viernes, 2 de junio de 2017

La curva de aprendizaje


UNA AMIGA MÍA se pregunta si en Venezuela estamos pasando, realmente, de un ciclo de protesta no violenta a una rebelión popular, al fijar, inicialmente tres características de cambio en las protestas de 2017: a) que la mayoría de las mismas no se hace en espacios de autonomía sino en no lugares (en la denominación de Marc Auge): autopistas, grandes avenidas; b) que la resistencia se organiza a la usanza de los frentes de batalla y c) que poco a poco va surgiendo una insurgencia armada contra las fuerzas represivas, principalmente en el interior del país. Lo hace, posiblemente movida por la afirmación hecha por Provea, de que estamos en presencia de la primera rebelión popular venezolana del siglo XXI idea que a Elías Pino Iturrieta le parece una exageración, cuando señala,  en otro texto: “en un país deshabitado, en lo más parecido a un desierto sin maneras efectivas de comunicarse sus contadas criaturas, las horas de hoy no tienen vísperas, los luchadores de ogaño no encuentran antecedentes. Tampoco en los hechos tempranos del siglo XX, según se trató de describir. De lo cual se colige la exageración de la meritoria ONG, pero especialmente la irrupción de un suceso sorprendente en nuestros días, de unos hechos insólitos que pueden conducir a un capitulo prometedor de la historia que no solo merece un análisis detenido, sino también, sin duda, justificada apología.”

Es novedad, entonces, lo que pasa. ¿Pero qué es lo que pasa? Quien esto escribe ha tenido, en estos días, varios déjà vu de 2014 que lo alarman, porque lo llevan a considerar que si bien las condiciones generales del conflicto son otras, la curva de aprendizaje político y social, en esta hora, está todavía muy plana; y a preguntarse qué podemos hacer para acentuarla.

Sostiene este escribidor que primero debemos tener claridad en el diagnóstico: no es lo mismo decir “crisis de gobernabilidad” que decir “ruptura del hilo constitucional”; no es lo mismo decir dictadura que decir tiranía; no es lo mismo decir guerra y sus apellidos (guerra civil, guerra sucia, etc.) que decir que el genocidio sea una política pública de este gobierno; no es lo mismo decir que es un problema nacional a decir que es un conflicto hemisférico. Cada definición marco de la situación genera lecturas distintas y estrategias diferentes, así que, si no hay consenso en el diagnóstico, tendremos estrategias que pueden resultar antagónicas, con alcances limitados y probablemente condenadas al fracaso. Toca construir un diagnóstico consensuado, y para ello es necesario que cada quien se aboque a buscar lo común en las visiones diversas, de manera transparente, renunciando a la zona de confort que la auctoritas faculta y aceptando la posibilidad de visiones complejas, multicausales y no reductivas, para comprender el problema que se va a explicar (y eventualmente solucionar).

Quien me ha leído con anterioridad conoce que en mi opinión, esto que nos pasa es una guerra civil de baja intensidad, así una de las partes no luzca armada frente a la otra; y que hace parte de un conflicto hemisférico e incluso global  que requiere una mirada compleja –pública y transparente-  en los múltiples tableros donde las decisiones se toman. De allí que pueda concordar con lo que plantea Evan Ellis, profesor del Instituto de Estudios Estratégicos (SSI) del Army War College de Estados Unidos entrevistado por la Deustche Welle el pasado 5 de mayo: “lo que ocurre en Venezuela no es una cuestión de política o de relaciones internacionales –afirma- sino un golpe del crimen organizado de gran escala: un grupo de criminales ha tomado control del Estado y asaltado su tesorería. El problema de fondo es que no existe un mecanismo jurídico internacional ni un modelo de cooperación regional que permita rescatar a un Estado en esas circunstancias sin violar su soberanía. De momento no hay cómo liberar a Venezuela, a su gente y a sus recursos de quienes los secuestran a punta de pistola”; y colegir que el secuestro de la soberanía convierte a los criminales en tiranos y restringe la legitimidad de las negociaciones que puedan sostenerse, como si esto fuera una situación de rehenes, ante la cual, la actitud de actuar en forma nominalista dejando de nombrar para que las cosas no ocurran, como si de repente, una retórica que no apunta a la convicción se pudiera instituir como si fuera una superstición, hace parte del problema en vez de la solución.

¿Dónde nos perdemos? Al parecer, en la diatriba de las opiniones, algunas formuladas de buena fe. Un estudio de opinión realizado recientemente por Datincorp (8 de mayo) nos muestra la perspectiva de un conflicto agonal entre cuatro bloques: chavismo madurista, chavismo no madurista, oposición (MUD) y oposición no MUD. El chavismo no madurista y la oposición no MUD parecen configuran lo que vagamente el estudio denomina No Alineados (neutros o nini), que parecen constituir la primera minoría de tres en que parece estar distribuida la afiliación política en el país (40%, versus 30% chavismo y 30% oposición), lo cual no dista demasiado de los datos de las primeras mediciones donde aparecieron los No Alineados, en 2004, aun cuando el contexto haya sido diferente.

Pero la opinión pública en ese estudio muestra otras lecturas contrarias a la supremacía de alguno de los bandos. Señala que la postura de “todo o nada” no es factible (77%), aun cuando la negativa a la constituyente es de 73%. La ciudadanía prefiere como solución al conflicto las elecciones generales (53%); asume que la resolución de la crisis pasa por diálogo y negociación entre chavismo y oposición (39%), o dialogo y confrontación combinados, (24%) como quien camina y mastica chicle al mismo tiempo. Sin embargo, advierten que la permanencia de las protestas en la calle debe ocurrir indefinidamente hasta lograr los objetivos, 79%; (90% oposición, 69% NA) que las razones para las protestas son: (en orden decreciente) “elecciones” 35% (31% NA), “punto final a la crisis” 27% (35% NA) y “renuncia o destitución de Maduro” 32% ( 24% NA); y que si bien hay confianza en la conducción de las protestas por parte de la oposición; (74%, pero relativizada: 64% oposición con confianza total, 31% NA con confianza a medias y 30% NA que no confía nada) cuando se indaga en las figuras de liderazgo de la oposición, 50% de los NA no confía en ninguno, mientras 35% de los opositores confían en Leopoldo López y 23% en Henrique Capriles.

¿Hay No Alineados en las marchas, en las barricadas, en las protestas? Seguramente. Pero no están incorporados al bando opositor, no por terquedad, sino porque no hay abierta la posibilidad de constituir algún marco de identidad que los integre, porque el bando opositor ha supeditado la formulación de dicho marco como proyecto político a la aceptación del liderazgo presente, declarando como superflua esa exigencia (una “frivolidad de académicos” se ha dicho). Y la falta de proyecto da fuerza a argumentos como los esgrimidos por Edgardo Lander, cuando afirma: “Por otro lado hay sectores radicales de la derecha que en realidad no quisieran que esta experiencia del chavismo terminase simplemente como una derrota electoral del chavismo, que dejase de alguna manera esta experiencia, obviamente muy golpeada, pero que quedaría como una experiencia de organización, de expectativas, etcétera. Esto para este sector no puede sobrevivir, para este sector esto requiere aplastamiento, exterminio. Un escarmiento de manera tal que este imaginario de la posibilidad de cambio quede negado. Y si además de eso sabemos que en este sector extremista esta la incidencia internacional y está como se ubica Venezuela en la geopolítica global, queda claro que esta violencia tiene características estructurales, está claro que esta violencia es extraordinariamente difícil de desmontar. Porque estas condiciones cierran enormemente las condiciones para el diálogo. No es simplemente un desborde, hay sectores que buscan esta violencia como objetivo”. El argumento en contrario no puede ser simplemente insistir en que  la legitimidad de la lucha opositora es que es no violenta, que el violento es el gobierno, porque igualmente se queda por fuera el pueblo y eso es de las violencias más crueles que hay, la de negar la identidad.


Cuando esto se publica, ya la reunión de Cancilleres de la OEA, suspendida por la falta de consenso, muestra la complejidad del caso venezolano. Seguimos marchando, se siguen encendiendo focos de protesta en todo el país, y la represión va en aumento, pero la distancia entre la calle y el poder instituido todavía es muy grande. Hay que acelerar nuestros aprendizajes, pero sobre todo, hay que querer aprender. (La foto, por demás, elocuente, es de Isaac Paniza)

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