miércoles, 5 de agosto de 2009

Reinventar los medios, desechar los miedos

HAY UN CONCEPTO que anda circulando en facebook y en twitter que vale la pena revisar: es necesario que reinventemos nuestros medios de comunicación. Ello, a la luz de las últimas contingencias de la hegemonía comunicacional –la ley de delitos mediáticos de Luisa Ortega, la reforma a la ley del ejercicio del periodismo, el cierre de 34 emisoras, de 240 que están en la mira y las reformas al COPP , a la LOTEL y a la ley RESORTE-, pero principalmente en la perspectiva de la destrucción del espacio público, por el cual somos una República, causada primero por el familismo anómico, y luego por esta revolución negadora de la modernidad.

Hagamos pues, el ejercicio. El discurso de la facción revolucionaria es democratizar el acceso a los medios, en un contexto donde se plantea colectivizar la propiedad, que por supuesto, administrarían ellos en su doble condición de funcionarios públicos miembros de un partido revolucionario, porque en su visión del socialismo, primero va la dictadura del proletariado y después, cuando las comunas se empoderen, se decidirá si se les manda los tanques como a Checoslovaquia, o si se les deja declarar el reino de Dios en la tierra. La práctica que sustenta este discurso es la hegemonía comunicacional, con la cual intentan lograr el acuerdo de la sociedad, no convenciéndola, sino sojuzgándola. Para ello se desnaturalizan las leyes, se judicializa la política y se emplean ingentes cantidades de dinero para montar un aparato de propaganda digno de Goebbels y al mismo tiempo, se comisiona al hampa, cual lumpen, para operar como comisariato político ejerciendo el terrorismo de estado ante la vista gorda del Estado; igualmente, se instala un mecanismo de políticas públicas asistencialistas que en la práctica se convierte en una gran subasta de conciencias, porque el estado administra una renta única para divisas y para salarios. Se corporativiza el Estado, se conforma un apartheid político y se coopta el concepto de soberanía popular, en la figura de un líder que es la encarnación de un pueblo. Nada que no hayan ensayado, con relativo éxito, Mussolini y Hitler, Fidel y Pol Pot, Mao y Stalin. Nada que no nos cuente, a modo de parodia, Bertolt Brecht, o que no le hayamos leído a George Orwell, o que no haya sido denunciado hasta la saciedad.

Los medios sacrifican su capital de credibilidad por tomar parte en la contienda contra el proceso, en su condición de actores políticos, que ejercen el poder de convicción en función de mantener el statu quo y la gobernabilidad de la República. Pero eso es una contramarcha de lo que hicieron en la década anterior, cuando en nombre de democratizar el poder jugaron a la política antipartidista y abrieron la posibilidad de que estos “revolucionarios” accedieran al poder. Su capacidad de operación política, actualmente, es inversamente proporcional a su estructura de costos, lo que parece apuntar a que la guerra de desgaste del proceso está produciendo sus frutos. Por otra parte, la insistencia en producir comunicación social de manera industrial, para las masas, merma su capacidad de influir y termina consolidando la hegemonía del proceso. ¿Cuántos medios tienen una agenda setting diferente a la que dicta Miraflores? ¿Cuántos periódicos invierten en investigación y en periodismo de precisión? ¿Cuáles son los periódicos que están gestionando su información como servicio, para unas audiencias que al contrario de sus generaciones precedentes, producen información además de consumirla?

Es comprensible que a los medios les cueste cambiar sus modelos de negocio en medio de este panorama tan complejo, pero si vamos a reinventar los medios, ellos deben pensar con seriedad que es ahora o nunca. Y digo vamos, porque el tamaño de la operación y la velocidad de los medios digitales y las redes sociales muestra que son las audiencias quienes están exigiendo esa reinvención.

Otro tanto ocurre con los partidos políticos, que sumidos como están en el maridaje con los medios de comunicación, olvidan la posibilidad de otra política allende los comicios. Hay una cita vencida y otra sujeta a la aprobación de una Ley de Procesos Electorales que va a consagrar en el poder a la facción revolucionaria como ocurrió con el partido Baaz en el Irak de Hussein, sin fórmula alguna de equilibrio en el juego de suma cero. Y he aquí el drama: los partidos no pueden impedir la aprobación de esta ley, les toca convertirse en mayoría, pero no calan, definitivamente, en la mayoría de la población, en los estratos D y E, donde campean los desafiliados. ¿Cómo llegarles? Ellos insisten que a través de los medios, sustituyendo el trabajo con la gente por la presencia en los medios, porque es más barato, tanto en dineros como en inteligencia: porque no hay reacciones frente a los medios, salvo cambiar de canal o dejar de comprar el periódico. Con ello quiero decir y digo, que el déficit democrático no lo causa sólo la facción, que los medios consolidaron la hegemonía comunicacional al no tener una agenda independiente, centrada en la gente y no en la prominencia de cargo que por más de un siglo ha enseñado la doctrina de la objetividad.

Si las comunidades se están organizando, si están empleando la tecnología y aprendiendo nuevos modos de ser ciudadanos, serán los ciudadanos los que impongan la refundación, y lo harán deprisa, movidos por las urgencias. Y en eso van a tener todo el apoyo de los periodistas, comunicadores sociales de estos y de todos los lares. Ya veremos más blogs de periodistas, ya veremos a más periodistas gestionando recursos informativos para comunidades, ya veremos a más periodistas montando mesas de edición de twitter, confirmando informaciones y generando certezas en el entorno digital, ayudando a las comunidades a darle calidad a sus flujos informativos. Nosotros, que a nosotros mismos nos concebimos como intelectuales orgánicos, podemos ayudar a reencarnar en el cuerpo social la idea de democracia, creando una masa crítica de influencia y convicción lo suficientemente fuerte como para mover a la gran mayoría desafiliada, en la perspectiva de alinear sus propios intereses con el bien común. ¿Es eso acaso diferente a lo que hemos intentado todos los días, desde nuestras ocupaciones de rigor?

Sin embargo, los medios digitales aun no se fortalecen más porque los anunciantes aun apuestan al modelo de comunicación industrial, al maridaje con el statu quo, y es por ello que apenas 1% de la pauta publicitaria está en Internet. ¿Qué esperan los anunciantes para presionar a las agencias de publicidad para que aprendan a gestionar avisos para medios digitales? ¿Qué esperan los periodistas para enseñar a las comunidades a constituir juntas de consumidores, para la defensa de la calidad de los servicios a la vez que para la defensa de la propiedad, la libertad de empresa y la igualdad de oportunidades ante la ley? ¿Qué esperan los periodistas para promover la cultura de paz, la justicia de paz, para ayudar a que las comunidades se organicen para hacerle frente al comisariato político del régimen?

El miedo es libre, ciertamente, pero cede cuando muchos temerosos se reúnen para encararlo. La reacción frente a las radios es una nueva clarinada de lo que es posible hacer, para nuestro propio aprendizaje, superando esta pesadilla

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