártires, casi nunca de políticos. Capriles, en cambio, la asume políticamente. Quizás por eso se le ve más suelto; incluso más libre, en sus discursos. Ha bebido del néctar de la verdad; y lo goza. Ya no se preocupa de frases hechas; está más allá de los cálculos, de las poses pre-concebidas y de los comunicadores profesionales. Yo diría, más allá de la política ritual. Esa es la razón por la cual frente a Capriles, Maduro, un personaje altamente ideologizado y mitómano hasta los huesos, se ve, a pesar del carisma que succiona del presidente muerto, como un ser sin vida propia, o como uno de esos pobres hombres que nunca han podido superar el complejo paterno ("Yo soy hijo de Chávez") y que, por lo mismo, nunca serán definitivamente adultos. Maduro vive bajo el amparo mítico de su padre muerto, la fase más pubertaria de su vida política. Capriles, en cambio, es, o ha llegado a ser, un político adulto. Solo la verdad, es decir, la disencia frente a la no-verdad, nos convierte en seres adultos.

¿Quién puede, en esta hora, decir la verdad a la gente? ¿Y cómo decirla? El 8 de octubre en mi blog reflexionaba sobre los resultados de la elección presidencial. Leído ahora, cinco meses después, lo dicho adquiere un nuevo sentido:

Al final de su presentación en el II Encuentro Internacional de constructores de paz organizados por el Centro Gumilla, Miguel Álvarez Gándara (México) habló de negociación en contextos polarizados y violentos y luego de dar un conjunto de consejos, finalizó con uno: “no olvidar el ministerio de la profecía”
Por esos días, mi lectura de Roberto Mangabeira en El despertar del individuo apuntaba hacia la necesidad de cambiar la fundamentación de la razón política, no en la historia sino en la profecía, en la memoria vuelta profecía por la imaginación que funda realidades. Se trata de una concepción de lo profético algo distinta de la católica, para la cual, la profecía es denuncia de los pecados de una época y anuncio de una futura acción divina en virtud de lo cual, Jesús es, a un tiempo, Dios mismo en la persona del hijo y profeta por su condición de hombre. De allí que el espíritu profético en los católicos se manifiesta en la imitatio christi, más o menos sistematizada en el catecismo. La teología de la liberación supuso una ascesis en la cual ya no se esperaría el reino de Dios, sino que se construiría en la tierra con la intercesión con la fe y la justicia, atributos éstos del amor de Dios; los pentecostalistas, por su parte, suponen que un profeta es aquel que es capaz de dar testimonio por la acción directa del espíritu santo, con lo cual, queda suprimida la acción humana de constituir iglesia, que es un ejercicio de la voluntad (re-ligare), se trata de una iglesia mucho más animista, ciertamente. 
¿Hay un sentido laico de lo profético? Para Mangabeira, sí, y es también hacia lo que parece apuntar Miguel Álvarez Gándara: hacer profética la memoria implica darle proyectividad ética a la identidad; memoria y proyecto hacen entonces que la política alinee a la imaginación con los recursos de las voluntades en una perspectiva donde las historias personales se conjugan con la historia de la comunidad, del país.
Aquí cabe la pregunta: ¿no es esto lo que hizo Henrique Capriles Radonski en su campaña, recorriendo los pueblos? ¿No era eso Chávez, al principio, en 1998? La diferencia no obstante, no son los candidatos y sus respectivas personalidades y actuaciones, es más bien el tipo de sistema religioso al que aluden sus liderazgos, cosa que explica Michelle Ascencio en De que vuelan vuelan: el sistema de la persecución, donde entidades buenas y malas en conflicto influyen en la acción humana (que Ascencio incorpora al que denomina Catolicismo popular) versus el sistema de la culpa, donde hay una ley, una responsabilidad internalizada y un modo de redención. Chávez está asociado a las persecuciones, Capriles a la culpa y a la redención. Hasta dónde llegan los sistemas en la racionalidad política del venezolano lo vimos el 7-O, no obstante, ahora es tiempo de meditar si es conveniente darle al progresismo venezolano una base tan marcadamente religiosa en oposición al sincretismo entre catolicismo popular y populismo que instrumentaliza la “conexión emocional” de Chávez con su militancia, so pena de que se sustituya un fascismo por otro.[2]

Capriles puede y debe decir la verdad, pero no como apóstol sino como profeta
  
Una candidatura rebelde para construir una mayoría
Para un profeta la verdad es la denuncia de su era, pero también el mundo por venir. Para el candidato profeta, la candidatura es una rebelión contra aquello que oprime la posibilidad del futuro, rebelión en la cual está acompañado por los creyentes, los hermanos en la esperanza del mundo por venir.

Pero también para la rebelión es necesario construir una mayoría, desde un espacio consagrado fuera del orden contra el cual ha de insurgirse. Al comentar el origen de la rebelión civil, también en mi blog, señalaba:

Y es que cuando el jefe del Estado, en abuso reconocible de su soberanía (es decir: la condición sagrada -sacer- del poder con que el pueblo lo ha investido) violenta la otra fuente de soberanía que es el voto, acorrala a la disidencia política (porque para el modo en que éste entiende la soberanía no hay adversarios sino enemigos) que existe como expresión de la libertad de pensamiento y de afiliación política y hegemoniza y coopta todos los espacios de deliberación política; cuando todo esto ocurre, la rebelión del pueblo se vuelve legítima, el demos se consagra y al igual que el soberano, queda en la condición original del Homo Sacer: aquel que está consagrado a los dioses, al que ningún hombre puede asesinar, pero si lo hace, no podrá ser condenado por ello, Giorgio Agamben dixit.
Esta consagración del Homo Sacer pasa por el abandono, la exclusión del bando, que puede estar representado por la ley o por la pertenencia a una facción, máxime en nuestro caso, cuando la ley se ha convertido en la expresión de una facción. La rebelión, digo, es legítima porque los rebeldes están abandonados, lo que lleva a considerar que en esta situación, a la par de que quedan liberados de la obligación por ante la ley, quedan vulnerables a su acción en cuanto que es la acción de una facción.
Creo que el ejercicio irrestricto de la soberanía implicado en la construcción de la hegemonía revolucionaria del proceso ha generado este estado de cosas; pero es a partir del 15F [y reforzado más recientemente, el 10E], cuando se abre para esta fase del proceso político venezolano esta posibilidad concreta, que no debe confundirse con el estado de naturaleza porque pese a que el ejercicio político de la facción de gobierno ha demolido las instituciones, aún no ha podido derogar las leyes de la cultura, que existen, aunque no siempre son percibidas. Se abre el tiempo de la rebelión, y dependerá del grado de madurez del liderazgo político venezolano y de la capacidad de horror de las naciones del orbe, el que esta rebelión sea lo menos violenta y lo más constructiva posible para el proyecto histórico venezolano[3].

¿Y cuál es ese espacio de abandono donde ubicamos la rebelión? Ese nuevo nomos es el que constituyen las redes sociales, concebidas como tal, por las prácticas que la tecnología facilita en cuanto que medios para alcanzar fines. Sobre eso también me referí en el mismo blog:

Hablamos de redes solidarias en todos los ámbitos de la vida comunitaria[dentro y fuera del entorno digital]: para compensar con información en tiempo real la indefensión frente a la acción de los delincuentes, para organizar a las comunidades en la defensa de sus derechos como consumidores, para presionar frente al poder las arbitrariedades cometidas en nombre del proceso, para optimizar el aprovechamiento de los recursos, para hacer cumplir las leyes de la República, para hacer República desde ese espacio intermedio entre el todos y cada uno del individuo indefenso frente a la masa (para cuya defensa está el Estado) que es la comunidad. Hablamos de redes que, una vez que se agreguen, podrán rebelarse contra la injusticia desde la legitimidad del poder popular, haciendo resistencia inteligente frente al apartheid político.
Solo con una agregación de las redes sociales, politizadas en función de objetivos de diferente escala, que correspondan a diversas realidades sociopolíticas y económicas y que puedan ser ubicables en un corto, mediano y largo plazo, vamos a poder hablar eficazmente de mayoría, más allá de la contingencia, superando el clientelismo. Solo con una agregación de las redes movida por la solidaridad, podremos estructurar el poder popular en función de darle proyectividad democrática. Solo cuando conformemos una mayoría en red, podremos paralizar la toma del Estado por la facción, recuperándolo para los propósitos de la democracia por la misma democracia. Y eso puede y debe hacerse aquí y ahora, considerando a un mismo tiempo la urgencia de defenderse del ataque y la capacidad de creación del después que todos –nosotros- aspiramos.


La fase siguiente del proyecto nacional (las palabras mágicas)
El futuro es un proyecto que debe poder emblematizarse en una frase o una palabra. El proyecto histórico venezolano, hasta ahora,  se ha centrado en la construcción de una modernidad propia en la cual hemos invertido diez generaciones de venezolanos. No hay que temer a lo abstracto que un concepto pudiera ser: ¿Qué significa la modernidad para el venezolano? ¿Cuántas  y cuáles visiones? ¿Cuántos proyectos pensados para conciliar el interés personal y el beneficio común? ¿Cuánta modernidad generada por los medios de comunicación? ¿Cuánta, por la formación ilustrada? ¿Cuánta, por los inmigrantes, que la transitaron del campo a la ciudad, de la guerra y el extermino a un nuevo comienzo? ¿Y quiénes se fueron quedando por fuera de esta modernidad? ¿Por qué? ¿Cómo incluirlos?
En Venezuela hay más modernidad de la que podemos ver, pero a esa modernidad le faltaba pasar por esta negación, esta antítesis, para poder avanzar hacia la fase siguiente del proyecto nacional, que en otra parte hemos concebido como la democratización de la sociedad civil, y que en perspectiva de devolverle el sentido ético a la política pasa por concebir a la democracia no como un sistema de gobierno, sino como un ethos.
Conviene precisar sobre la idea de “democratizar la sociedad civil”. Cohen y Arato (1999) al estudiar los procesos de transformación política en sociedades que se democratizan luego de pasar por un periodo autoritario (caso de las democracias suramericanas, o países de Europa oriental) destacan cómo las trasformaciones han sido posibles mediante una articulación entre sociedades políticas, estado y sociedades civiles.

Desde nuestro punto de vista, los movimientos sociales para la expansión de los derechos, para la defensa de la autonomía de la sociedad civil y para su mayor democratización son lo que mantienen viva a una cultura política democrática. Entre otras cosas, los movimientos introducen nuevos problemas y valores en la esfera pública y contribuyen a reproducir el consenso que presupone el modelo de democracia de élite/pluralista pero el que nunca se preocupa por explicar. Los movimientos pueden y deben complementar, en vez de querer remplazar los sistemas partidarios competitivos. Nuestro concepto de sociedad civil, por lo tanto, retiene el núcleo normativo de la teoría democrática a la vez que sigue siendo compatible con las presuposiciones estructurales de la modernidad. Nuestra tesis también es que las tensiones entre el liberalismo orientado a los derechos y, por lo menos, el comunitarismo orientado democráticamente pueden reducirse considerablemente, si no desaparecer del todo, sobre la base de una nueva teoría de la sociedad civil[4] (Cohen y Arato, 2000: 38-39)

La verdad como mínimo ético bien puede apuntar, correspondientemente, hacia máximos éticos, en el medio de los cuales está el espacio para un ethos que bien puede ser de un bando, una sociedad o incluso una civilización. Pero también estos máximos pueden constituir las ideas-fuerza que una campaña enfocada en valores puede llegar a manejar con efectividad. Una de esas ideas-fuerza –que también pueden entenderse como palabras mágicas- es la libertad como clave para abrir el proyecto de la democracia como ethos, lo cual implica no solo denunciar el régimen y el asalto que la facción ha hecho del estado, implica denunciar también las faltas de la sociedad, con miras a corregirlas en función de un proyecto. No somos más libres porque no ejercemos entre nosotros la acción libre y responsable basada en la confianza, porque no tenemos medios para confiar pues falla la autoconfianza que se gana con la educación. Porque quedamos esclavizados por el miedo que nos da la inseguridad, porque hemos cedido el espacio del sentido común a la normatividad institucional devenida en dogma, lo que Mangabeira en El despertar del individuo denomina perfeccionismo democrático. Así afirma: cuando hablo de perfeccionismo democrático (…) me refiero a la creencia de que una sociedad democrática tiene una única e imprescindible forma institucional. Una segunda característica es la creencia de que, impidiendo la desgracia y la opresión extremas, el individuo puede elevarse física, intelectual y espiritualmente. Según esta perspectiva, una vez que se inicia el camino institucional predeterminado de una democracia libre, serán poco frecuentes los casos en que el infortunio y la injusticia cierren esa senda a una efectiva voluntad de esfuerzo personal. Esas circunstancias extraordinarias justifican remedios extraordinarios”. Mangabeira, R. (2009:36)

Restablecer la libertad es retomar el camino

Otra palabra mágica es la igualdad, en la cual se sustenta buena parte del discurso del chavismo. Puyosa señala en una nota reciente en su perfil de Facebook: “El valor fundamental del chavismo es la igualdad. Una aspiración de igualdad que marca nuestra historia, desde el Taita Boves, de manera sangrienta. Una aspiración de igualdad que tiene antecedentes en la insurrección de José Leonardo Chirinos.”Tendríamos que reconocer, en acuerdo con la verdad como mínimo ético, a la igualdad como el ethos del chavismo, sin dejar de señalar la distancia, algunas veces abismal, entre discurso y práctica, entre los enunciados que nos animan y las acciones por las que somos juzgados, y sin sacarla del contexto de la dinámica emprendida entre los proyectos de vida personales y el interés común de una sociedad. Así, no puede haber una igualdad que sacrifique la intersubjetividad en función de imponer un pensamiento, único, ni una igualdad que preserve la identidad de los bandos en pugna; tiene que haber una igualdad basada en el reconocimiento de la alteridad, que sea garantizada por la ley y por la institucionalidad del estado, pero principalmente, por el sentido común, que dicho sea de paso es la primera víctima cuando hay un conflicto social generalizado. Este sentido común es definido por Hannah Arendt como “la capacidad de ver las cosas no sólo desde el propio punto de vista sino desde la perspectiva de todos aquellos que estén presentes, hasta que el juicio pueda ser una de las capacidades fundamentales del hombre como ser político en la medida en que le permite orientarse en la esfera pública, en el mundo común, son ideas prácticamente tan antiguas como la experiencia política articulada”.
Desde cierta perspectiva, los medios de comunicación social, en cuanto que foros públicos, constituidos por el ejercicio de la libertad de expresión, y más contemporáneamente las redes sociales del entorno digital, contribuyen con la creación del sentido común el cual puede ser bueno o malo según sea la calidad de sus relatos, según se abuse o no del estereotipo como síntesis narrativa. Sobre este particular vale señalar que el realismo conceptual como estética contemporánea ha contribuido en gran medida a la formación del sentido común pero también –y es nuestro caso- a consolidar la estetización política en forma perniciosa. La definición de democracia protagónica revolucionaria hecha por el Proyecto Nacional Simón Bolívar 2006- 2013 considera que “los espacios públicos y privados se considerarán complementarios y no separados y contrapuestos como en la ideología liberal”, lo que, precisamente, establece el equilibrio dinámico del sentido común. Romper este equilibrio en nombre de una idea colectiva de lo social, no construye una sociedad, más bien coloca a una burocracia a administrar una vasta agregación de anomias.
¿Y el fascismo social? La inquietante idea de un fascismo transmutado, metabolizado por la democracia, expuesta por Umberto Eco en su célebre ensayo Ur-fascismo, el fascismo eterno, sirve de correlato a Boaventura de Sousa Santos para señalar en su Sociología jurídica crítica. Para un nuevo sentido común en el derecho, que a diferencia del anterior, el fascismo actual no es un régimen político. Es más bien un régimen social y civilizacional. Distingo cuatro clases principales de fascismo social. La primera es el fascismo del apartheid social. Es decir, la segregación social de los excluidos a través de la división de la ciudad en zonas salvajes y zonas civilizadas (...) La segunda fase del fascismo social es el fascismo paraestatal. Se refiere a la usurpación de las prerrogativas del Estado por parte de actores sociales muy poderosos que, frecuentemente con la complicidad del propio Estado, o bien neutralizan o bien suplantan el control social producido por el estado. El fascismo paraestatal tiene dos dimensiones, el fascismo contractual (aceptado por vía de la hegemonía) y el fascismo territorial (cooptación de estados postcoloniales por corporaciones de capital).  La tercera clase de fascismo social es el fascismo de la inseguridad. Consiste en la manipulación discrecional del sentido de la inseguridad de las personas y grupos sociales vulnerables debido a la precariedad del trabajo o a causa de accidentes o eventos desestabilizadores (...) La cuarta clase del fascismo social es el fascismo financiero. Es el tipo de fascismo que controla los mercados financieros y su economía de casino. Es la más pluralista en el sentido que los flujos de capital son el resultado de las decisiones de inversores individuales o institucionales esparcidos por todo el mundo y que no tienen nada en común salvo el deseo de maximizar sus activos. (…) En todas estas clases el fascismo social es un régimen caracterizado por relaciones sociales y experiencias de vida bajo relaciones de poder e intercambios extremadamente desiguales, que se dirigen a formas de exclusión particularmente severas y potencialmente irreversibles.

Restablecer el sentido común es retomar el camino
La otra palabra mágica es el trabajo: si la libertad es un medio para construir espacios de felicidad, el otro es el trabajo que la sustenta, y sobre el cual me referí como posible significador del progresismo en versión venezolana, en la búsqueda de alternativas ideológicas ante un ámbito político excesivamente pragmatizado:

No es deplorable trabajar con la idea de sentido común que asocia el progreso con el avance de los proyectos –personales, colectivos o del Estado- enfocados en el bienestar, lo que se critica es que no se haga marco de sentido común para darle sentido ideológico al progreso, con lo cual, cada quien lo interpreta a su manera. No es malo per se que progreso se convierta en consigna, lo malo es que esta no refiera a un proyecto, y aquí comienzan las contradicciones, porque el programa unitario de la oposición es un programa de reinstitucionalización, basado en la Constitución, que no oculta su enfoque socialdemócrata, mientras que el proyecto de campaña no parece tener ese enfoque. Cuando se escuchan los conceptos convertidos en consignas reinterpretadas por otros, el elector se consigue con versiones muy distintas de lo mismo. Y uno se pregunta: ¿por qué si el segundo problema del país es el empleo, y el primero es la inseguridad, haya que insistir en el primero que depende de la acción de estado, en vez de generar esperanza a partir del segundo, que depende de la iniciativa individual y social promovida por el estado? ¿Porque el gobierno usufructuó el tema con la reforma de la LOT? ¿Por qué si el progreso depende de la educación y el empleo, el progresismo en campaña no se entiende públicamente con gremios y sindicatos? Yo intuyo que en la respuesta está implicado el tipo de proyecto nacional desde donde se piensan tanto la campaña como la coyuntura.
El plan de empleo presentado por Capriles el 26 de abril en Valencia, es bueno, pero tiene que ser bueno en el contexto del proyecto nacional desde donde se formula, para que no sea sólo un buen plan técnico y para poder explicarle a la gente que la creación de 600 mil empleos anuales por seis años, no es un fin en sí mismo, ni una consigna, ni un titular de periódico, sino un medio para alcanzar un fin más alto, ¿cuál? Porque si la versión desarrollista del laborismo es la cooptación, la liberal es tecnocrática y la socialdemócrata lo considera un tema de solidaridad del estado, y en el comando opositor coexisten estas tres visiones, y ninguna coincide con el progresismo que pregona el candidato, ¿cómo se van a producir los acuerdos de agenda de la campaña?
El fantasma del laborismo seguirá espantando, porque esa es la labor de todo fantasma: asustar, desnudar las culpas, interpelar las conciencias. Apunta hacia la oportunidad de aprender de los muchos errores cometidos en los últimos 30 años, pero demanda una disposición distinta, otro tipo de compromisos que se aparten de la militancia y apunten hacia la deliberación y la construcción de consensos sociales, hacia el empoderamiento organizado de la gente. Para que no espante, para que se encarne  y nos reúna a todos para hacer del futuro una obra común.[5]

Darle al trabajo el valor que este tiene, como medio para alcanzar una vida digna, es retomar el camino

Así pues, Libertad, Igualdad y Trabajo son pues, las palabras mágicas que pueden abrir el futuro, acrecentar el bando de la rebelión, constituir una mayoría solidaria en red, y hacer valiosa la apuesta del 14A. Decirlo es el propósito de estas líneas, las cuales quieren ser un aporte para la causa de la República, de la democracia y de la patria, en esta hora de definiciones.




[1] Fernando Mires (2013) Capriles, la política y la verdad, en su blog Polis política y cultura: http://polisfmires.blogspot.com/2013/03/fernando-mires-capriles-la-politica-y.html Recuperado en marz de 2013.
[2] Carlos Delgado Flores (2012) “Plegarias atendidas” en su blog Escrito de madrugada. http://escritodemadrugada.blogspot.com/2012/10/plegarias-atendidas.html Recuperado en marzo de 2013
[3] Carlos Delgado Flores (2012) “La rebelión” en su blog Escrito de madrugada. http://escritodemadrugada.blogspot.com/2009/04/normal-0-21-false-false-false.html Recuperado en marzo de 2013
[4] Cohen, J. y Arato, A. (2000) Sociedad civil y teoría política. Pág. 38-39
[5] Carlos Delgado Flores (2012) “La hora del laborismo venezolano” en su blog Escrito de madrugada.