viernes, 6 de diciembre de 2013

Voto de fe


Foto de Luis Carlos Díaz
Debo una aclaratoria a los lectores sobre este texto; debo muchas cosas, ciertamente, y pido disculpas por ello, pero comenzaré por la última, el porqué de estas líneas.
Este texto es una artículo que debía haber salido publicado en otra parte y que no lo fue por decisión del editor del medio. La razón que se me dio para no publicarlo fue que como la campaña electoral terminaba el jueves 05 (debía haber salido publicado hoy viernes), y dado que el texto se inclinaba por una de las polaridades en la pugna política nacional, podía ser considerado propaganda política, por tanto el editor se reservaba el derecho a decidir su publicación o no...

Prudencia, podría decirse. Autocensura, también podría argumentarse. Se escuchan otras opciones. 

Tengo casi 25 años produciendo trabajos periodísticos para diversos medios. No es la primera vez que dejan de publicar un texto mío, pero sí la primera con este tipo de argumentos En otras oportunidades hubo edición, acuerdos estilísticos, enfoques tratando de favorecer los términos políticamente correctos (el periodismo es el reino de lo políticamente correcto, y de los estereotipos, y muy a su despecho, caja de resonancia de la neolengua), pero esta es la primera vez que se estima que lo que digo es inconveniente y que por tanto no se publicará.

Es una sensación muy extraña, lo confieso. 

Yo crecí repitiendo como un mantra una frase de Vicente Huidobro: "si yo no hablo quedarán muchas cosas no natas y esas cosas me castigarán cruelmente, se vengarán de mi". Soy malo guardando secretos y un poco peor guardando para mí mis propias opiniones, porque vivo en la ilusión de que lo que digo pudiera ser importante para alguien, además de mi. Supongo que si esa ilusión no fuera compartida por otros ("mal de muchos consuelo de tontos") yo no lo hiciera, porque tampoco soy un pionero o un suicida: todavía tengo sentido del ridículo. Rebajando el arco de las valoraciones, diría que he escrito en ejercicio de los credos de mi profesión, siendole fiel a mi identidad de ciudadano, ideas que profeso, en mi doble condición de profesional y profesor. 
Hoy me tocó mostrarle a mis alumnos una pieza que ilustró perfectamente "aquello de lo que estábamos hablando en la clase pasada" Ahora lo comparto con ustedes, en este espacio de libertad que es necesario multiplicar.

"Ejercicio de la neolengua que pone una vez más en escena la colonización del imaginario político venezolano, donde parece obvio que la lealtad está reñida con la libertad de conciencia". 

UN VIEJO ARDID propagandístico lo constituye el poner a competir dos o más significados en un mismo espacio simbólico buscando beneficio por dos vías: la de los máximos (que uno solo tenga supremacía) o la de los mínimos (contribuir con la confusión general). Algo de eso hay en la decisión, largo rato anunciada, del oficialismo, de resignificar la agenda del ocho de diciembre, ya no como un día de compromiso ciudadano, republicano y democrático, sino como el día de la lealtad a Chávez, en recuerdo de que hace un año, por esa misma fecha, fue su última aparición pública, la de la investidura de Nicolás Maduro como su sucesor, no tanto su albacea, por cómo han ido las cosas con el capital político.

Ejercicio de la neolengua que pone una vez más en escena la colonización del imaginario político venezolano, donde parece obvio que la lealtad está reñida con la libertad de conciencia.  El 8D, desde el tarjetón electrónico, los ojos del otro beta mirarán al elector mientras ejerce, lo interpelarán desde la órbita esquematizada del dibujo repetido hasta el cansancio, en blanco y negro o con el infaltable fondo rojo,  invadirán su subjetividad con la sensación de que detrás de la imagen, omnipresente en afiches, volantes, cuñas de televisión, muros, grafitis y ahora desde el recinto mismo de votación, estará Chávez Big Brother vigilando, velando por la rectitud de intenciones de los fieles, porque uno a uno se sumen los votos del rebaño  gracias a una disposición de gobierno que el Consejo Nacional Electoral declinó limitar, pues  "el decreto es una potestad del Ejecutivo, está muy claro que dice que es para conmemorar una fecha y no una fecha de la elección", dijo, luciéndose, Lucena.

Claro, el día de la lealtad a Chávez, quien ose votar en ejercicio de su libertad de conciencia por cualquiera de las opciones del tarjetón que no sean las del PSUV, estará votando contra él, que para el credo del socialismo del siglo XXI, es peor pecado que blasfemar, prevaricar, o cobrar por los sacramentos, esa simonía en la que podrían incurrir algunos adeptos del Comandante cuando interceden ante la gracia del cupo del carro chino, el pasaporte o la cola en las rebajas de la navidad decretada hace casi un mes. Votar contra Chávez es una herejía que niega la divinidad del César y que merece la muerte –real o simbólica- porque como él mismo dijo, “yo no soy, yo soy un pueblo, invicto, invencible…”

Es lógico que el poder electoral no tenga nada que oponerle a esta patria celebración porque la misma no constituye una elección: quizás no se les cruzó por la mente que eso podía constituir un acto de ventajismo electoral (porque eso sería suponer que el gobierno obra de mala fe, ¿verdad Lucena?), tal vez no le preguntaron a nadie y es posible que las únicas opciones para el elector, en ese día, es que pueda ir a votar convencido, o con un pañuelo en la nariz o con los ojos cerrados, como ensayando para un apagón.  Pero ir, votar, elegir.

Así, mientras el chavismo busca el modo de elevar a los altares a su progenitor, transformando una simple y hasta vulgar elección de alcaldes y concejales en la gesta de vencer a la muerte, resucitando de entre los muertos (por lo menos, vicariamente), habrá quien vaya a misa temprano y ofrezca su voto a la inmaculada concepción de María, fiesta católica por excelencia, con lo cual contribuirá a estetizar la política pero desde las antípodas de la neolengua oficialista, ahora, desde la convicción de estar emprendiendo una cruzada contra el oscurantismo y por amor a la verdadera fe. No habría problema si la fe se pudiera discutir libremente, pero entonces ya sería política.