lunes, 10 de agosto de 2009

Daniel, in memoriam

DANIEL ESCAMEZ FUE mi compañero en la maestría en Comunicación Social en la Universidad Católica Andrés Bello. Era periodista egresado de esta casa de estudios, y sabíamos, trabajaba en el Ministerio de Comunicación e Información, como analista de entorno. Su horario de trabajo (nocturno) y el previsible alto volumen de tareas que le tocaba desarrollar hizo que se fuera retrasando con la maestría, pero le faltaba poco para culminar. Muy discreto, en parte porque era su naturaleza, en parte porque los tiempos y las diferencias de lógica entre su trabajo y su casa de estudios le imponían serlo, pero aun a pesar de ello afable y cordial, humano como el que más.


El amanecer del sábado lo encontró convertido en una estadística más, del hampa y la violencia cotidiana, la marea de sangre en la cual naufragamos todos los días. Había terminado su turno, salió de su trabajo e iba previsiblemente para su casa, en un vehículo del Ministerio, cuando fue interceptado por ¿dos? criminales que le asestaron un disparo en el pecho, matándolo y dejando abandonado su cadáver en plena cota mil. El episodio, ciertamente, no difiere de otro cualquiera que hayan relatado los medios de comunicación en los últimos diez años (aunque ciertamente en los cuarenta anteriores también haya habido criminalidad, pero nunca en esta proporción ni bajo estas condiciones), y ese es parte del dolor que representa, pues hoy lo reseñamos en la prensa, pero mañana lo olvidaremos, entre el gran número de informaciones de similar naturaleza que todos los días nos toca reseñar.


Yo no quiero olvidarlo tan pronto y a pesar de que no lo conocí demasiado, sí quiero compartir con ustedes la triple conmoción que me causa su partida, después de hacerle llegar por esta vía a sus parientes y amigos, mi solidaridad con su dolor.


Primero, porque seguramente yo no habría estado de acuerdo con todas sus posturas políticas (no sé si era chavista y francamente, ya no importa), pero ello no fue óbice para respetarlo y cordializar con él en actitud fraterna.


Segundo, porque estando él al servicio de los mandones, sucumbió de la mano de unos criminales que no conocemos, pero que a los efectos de la negligencia pasiva que este gobierno muestra en la ausencia de una política seria de seguridad ciudadana, operan como lumpen encargado de ejercer el control social por la vía del miedo, comisarios políticos del régimen; y si queremos ver este episodio como una escaramuza más, dentro de esta guerra no declarada donde la ciudadanía es el enemigo interno, digamos que murió por fuego amigo, aunque el fuego no es amigo de nadie.


Tercero, porque Daniel, muerto a la salida del trabajo, deja ver a otros que, en alguna medida, pasaron y pasan por parecidas circunstancias. No quiero decir que ese fuera su caso, pero ¿cuántos empleados públicos que son funcionarios de carrera, han tenido que trabajar en condiciones humillantes a las órdenes de la facción al mando? ¿Cuántos empresarios han tenido que aceptar las condiciones impuestas por el gobierno, so pena de tener que quebrar? ¿Cuántos venezolanos han tenido que ir a marchar con la franelita roja, para poder recibir los beneficios de las misiones? ¿Cuántos profesionales jóvenes buscar formarse en universidades venezolanas, públicas y privadas, con razones sustantivas y críticas y no con consignas predicadas a coro, que es lo que ofrecen las universidades del proceso? ¿Cuántos de nosotros emigraron, huyéndole a la desesperanza? ¿Cuántos tuvieron que regresar, sumándole a la angustia, la frustración? ¿Cuántas familias viven aterrorizadas, pensando en qué momento engrosarán unas estadísticas que el gobierno se niega reflejar, pero que son un secreto a voces? ¿Cuántos consejos comunales están esperando que les bajen del Ejecutivo unos recursos que no llegarán por no estar afiliados con las lógicas administrativas del régimen (coima, clientelismo, compadrazgo y corrupción)? ¿Cuántos venezolanos han visto frustrada su esperanza de justicia social por un régimen para el cual la autonomía es mala palabra, cuanto más la libertad?


Yo no niego que haya cosas buenas en el proceso, que haya habido beneficios y beneficiarios en nombre de la justicia social. Pero me pregunto, llevando la cuestión a una lógica de medios y fines, si los medios que este proceso eligió no son demasiado costosos para el fin que se propuso, pues la “suprema felicidad social” parece no admitir discrepancias en el modo de conseguirla: o todos somos felices al modo que lo prescribe la burocracia, o no hay felicidad posible. ¿Era necesaria la dictadura del proletariado para reconstruir la solidaridad del pueblo? ¿Por qué en la primera década del siglo XXI hay que volver a plantear los dilemas de la revolución rusa de 1917, es que acaso no hay progreso en las ideas y en la historia? ¿O es que la revolución bolivariana es para negar la modernidad, porque esa es la ideología del capitalismo? El estado se ha corporativizado y todo ha sido legal ¿eso quiere decir que son posibles las leyes sin la justicia? ¿Qué justicia es esa que exige en pago el sacrificio de la dignidad de un pueblo?


Tampoco niego los argumentos por los cuales hemos denunciado una y otra vez las prácticas autoritarias de un gobierno que aspira a consolidar un totalitarismo desde la hegemonía (lo vengo diciendo desde 1994 y ni en un ápice ha variado mi posición), como tampoco niego que los beneficiarios rara vez se detienen a pensar en las implicaciones de sus beneficios, sobre todo si no se valoran los costos asociados, y en ello el régimen ha tenido ingente ayuda, la cual le ha permitido actuar como tuerto en tierra de ciegos. Eso me angustia porque pareciera que no tenemos comprensiones ante el proceso, aunque sí muchas explicaciones a los fenómenos que han ido apareciendo, lo cual luce como una colcha de retazos, un parcelamiento de visiones de mundo donde cada quien está sentado dentro de los linderos de su verdad. Tirios y troyanos muestran su incapacidad de promover la comprensión colectiva, porque se ha dejado afuera a la mayoría; y ésta a su vez se ha dedicado a tomar distancia silenciosa de los bandos enfrentados, incapaz de articularse, de generar su propia alternativa de cambio.


Aun no hemos aprendido a sistematizar los intereses particulares en la perspectiva del bienestar común, y eso nos toca aprenderlo en un estado de guerra interna donde un bando ha declarado enemigo al otro en el nombre conculcado de la soberanía, y donde el otro se defiende eludiendo la discusión, plebiscitando la política, olvidándose de la gente, mientras la gente, que calla y espera, ya no espera tanto, y de los murmullos está por pasar a los gritos. Por esas cosas hay un país que está entrando en tensión frente a las agresiones corporales: mis ojos en RCTV, mis oídos en las 34 emisoras de radio –y las que faltan-, mi estómago en los rubros desaparecidos, mi modus vivendi en Guayana y la Costa Oriental del Lago; la educación de mis hijos, mi propiedad. ¿Cuándo haremos algo frente a la amenaza de muerte de la delincuencia y la violencia política?


De este país lleno de preguntas, partió Daniel convertido en estadística. Algo de nosotros se fue con él. Yo quisiera que su muerte sirviera para que nos diéramos cuenta del atolladero en el que estamos y de que sólo entre todos vamos a poder salir con el aprendizaje que se oculta en esta hora: de que sólo entre todos podremos construir un nosotros, en el cual vivir. La foto es de http://www.guiafashion.com

1 comentario:

Pedro Picapiedra dijo...

Es un gobierno criminal con responsabilidad directa sobre cada estadística. Lo es por omisión y por negligencia, por promover la impunidad y cebarse en la violencia. Es el gobierno que este pobre pueblo se dio por ignorancia, en varios errores sucesivos que está pagando con sangre. Este gobierno representa lo peor del país, nuestra propia cara animal y oscura. Me solidarizo con la familia Escámez. Está muy bien tu escrito, Carlos.