lunes, 27 de junio de 2016

Mi superhéroe favorito


Hoy es el día del periodista.
Siempre digo, en tono más bien jovial, que Clark Kent es mi superhéroe favorito: imaginen por un momento los esfuerzos que este correcto señor tiene que hacer para mantener a buen resguardo al voluntarioso superhombre (¿übermensch? ¿Es correcto en alemán?); y así poder ejercer con dignidad su oficio, el de saber para hacer saber, para dar qué pensar y para poder ayudar a decidir a cada quien, de tal modo que los intereses particulares se armonicen en el interés común.
Porque nos hacemos periodistas no cuando salimos de las aulas, sino cuando descubrimos que nuestro oficio nace de un ejercicio ético: el de ponerse en los zapatos del otro, el de practicar la empatía y la escucha atenta de modo sistemático; el de sospechar de lo que nos dicen -porque siempre hay cosas que no nos dicen- y mediante un ejercicio sistemático de la interpretación, tratar de llegan a razones más profundas, más parecidas a la verdad, pero no a solas: en público, en comunidad. Porque dedicar el oficio a la búsqueda de la verdad –así reza el código de ética- pasa por convencerse de que eso es verdad y obrar en consecuencia, reparando menos en cuan verdadera es la verdad, como en que verdadero tiene que ser el proceso de decirla, en público, en comunidad. Por eso el mundo del periodismo no es el de la ciencia que explica, o el del derecho que prueba, o el de la religión que aspira lo eterno: es el de la polis y el de la retórica, donde la gente debe poder decir bien su verdad para convencer a los demás de la bondad de su punto de vista… Sócrates, antes que filósofo, debió ser periodista. Y creo que los periodistas deberíamos ser un poco como el filósofo.
El otro día, en un foro, planteaba que debíamos reparar mejor en las razones por las cuales hay, en estos momentos, en aulas, 46 mil estudiantes de comunicación social, en las 17 escuelas del país. Pensar en qué los mueve a estudiar un oficio tan atacado, tan incómodo al poder que aspira cerrar el pensamiento para imponer su rosario de consignas, desde el abuso de la razón de estado; y por qué la matrícula, en lugar de bajar, aumenta. La respuesta no puede ser solo el imaginario del éxito, la imagen de la celebridad del espectáculo, aunque haya algo de eso. Creo que todos nuestros estudiantes de comunicación social de todo el país lo son porque vienen de hogares que quieren ser modernos: muchos de ellos son la tercera generación de hijos de inmigrantes –los del campo, que vinieron a trabajar y a formarse, buscando la modernidad; los de la Europa desgarrada por la guerra, venidos a recomenzar la vida-; y si migran, ahora, fuera de estas tierras, es para que sus familias sigan modernizándose. Y mis preguntas, ahora, serían estas: ¿cómo hacer para que la modernidad de los hogares continúe aquí, en esta parte del mundo? ¿Qué podemos hacer los periodistas para que sea así?

Preguntas que quiero dejar, hoy, con mi mayor abrazo a mis colegas, y especialmente a mis ahijados de la promo 57 de periodismo, de la UCAB. 

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