viernes, 20 de noviembre de 2015

Palabras para la Promo 55

EL ACTO DE GRADO de la promoción 55 de Periodismo y Publicidad de la Escuela de Comunicación Social de la UCAB fue ayer, 19 de noviembre. Este servidor tuvo la inmensa honra de apadrinar una nueva cohorte de periodistas y de dirigir unas palabras en el acto, que ahora publico para que quede constancia. Tengo mucho que agradecerle a Dios y a mucha gente, por este momento, quien sabe por qué, simplemente, mande un abrazo mental. Chicos de la 55, para ustedes fue este discurso. Chicos de la 57, a prepararnos!

Queridos colegas comunicadores sociales, periodistas y publicistas:

Hoy es el día de celebrar un logro: el final de un largo ciclo y el comienzo de otro, aun más grande, que alcanzará hasta donde los lleve la vida. A partir de esta, su graduación, somos colegas en el modo de profesar, ustedes como profesionales y yo, también, como profesor, como uno de ustedes que volvió su rostro para ver en los suyos el milagroso despertar de la conciencia.

Ya ustedes saben, porque les he dicho largamente, que en nuestra condición de intelectuales públicos, somos constructores de sentido común y por ende, constructores de democracia, entendida esta a la manera como la entendía Hannah Arendt, como gobierno del sentido común. Saben además que nuestro oficio asume como propios los compromisos de la modernidad porque contribuyó a gestarla, tanto con el periodismo creador de polis, como con la publicidad, vital para el ejercicio económico. Intuyen que en nuestro imaginario cohabitan el detective y el espía con el psicólogo, el antropólogo, el controlador de tráfico aéreo y el traductor simultáneo; que vivimos para buscarle las cinco patas al gato y se las encontramos, por eso no hay poder, ni de Estado ni fáctico, ni aquí ni en ninguna otra parte, que esté dispuesto a tolerarnos si no nos sometemos a sus dictados. Y ocurre como con algunas especies, que no somos domesticables del todo. (Y aquí cabe una nota mental: falta saber qué clase de animal será cada quien, y quiera Dios que entre nosotros no abunden los lobos con piel de cordero)

Ahora nos toca saber, cómo construir sentido común en tiempos de guerra.
Hace poco más de un mes, el padre rector en su lectio brevis de este año académico caracterizó en forma elocuente eso que Francisco, el papa, llama “una tercera guerra mundial por etapas”, que ahora, a partir de los ataques a París, adquiere forma de acontecimiento y al hacerlo oscurece los conflictos de casi toda África, los duelos cotidianos con el narcotráfico y la corrupción en toda la región latinoamericana, que quedarán enmarcados en la cruel dinámica de la polarización “en la cual, dice Virtuoso, “las opciones intermedias quedan descartadas y son denunciadas por cada bando, acusadas de ser formas encubiertas del bando contrario”.
El rector señala, además, nuestro caso en estos términos (cito)

Lamentablemente Venezuela no escapa de la lógica de la violencia que caracteriza al mundo de hoy. Vivimos una guerra sin cuartel que se libra día a día en nuestra cotidianidad. El número de muertes que la violencia social y policial genera anualmente en el país se compara fácilmente con el saldo que dejan los más significativos conflictos bélicos del mundo. En Venezuela, desgraciadamente la vida no vale nada. Vivimos igualmente una guerra ideológica sin sentido, impuesta por quienes detentan el poder político. Una minoría intenta imponer un modelo de sociedad que más del 80% de los venezolanos rechazamos. Vivimos una guerra contra los más elementales principios de la convivencia democrática. Las consecuencias están la vista: inflación, desabastecimiento, hambre, la migración de nuestros mejores recursos, incertidumbre. Una guerra en donde la razón de la fuerza es sólo el sostén de este desorden nacional. Somos víctimas de la incapacidad de los organismos internacionales para hacer valer sus propios veredictos sobre la realidad que vivimos, somos un pueblo que sufre el diletantismo de la comunidad internacional sobre el carácter absoluto de los principios democráticos y de la dignidad humana representada en la exigibilidad de los derechos humanos (fin de la cita)


Ahora, la guerra de adentro y la de afuera ocultan su rostro tras el de Sven Alejandro Silva, venezolano, fallecido en Paris, en el ataque terrorista del Estado Islámico al teatro Le Bataclan.  Sven era de San Antonio de los Altos, seguramente lo vi crecer en el pueblo. Me solidarizo plenamente con el dolor de sus padres, pero lo muestro en esta hora de celebración, para que entendamos por qué necesitamos reconstruir el sentido común, si es que queremos que prevalezca la vida.

No será fácil ni será labor de un día, puede ser la obra de toda una vida, pero yo les aseguro que vale la pena, pues para que prevalezca la vida, hay que construirle un futuro. De cara a ese futuro resuenan las palabras del Papa Francisco en su encuentro con la juventud durante su viaje apostólico a Cuba. Decía el Papa (y cito): 

Los jóvenes son la esperanza de un pueblo, eso lo oímos en todos lados, pero ¿Qué es la esperanza? ¿Es ser optimista? ¡No! Optimismo es un estado de ánimo. Mañana te levantas con dolor de hígado y no eres optimista, ves todo negro. O sea, la esperanza es algo más, la esperanza es sufrida, la esperanza sabe sufrir para llevar adelante un proyecto, sabe sacrificarse ¿Tú eres capaz de sacrificarte por un futuro? ¿O solamente quieres vivir el presente y que se arreglen los que vengan? (Fin de la cita)

Hoy ustedes representan a la comunicación social venezolana, vista desde el periodismo y la publicidad. De ambos espero yo grandes cosas. Del periodismo espero que tenga sabiduría y coraje para que logre refundarse más allá de esta crisis, como espero que el país salga de este atolladero histórico. Espero que las apuestas por el periodismo de investigación en formato digital se consoliden y prosperen y animen a cambiar a aquellos sectores que aun sopesan los costos y los beneficios de preservar un statu quo. Espero que el periodismo ayude a construir una cultura de participación y de deliberación pública, divulgando buenas prácticas y denunciando las deplorables, incluso si estas vienen del medio donde se trabaja. Espero que el periodismo acompañe la formación de los nuevos liderazgos y de las nuevas organizaciones políticas que sustituirán a todo este orden. Y espero de ustedes, queridos colegas, que hagan lo que esté a su alcance para hacer gremio, para reconstruir nuestra comunidad profesional de constructores de sentido común, para fortalecer las sociedades intermedias y restablecer las autonomías democráticas.

Y en esa misma línea espero de la publicidad mucho más que su mero aggiornamiento: que haga buena comprensión de la premisa numero uno del Manifiesto Cluetrain de que “los mercados son conversaciones” y por tanto, se miden por la escala humana. Que apoye con su experiencia y técnicas a los nuevos emprendimientos digitales, a la economía del conocimiento, a la inteligencia colectiva y a su capacidad de transformar la vida tanto pública como privada. Que promueva el cambio civilizatorio que apunta Francisco en su encíclica Laudato Si’ contribuyendo a desterrar la cultura del desecho, a reconciliarnos con la naturaleza y a comprender que el sentido común es un bien común, que se gana cuando la vida de cada quien dialoga desde su sentido propio.

Y porque tanto espero, ruego al buen Dios nos conceda vida en abundancia, para ver cómo florecen las conciencias que ahora se abren para este largo viaje, tan bien descrito por Constantino Kavafis en su memorable poema, ÍTACA, con cuya lectura yo los dejo:

CUANDO EMPRENDAS EL VIAJE HACIA ÍTACA, ruega que sea largo el camino, lleno de aventuras lleno de experiencias. A los Lestrigones, a los Cíclopes o al fiero Poseidón, nunca temas. No encontrarás tales seres en el camino si se mantiene elevado tu pensamiento y es exquisita la emoción que te toca el espíritu y el cuerpo. Ni a los Lestrigones, ni a los Cíclopes, ni al fiero Poseidón has de encontrar, si no los llevas dentro de tu corazón, si no los pone ante ti tu corazón. 

Ruega que sea largo el camino. Que muchas sean las mañanas de verano en que —¡con qué placer, con qué alegría!— entres en puertos antes nunca vistos. Detente en los mercados fenicios para comprar finas mercancías, madreperla y coral, ámbar y ébano y voluptuosos perfumes de todo tipo, tantos perfumes voluptuosos como puedas. Ve a muchas ciudades egipcias para que aprendas y aprendas de los sabios.

Siempre en la mente has de tener a ÍTACA. Llegar allá es tu destino. Pero no apresures el viaje. Es mejor que dure muchos años y que ya viejo llegues a la isla, rico de todo lo que hayas ganado en el camino, sin esperar que Ítaca te dé riquezas.

ÍTACA te ha dado el bello viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. No tiene otras cosas que darte ya. Y si la encuentras pobre, ÍTACA no te ha engañado. Sabio como te has vuelto, con tantas experiencias, habrás comprendido lo que significan las Ítacas.

Que Dios los bendiga.

sábado, 27 de junio de 2015

En el día del periodista, a mis alumnos y colegas

Aquí, con la franela e la campaña del Ipys, impertinente (impenitente)
NO QUERÍA QUE terminara este 27 de junio, día del periodista, sin dedicar unas palabras a mis colegas, y a mis ahijados de la Promo 55 de periodismo de la UCAB, que más pronto que tarde, también lo serán.

Hoy ha sido un día de grandes palabras, de épicas invocaciones, de buenos propósitos y de aliento para nuestro gremio. A la monserga y a la cursilería las perdonaremos porque son cuestión de estilo, y porque algo de verdad, ambas encierran. Pero aquí entre nos, no la tenemos fácil. Nunca como ahora en este país había sido tan difícil contar, decir, con toda la propiedad del verbo; nunca como ahora había sido más necesario dar a conocer y nunca como ahora había sido tan vital reinventar el periodismo, tanto como reconstruir el país.

Ya ustedes saben, porque yo se los he dicho largamente, que en nuestra condición de intelectuales públicos, somos constructores de sentido común (nota mental: hacer caso omiso de la frase de Oscar Wilde de que el sentido común es el menos común de los sentidos, el irlandés era un estupendo ironista y la legalización del matrimonio gay en la puritana “colonia” americana debe haberlo reivindicado en su memoria y en su genialidad); que nuestro oficio asume como propios los compromisos de la modernidad porque contribuyó a gestarla, tanto en los diarios de opinión de los tories de la república puritana inglesa, como  en los pasquines de la Francia jacobina, o en los digestos de la guerra de independencia, en donde habremos de incluir al Correo del Orinoco (segunda nota mental: cuando nos toque reinventar el periodismo, ¿podríamos mudar la fecha, para desligarla del fetichismo bolivariano? Gracias, que Dios y la patria os lo premien…); y que por tanto, no hay oficio más político que este. Que en nuestro imaginario cohabitan el detective y el espía con el psicólogo, el antropólogo, el controlador de tráfico aéreo y el traductor simultáneo; que vivimos para buscarle las cinco patas al gato (tercera nota mental: ¡Cómo José Vicente Rangel desperdició en los ‘90 un título tan bueno para una columna, como ese!) y se las encontramos, por eso no hay poder, ni de Estado ni fáctico, ni aquí ni en ninguna otra parte, que esté dispuesto a tolerarnos si no nos sometemos a sus dictados. Y ocurre como con algunas especies, que no somos domesticables del todo.

Yo espero grandes cosas del periodismo venezolano. Espero que tenga sabiduría y coraje para que logre refundarse más allá de esta crisis, como espero que el país salga de este atolladero histórico. Espero que las apuestas por el periodismo de investigación en formato digital se consoliden y prosperen y animen a cambiar a aquellos sectores que aun sopesan los costos y los beneficios de preservar un statu quo. Espero que el periodismo ayude a construir una cultura de participación y de deliberación pública, divulgando buenas prácticas y denunciando las deplorables. Espero que el periodismo acompañe la formación de los nuevos liderazgos y de las nuevas organizaciones políticas que sustituirán a todo este orden, como hoy lo denuncian sometiéndose a la censura, al irrespeto, al escarnio, cuando no a la infamante pena del extrañamiento, que no otra cosa es esta diáspora: el destierro, disimulado, pero no por ello menos cruel… (Cuarta nota mental: Elizabeth Fuentes debe haberse vuelto loca, si ella se declaraba huérfana de hijos cuando se fueron al exterior como parte de la diáspora, ejerciendo su derecho a decir, cómo se le ocurre proponer la autocensura en beneficio de un bando, así sea el propio. Se sabe que “las opiniones son como los traseros: todo el mundo tiene uno”, pero, ¿cómo acepta uno algo así?)  Y espero de ustedes, queridos alumnos, próximos colegas, que hagan lo que esté a su alcance para hacer gremio, para reconstruir nuestra comunidad profesional, para fortalecer las sociedades intermedias y reestablecer las autonomías democráticas.

Y finalmente, en respuesta a la pregunta de si hay algo que celebrar hoy, día del periodista, dado el estado lamentable en nos encontramos,  pues yo diría que celebro mi decisión de vida, el encontrar una vocación y el haber conocido a gente amiga, tan entrañable, en las redacciones y en las aulas. Celebro que hay futuro para este oficio y lo seguirá habiendo mientras haya gente dispuesta a asumir sus compromisos, y en lo que a mi concierne, de eso, doy fe de padrino.
Con mi abrazo cariñoso,

Cardelf

viernes, 6 de febrero de 2015

Viva Zapata


Pedro León Zapata  (1929-2015) Foto tomada de http://yoyopress.com)
HACE VEINTE AÑOS (1995), por esta fecha, comenzaba yo como coordinador de las páginas culturales de El Universal; Sofía me había contratado guiada por una entrevista de trabajo y como era de esperarse, estaba en período de prueba. Una de las primeras entrevistas que hice en ese espacio era, justamente, a Pedro León Zapata, por los 30 años de su caricatura diaria, los zapatazos de El Nacional; no fue una gran entrevista, de hecho sé que pude haberlo aprovechado más (eso me hizo saber la exigente Sofía), pero a partir de allí comenzó una relación, que no dudo en considerar, era amistad.

Las páginas no estaban en la redacción de El Universal, sino en una oficina cerca del Museo, de allí que estábamos próximos a este. Zapata dictaba talleres, daba visitas guiadas y desarrollaba proyectos en el Museo, aun en plenitud de sus capacidades creativas.

Ese mismo año, pero en diciembre, Venezuela fue el país invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y de aquí viajó una delegación. Yo fui a cubrir. Nos alojaron en el Hotel de Mendoza, un antiguo convento cerca del Teatro degollado, en el casco histórico. Una mañana después del desayuno, Zapata nos invitó a acompañarlo al Hospicio Cabañas, a ver los frescos que José Clemente Orozco, el célebre muralista, había pintado entre 1937 y 1939. Zapata, quien había estudiado en México con David AlfaroSiqueiros, conocía bien esta obra, y la explicó con maestría. Mientras lo escuchaba descubrí, para mí mismo, algo en lo cual quizás haya coincidencia con la opinión de algún crítico: que el estilo pictórico de Zapata, pero principalmente sus dibujos, son una síntesis personal del muralismo y del expresionismo que hay en él, con el cual, el artista se construyó un discurso plástico hecho por y para la civilidad venezolana: para combinar ironía y sentido común.

Aquella vez comprendí que la simpatía que Zapata me producía era movida por una mezcla de genialidad y bondad que me lo presentaban como un intelectual público que apostaba en su expresión artística –bien como pintor, como caricaturista o como humorista- a desarrollar una pedagogía cívica hecha desde el goce estético. Claro, a esta idea no llegué de inmediato, pero ese día me dije “Zapata es un genio” y pasé a formar parte del bando de sus admiradores.

Hoy me dolió su muerte.

Hoy sentí que el pasado se nos está borrando, y que el futuro se nos pone cada día más lejano de este presente donde las horas no son oportunas, sino que se pierden, una tras otra, alineadas en las colas, las prohibidas colas.

Hoy reparé en que se me han muerto amigos y maestros, personas de las cuales fui devoto y gente a quien admiré.

Hoy sentí que entre los que se han muerto, los que se han ido y los que simplemente no están, nos estamos quedando solos en una soledad de espaldas, en un país de miedo.

Hoy sentí angustia por los más jóvenes. Hoy comprendí plenamente a los padres que prefieren voluntariamente estar huérfanos de sus hijos, confiados en que ellos están más cerca del futuro y por tanto, pueden llegar más rápido a él, dondequiera que esté.

La ida de Zapata me puso frente a frente con las cosas que creo y por las que hago lo que hago. Y me regresó a una idea que expuse comenzando el año, a mis alumnos: “yo creo que vamos a tener una gran año, porque no tengo ninguna razón para creerlo; si tuviera una lo sabría, no lo creería, porque la fe no es más que un ejercicio de la voluntad, un me-da-la-gana sistemático”.

Siempre he pensado que ser optimista es mucho más difícil que ser pesimista, porque al segundo siempre lo asiste la razón. Y ojo: ser optimista no significa ser conformista, son dos cosas muy distintas.
Y es muy posible que el problema de las cosas que no vemos sea que intentamos verlas desde lo que sabemos. Por eso, porque quiero saber, tengo curiosidad por las cosas nuevas y trato de mantenerme en permanente apertura, negado a avanzar hacia el futuro viendo por el espejo retrovisor, tratando de no contagiarme de ninguna nostalgia.

Pero a Zapata lo voy a extrañar, por lo menos hasta que pueda verlo nuevamente, refundido en el talento de aquellos que puedan heredarlo, en aquellos que comprendan su legado.


Viva  Zapata!

@cardelf

viernes, 30 de enero de 2015

Olga


Olga Dragnic. Tomada del blog de John Lindarte
CORRÍA EL AÑO MAYOR de 1989. El 27 de febrero, hubo una batalla campal en Puerta Tamanaco (Plaza Venezuela) que inicio a las 5 pm y no terminó sino hasta pasadas las 8. Justo antes de comenzar, me encontré con Olga camino a una clase que nunca se dio: nadie pudo entrar, nadie pudo salir. Era el corolario de un día muy bizarro, que hundió sus secuelas en el futuro y del que ya hacen 25 años.

Yo hacía pasantías en la Dirección de Comunicaciones de la Universidad. Apenas sabía hacer lo básico: unas noticias y unas reseñas que Olga me había enseñado a componer el semestre anterior, y que me costaron muchísimo, porque no entendía en razón de qué había que hacer economía de la información, ahorrarse adjetivos y escribir del modo más sencillo posible. “Esta técnica es un zapato chino” me decía, “es para aprender y luego olvidar”, no fue sino después que descubrí que los reporteros de radio la tienen como estructura mental para organizar la información, cuando descubrí algo que siempre le digo a mis muchachos: el periodismo no es una forma de escribir, es una forma de pensar.

Olga nos ponía a reflexionar, siempre, sobre la incidencia de nuestro oficio en la construcción de la sociedad. Unía –crítica mediante- los saberes heredados de la escuela de Chicago (Frazer Bond, Berelson, et allia), con los enfoques de la teoría crítica o el marxismo crítico. Con ella leí a Althusser, a Luckacs,  y a otros pensadores del entonces segundo mundo. Con ella aprendí que el periodista es un intelectual público y que no hay oficio más político que este.

Con Olga siempre tuve debate intelectual. Exigente, crítica, pero a la vez canónica, clásica, fueron buenas las conversas sobre postestructuralismo, postmodernidad, filosofía, ética y estética, entre otros muchos temas, que me nutrieron y contribuyeron a que yo aprendiera a conocer por la diferencia, saber que nace de una vocación: la de construir sentido común, que es, lo digo siempre a mis alumnos, a lo que nos dedicamos.

Olga había cubierto cultura y había conocido a Sofía Imber, la respetaba aun a  pesar de sus diferencias ideológicas. Comunista convicta y confesa, viuda de Federico Álvarez, puedo dar fe de que se mantuvo siempre amiga de sus amigos, aun a pesar de la división política en el país. De hecho, fueron Olga y Federico quienes mejor me hicieron comprender que un comunista de verdad vive en una suerte de “espiritualidad atea” que resulta paradójica, pero que nos ilustra en la idea de que las ideologías son credos de la razón.

Apoyaba al proceso, mediante argumentos que pude comprender, pero no aceptar. Una vez saliendo del IPP me la conseguí, y ella comentó, con nostalgia:

-- Yo no comprendo cómo puede haber amigos nuestros, gente seria y bien formada, que apoyen esto (se refería a la oposición)
-- Eso mismo –dije- nos preguntamos nosotros, de ti (me refería al proceso).

La verdad, esa fue la primera y última vez que tocamos el tema de forma tan explícita.

La última vez que la vi fue para el aniversario 35 de la revista Comunicación, cuando presentamos el libro Prácticas y Travesías de la Comunicación en América latina. Yo la invité, le dije que me encantaría verla. Y ella fue, me escuchó -no sin disgusto- leer una carta de Tulio Hernández en salutación por el aniversario, donde lanzaba algunas andanadas al régimen. Al terminar la presentación se me acercó, me dio un abrazo y me dijo “bueno, ya vine y ya me voy.” Le agradecí, de veras, pues puso a un lado sus reservas y sus diferencias y fue a celebrar un logro importante con un antiguo alumno,  ¿qué podía valer en ese instante, más que eso? Lamenté mucho no verla en las Jornadas de Periodismo Interpretativo Federico Álvarez, que hizo la Escuela de la central en julio de 2012, porque hubiera podido retribuirle su gesto, con todo el afecto y la admiración que me mereció siempre. Recién ahora me entero que formó parte del jurado que le concedió el Premio Nacional de Periodismo postmortem a Hugo Chávez... Cómo lamento este tiempo tan cruel que pone pruebas tan duras a la amistad.

Soy periodista por todo lo que aprendí de Olga Dragnic, Ella permanece en las enseñanzas que heredé y que transmito a mis alumnos, mis futuros colegas, como siempre les digo.