
UNA AMIGA MÍA se pregunta si en Venezuela estamos pasando, realmente,
de un ciclo de protesta no violenta a una rebelión popular, al fijar,
inicialmente tres características de cambio en las protestas de 2017: a) que la
mayoría de las mismas no se hace en espacios de autonomía sino en no lugares
(en la denominación de Marc Auge): autopistas, grandes avenidas; b) que la
resistencia se organiza a la usanza de los frentes de batalla y c) que poco a
poco va surgiendo una insurgencia armada contra las fuerzas represivas,
principalmente en el interior del país. Lo hace, posiblemente movida por la
afirmación hecha por Provea, de que estamos en presencia de la primera rebelión
popular venezolana del siglo XXI idea que a Elías Pino Iturrieta le parece una
exageración, cuando señala, en otro
texto: “en un país deshabitado, en lo más parecido a un desierto sin maneras
efectivas de comunicarse sus contadas criaturas, las horas de hoy no tienen
vísperas, los luchadores de ogaño no encuentran antecedentes. Tampoco en los
hechos tempranos del siglo XX, según se trató de describir. De lo cual se
colige la exageración de la meritoria ONG, pero especialmente la irrupción de
un suceso sorprendente en nuestros días, de unos hechos insólitos que pueden
conducir a un capitulo prometedor de la historia que no solo merece un análisis
detenido, sino también, sin duda, justificada apología.”
Es novedad, entonces, lo que pasa. ¿Pero qué es lo que pasa? Quien esto
escribe ha tenido, en estos días, varios déjà
vu de 2014 que lo alarman, porque lo llevan a considerar que si bien las
condiciones generales del conflicto son otras, la curva de aprendizaje político
y social, en esta hora, está todavía muy plana; y a preguntarse qué podemos hacer
para acentuarla.
Sostiene este escribidor que primero debemos tener claridad en el
diagnóstico: no es lo mismo decir “crisis de gobernabilidad” que decir “ruptura
del hilo constitucional”; no es lo mismo decir dictadura que decir tiranía; no
es lo mismo decir guerra y sus apellidos (guerra civil, guerra sucia, etc.) que
decir que el genocidio sea una política pública de este gobierno; no es lo
mismo decir que es un problema nacional a decir que es un conflicto
hemisférico. Cada definición marco de la situación genera lecturas distintas y
estrategias diferentes, así que, si no hay consenso en el diagnóstico,
tendremos estrategias que pueden resultar antagónicas, con alcances limitados y
probablemente condenadas al fracaso. Toca construir un diagnóstico consensuado,
y para ello es necesario que cada quien se aboque a buscar lo común en las
visiones diversas, de manera transparente, renunciando a la zona de confort que
la auctoritas faculta y aceptando la
posibilidad de visiones complejas, multicausales y no reductivas, para
comprender el problema que se va a explicar (y eventualmente solucionar).
Quien me ha leído con anterioridad conoce que en mi opinión, esto que
nos pasa es una guerra civil de baja intensidad, así una de las partes no luzca
armada frente a la otra; y que hace parte de un conflicto hemisférico e incluso
global que requiere una mirada compleja
–pública y transparente- en los
múltiples tableros donde las decisiones se toman. De allí que pueda concordar
con lo que plantea Evan Ellis, profesor del Instituto de Estudios Estratégicos
(SSI) del Army War College de Estados Unidos entrevistado por la Deustche Welle
el pasado 5 de mayo: “lo que ocurre en Venezuela no es una cuestión de política
o de relaciones internacionales –afirma- sino un golpe del crimen organizado de
gran escala: un grupo de criminales ha tomado control del Estado y asaltado su
tesorería. El problema de fondo es que no existe un mecanismo jurídico
internacional ni un modelo de cooperación regional que permita rescatar a un Estado
en esas circunstancias sin violar su soberanía. De momento no hay cómo liberar
a Venezuela, a su gente y a sus recursos de quienes los secuestran a punta de
pistola”; y colegir que el secuestro de la soberanía convierte a los criminales
en tiranos y restringe la legitimidad de las negociaciones que puedan
sostenerse, como si esto fuera una situación de rehenes, ante la cual, la
actitud de actuar en forma nominalista dejando de nombrar para que las cosas no
ocurran, como si de repente, una retórica que no apunta a la convicción se
pudiera instituir como si fuera una superstición, hace parte del problema en
vez de la solución.
¿Dónde nos perdemos? Al parecer, en la diatriba de las opiniones,
algunas formuladas de buena fe. Un estudio de opinión realizado recientemente
por Datincorp (8 de mayo) nos muestra la perspectiva de un conflicto agonal
entre cuatro bloques: chavismo madurista, chavismo no madurista, oposición
(MUD) y oposición no MUD. El chavismo no madurista y la oposición no MUD
parecen configuran lo que vagamente el estudio denomina No Alineados (neutros o
nini), que parecen constituir la primera minoría de tres en que parece estar
distribuida la afiliación política en el país (40%, versus 30% chavismo y 30%
oposición), lo cual no dista demasiado de los datos de las primeras mediciones
donde aparecieron los No Alineados, en 2004, aun cuando el contexto haya sido
diferente.
Pero la opinión pública en ese estudio muestra otras lecturas
contrarias a la supremacía de alguno de los bandos. Señala que la postura de
“todo o nada” no es factible (77%), aun cuando la negativa a la constituyente
es de 73%. La ciudadanía prefiere como solución al conflicto las elecciones
generales (53%); asume que la resolución de la crisis pasa por diálogo y
negociación entre chavismo y oposición (39%), o dialogo y confrontación
combinados, (24%) como quien camina y mastica chicle al mismo tiempo. Sin
embargo, advierten que la permanencia de las protestas en la calle debe ocurrir
indefinidamente hasta lograr los objetivos, 79%; (90% oposición, 69% NA) que
las razones para las protestas son: (en orden decreciente) “elecciones” 35%
(31% NA), “punto final a la crisis” 27% (35% NA) y “renuncia o destitución de
Maduro” 32% ( 24% NA); y que si bien hay confianza en la conducción de las
protestas por parte de la oposición; (74%, pero relativizada: 64% oposición con
confianza total, 31% NA con confianza a medias y 30% NA que no confía nada)
cuando se indaga en las figuras de liderazgo de la oposición, 50% de los NA no
confía en ninguno, mientras 35% de los opositores confían en Leopoldo López y
23% en Henrique Capriles.
¿Hay No Alineados en las marchas, en las barricadas, en las protestas?
Seguramente. Pero no están incorporados al bando opositor, no por terquedad,
sino porque no hay abierta la posibilidad de constituir algún marco de
identidad que los integre, porque el bando opositor ha supeditado la
formulación de dicho marco como proyecto político a la aceptación del liderazgo
presente, declarando como superflua esa exigencia (una “frivolidad de
académicos” se ha dicho). Y la falta de proyecto da fuerza a argumentos como
los esgrimidos por Edgardo Lander, cuando afirma: “Por otro lado hay sectores
radicales de la derecha que en realidad no quisieran que esta experiencia del
chavismo terminase simplemente como una derrota electoral del chavismo, que
dejase de alguna manera esta experiencia, obviamente muy golpeada, pero que
quedaría como una experiencia de organización, de expectativas, etcétera. Esto
para este sector no puede sobrevivir, para este sector esto requiere
aplastamiento, exterminio. Un escarmiento de manera tal que este imaginario de
la posibilidad de cambio quede negado. Y si además de eso sabemos que en este
sector extremista esta la incidencia internacional y está como se ubica
Venezuela en la geopolítica global, queda claro que esta violencia tiene
características estructurales, está claro que esta violencia es
extraordinariamente difícil de desmontar. Porque estas condiciones cierran
enormemente las condiciones para el diálogo. No es simplemente un desborde, hay
sectores que buscan esta violencia como objetivo”. El argumento en contrario no
puede ser simplemente insistir en que la
legitimidad de la lucha opositora es que es no violenta, que el violento es el
gobierno, porque igualmente se queda por fuera el pueblo y eso es de las
violencias más crueles que hay, la de negar la identidad.
Cuando esto se publica, ya
la reunión de Cancilleres de la OEA, suspendida por la falta de consenso,
muestra la complejidad del caso venezolano. Seguimos marchando, se siguen
encendiendo focos de protesta en todo el país, y la represión va en aumento,
pero la distancia entre la calle y el poder instituido todavía es muy grande.
Hay que acelerar nuestros aprendizajes, pero sobre todo, hay que querer
aprender. (La foto, por demás, elocuente, es de Isaac Paniza)